Agosto
Agosto llega ya con su bendición para los que se van y para los que se quedan. Para los que se van, pues estarán de vacaciones los días que el bolsillo aguante, poniéndose morenitos y sin dar golpe. Para los que se quedan, pues la ciudad se aligera de tráfico, de aglomeraciones, de ruidos. Todos los ciudadanos tienen sus derechos; constitucionales, claro, pero juntos son un agobio. Gran parte de los ciudadanos darían algo fundamental en sus vidas (por ejemplo, el vídeo) para que los restantes ciudadanos se marcharan de vacaciones y los dejaran en paz.Muchos ciudadanos, puestos a elegir, preferirían no tener vacaciones nunca a cambio de que se las dieran a los demás. No son tontos: según se mire, salen ganando. Porque campos y playas reconfortarán los asendereados cuerpos que los invaden. hasta abarrotarlos, sí, mas nunca podrán compararse con una ciudad -por ejemplo, Madrid- con su variopinto paseo de la Castellana, su Prado, su Cibeles, su Retiro, sus cines y, teatros, sus terrazas al aire libre, su Viaducto expedito de suicidas, todo para uno solo.
Ahora bien, la dicha puede no ser completa. Como al ciudadano que se queda en la ciudad durante el mes de agosto le ocurra algo -un enchufe que hace masa, rotura del bote sifónico, extravío de la llave, gestión en un organismo oficial, irse por seguidillas y no digamos si es dolor de muelas- que Dios le ampare. Pues los electricistas, fontaneros, cerrajeros, funcionarios, médicos, dentistas, y restantes profesionales de absoluta necesidad veranean en agosto, todos a una. Y no es cosa de llamarles a Benidorm.
Bien pensado, la única forma de ser feliz en agosto es ir donde estén los electricistas, los fontaneros, los cerrajeros, los; funcionarios, los médicos, los dentistas y todo el mundo, porque sin ellos no somos nadie. Y menos en calzoncillos.