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El sol cae sobre las princesas

Juan Cruz

Un Italiano taurófilo escribió en este periódico esta misma temporada que la plaza de Las Ventas era una decepción: mientras que desde la Maestranza de Sevilla podía admirarse un paisaje inigualable y pacífico, la plaza madrileña no ofrecía atractivo alguno. Desde ella no se ve nada.Madrid ha vivido siempre recibiendo denuestos ajenos sin inmutarse. Como si el orgullo le hubiera sido despojado, acepta todo tipo de agresiones y las soporta como si rozaran a una ciudad distinta.

Madrid pasa de sí misma, y siendo, por tanto, una de las ciudades pasotas de España, no reacciona a tiempo ante la agresión múltiple que recibe en su rostro aceituno.

De esa manera, esta corte azotada ahora por el calor más sólido de los últimos tiempos se ha acostumbrado a ser la capital insufrible de todos los españoles, la concentración mastodóntica y desordenada de un urbanismo degradado; un lugar en el que el ruido, la mala educación y la furia son los tópicos que sirven de apellido a la propia palabra Madrid.

Ahora, mientras crece en el termómetro la evidencia de] sol, Madrid se convierte en un sitio de despedida: las gentes se van -"esto es inaguantable", dicen-, y buscan en el camino del mar una geografia que les haga olvidar este territorio en el que durante el resto del año comen caracoles y gambas mientras discuten sobre lo que ocurrió anteayer. Se van, ya no lo pueden aguantar más. Se van y lo tienen a gala.

¿Qué les habrá hecho Madrid?, ¿qué memoria les traerá la ciudad en verano que la abandonan como si huyeran del pasado, como si el otoño, el invierno e incluso la primavera hubieran sido los elementos crueles de una biografía que se lava y se seca con el sol?

Decíamos que el calor era una bendición, el Final de un trayecto, el paréntesis que busca la vida para salir al aire libre. Hemos de hacer una fe de errores: ha sido tan cruel el sol recientemente que hasta han sucumbido las princesas.

Madrid, que ha pasado por los tiempos de la penuria del frío, creía haber desembocado en el sol como una forma benigna de llegar al verano, pero de pronto ese monstruo certero que habita justo en medio del cielo se enseñorea sobre la ciudad y hace afilcos la quietud negra del asfalto.

El sol lo ha trastocado todo estos días, y como estamos acostumbrados a pensar que Madrid es la culpable universal de todas las cosas, atribuimos a sus propias maldades urbanas la misma prepotencia rotunda del astro. Ahora reverberan las aceras, y los niños que van en carritos sudan como los adultos, diminutos seres humanos que nacen a la vida como si ésta fuera toda ella un sudor implacable, una piel empapada.

Madrid suda por los cuatro costados, y a veces, en medio del fulgor.mentiroso de las calles, da la impresión de que el propio asfalto está sudando.

Ahora en todos los termómetros se dicen cosas diferentes: en Barajas parece que hace más fresco; pero, de pronto, la calle de Cartagena, a un paso del centro, da la impresión de ser un oasis quemado. Y así sucesivamente hasta llegar a la misma Puerta del Sol, que estos días es como si fuera el propio centro del calor.

El incendio de la ciudad

Para que la sensación desolada del incendio de la ciudad sea completa, de cuando en cuando, estos días, vendavales furiosos abren las ventanas secas de las casas. Y uno cree que, en efecto, es horrible vivir bajo este sol.

Eso es tan falaz como lo que decía el italiano taurófilo. Miramos el sol por lo que cae en la tierra y descuidamos el cielo. Madrid es su cielo, y cuando el sol viene no hay espectáculo mejor que esa franja pintada de plomo amable que amanece como si fuera el trozo rojo de un cuadro de Antonio López.

El cielo de Madrid es el espectáculo principal de la ciudad, y en esta temporada en que todo el mundo huye hacia otros cielos con mar, el sol se queda tan solo que de mañana se despereza y se pregunta qué ha hecho para merecer tanta despedida.

Hay una recomendación final de junio, cuando el verano es algo más que una palabra con sudor en la frente: despierten temprano y miren al horizonte. Allí viene, como si fuera un caballo, el mismo sol de todos los veranos, en solitario.

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