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"GAL carcelario"

"Por vuestro propio bien, no hagáis que dentro de las prisiones españolas aparezcan no un sólo gal, sino cientos, dispuestos a acabar con la gente que está asesinando a nuestras familias, que es lo único que nos queda a los internos de las prisiones espanolas", advierten los reclusos de Burgos en la misiva que han dirigido al cabecilla etarra Francisco Múgica Garmendia, Pakito o Artapalo. "Las últimas acciones de ETA van a tener la respuesta que se merecen", añaden los internos de Ceuta. Las Gestoras Pro Amnistía acusan al Gobierno de promover "un GAL carcelario"."La convivencia entre etarras [medio centenar] y comunes [33.000] se ha deteriorado", afirma el presidente del área de prisiones de la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF), Tomás Vidal.

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El comunicado hecho público por los presos burgaleses también apunta esta línea: "Estamos hartos de vuestros privilegios, hartos de advertir vuestra vida a cuerpo de rey incluso dentro de la cárcel, hartos de restricciones y medidas de seguridad que sólo nos afectan a nosotros (...) y hartos de tener que convivir a la fuerza con vuestros sicarios que, aunque no todos, se creen con el derecho a mirarnos por encima del hombro".

En la prisión de El Puerto-1 (Cádiz), se asegura que el final de la huelga de hambre de los etarras tras el atentado sólo se debe a que los comunes dejaron de pasarles bocadillos bajo cuerda.

Los funcionarios de prisiones, que en varias ocasiones han sufrido atentados de ETA, siguen sintiéndose en el punto de mira terrorista. "Estamos padeciendo las consecuencias de la política de dispersión de presos etarras", apunta el secretario general de Comisiones Obreras de Prisiones, Carlos Rodríguez.

Los vigilantes consideran difícil que se recobre el buen clima que solía reinar entre los presos de primer grado y los etarras. Hasta ahora era frecuente ver a los terroristas confeccionando las instancias y hasta los recursos judiciales de los internos con menos formación, a cambio de que les enviaran sus frecuentes cartas -siempre con los sellos del Rey boca abajo- o les inscribiesen en el registro carcelario para visitar al médico. Esta relación era especialmente estrecha con los presos de primer grado.

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