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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Me queda la dignidad

Oso dirigirme a usted porque tengo la obligación moral de denunciarle un hecho incalificable. Sucedió de la siguiente manera: el pasado día 15, y con el objeto de obtener información sobre la tercera edad, me presenté en la calle de Serrano, 48, piso segundo derecha. La puerta estaba abierta, y en la salita vacía había una mesa y un sillón que, obviamente, pertenecían al encargado de facilitar información. Esperé. A la media hora me acerqué a una oficina de] fondo. Ia puerta de cristales -este detalle lo recuerdo perfectamente- estaba abierta más de dos palmos. Un Caballero, joven, fuerte y delgado, con algunas hebras grises en el pelo, hablaba en mangas de camisa a una joven que fumaba y sonreía de pie. El me vio, pero al no preguntarme qué era lo que yo deseaba, me retiré discretamente y seguí esperando. Al cabo de cierto tiempo, y por temor a fosilizarme en el lugar, me acerqué de nuevo a la oficina (la puerta seguía abierta) y aprovechando una paus,a en la charla animada de dama y caballero, me anuncié con la mayor corrección como un señor que buscaba una determinada información. El, con inesperada sequedad, me dijo: -Ahí fuera le atenderán". -Es que... no hay nadie y...". , "¿Espera usted que con mis huevos sudados (subrayo la expresión de aquel sujeto procaz) salga de aquí y vaya hasta aquella mesa para atenderle...?". (De momento, la incredulidad por lo que acababa de oir me tenía congelado). -Señor", acerté a decir, "yo solamente quería saber...". -¡Está bien, amigo, mis santos huevos tendrán paciencia para escucharle, pero termine pronto de contarme su historia y lárguese!".La que se terminó en ese instante fue mi paciencia, y salió a relucir mi ingenua irritación senil, pues le reté a que repitiera su grosera actitud en la calle (no me hubiera importado recibir una paliza de ese matón con tal de que los muchísimos peatones de Serrano hubieran presenciado el inaudito espectáculo de un hombre joven pegando a un viejo con gafas). Él hizo un movimiento instintivo para levantarse y caer sobre mí. Enfurecido, me ordenó cerrar la puerta y largarme. "Perdone", respondí, -yo no toqué esta puerta en ningún momento. No tengo por qué cerrarla; no soy su portero. Yo sólo quería...".

Por tercera vez bramó algo

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acerca de sus pacientes y sudados huevos. Eso era ya un estribillo y advertí con sorpresa que la dama allí presente (¿alguna empleada de ese digno ministerio?) no se inmutaba. Fumaba y sonreía como si estuviera acostumbrada a escuchar aquellos monótonos exabruptos. Yo salí a la calle, aturdido, sin creer todavía en lo sucedido y sin reflejos para adoptar una decisión. ¿Es a eso a lo que llaman atención personalizada a la tercera edad?

Jamás en mi larga existencia me habían agraviado tan absurda, necia e inopinadamente. He tardado en reaccionar, y si lo hago en estos momentos no es por salvar mi orgullo groseramente rociado a salivazos, sino para prevenir y evitar que en lo sucesivo otros ancianos sean víctimas de ese mismo u otro energúmeno incapacitado, moral y profesionalmente, para ocupar un puesto en cualquier oficina del Estado.

En cierta ocasión, el actual presidente de Gobierno respondió atentamente a una carta mía cuando yo era uno de tantos anónimos emigrantes en San Juan de Puerto Rico. Perdóneme, señor director; con la decrepitud, el hombre va perdiendo facultades: la vista, el oído, la voz, la mente... Únicamente la dignidad le acompaña más allá de la tumba.- Joaquín Mas.

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