Los amores alternativos
Hace algunos años, en una manifestación para celebrar la llegada de la democracia, una joven muy aguda y sagaz me comentaba: "Lo que más me entusiasma de estas reuniones es que me hacen sentir abierta a todos. Es curioso que la relación del yo con el otro se llame en nuestra lengua alternar", y agregó riéndose, "por eso soy partidaria de los amores alternativos". Intenté que me aclarara el sentido de esos amores, pero rehusó contestar, y heme aquí intentando encontrar la explicación.El amor alternativo es pasar un tiempo con otro, gozar de su presencia, compartir sus secretos más particulares, embeberse de sus encantos; es pasmarse ante la realidad compleja de una criatura. Los que viven amores alternativos se entregan sin comprometerse, por la mera sugestión que ejerce otra persona. Es un amor que no tiene afán de conocimiento, ni el amante intenta desvelar el misterio del amado, como en los amores relativos, simplemente quiere establecer una relación comunicativa inmediata. Por ello es tan fácil sustituir un amor por otro, en una alternancia que puede dejar un poso de honda melancolía. Abrazamos a una criatura y la perdemos voluntariamente sin conocer su verdad, dejándonos tan sólo su límpida atmósfera y la extrañeza de su persona. Sin embargo, los amores alternativos son gozosos, pues descubren la sociabilidad del yo y prueban que nunca estamos solos. Ya lo dijo Husserl: "El sentido del término hombre implica una existencia recíproca del uno para el otro, por tanto, una comunidad de hombres, una sociedad". Un amor alternativo comienza a vivirse por el diálogo que crea un vínculo dichoso y se cumple plenamente con la unión carnal, porque el alma es la realidad tácita del cuerpo donde reside. Los amores alternativos nos arrancan del ensimismamiento, de la soledad interior del alma retirada, al corporeizarse en la fusión carnal que establece un vínculo cierto con otro ser, amor cuerpo a alma, alma a cuerpo, que ayuda a compartir vivencias comunes.
Constituyen los amores alternativos una apertura al ser del mundo, oculto tras la racionalidad fría y dogmática, como afirmó el último Heidegger: "Abierto no quiere decir conocido en cuanto tal". En efecto, las alternativas amorosas están ahí en el mundo y conquistan con su presencia arrebatadora. Todo encuentro amoroso por inesperado y fortuito nos afecta, y crea un sentimiento espontáneo y delicado. Este amor es sorprender a un ser que nos impresiona, en su retiro o alma escondida. Como estamos situados en el mundo, no podemos sustraernos al asombro, a la perplejidad que suscitan las criaturas, por ello los amores alternativos despejan el camino hacia el mundo con un sentimiento grave de totalidad.
La salida de sí mismo a que contribuyen los amores alternativos que se suceden apasionados y sutiles pueden llevar también a una peligrosa desintegración. Lo sugiere D. H. Lawrence en su novela Women in love, donde narra la rica vida amorosa de unas mujeres en búsqueda de un amor esencial. Tampoco deben confundirse estos amores con los de un Don Juan, víctima siempre de la seducción, intentando penetrar el misterio de la mujer que, una vez descubierto, la deja y reinicia la eterna aventura del conocimiento erótico. Por estas razones, para vivir verdaderos amores alternativos es necesario previamente un sentimiento esencial del amor que asegura la unidad del ser que somos y que es el resultado de la capacidad de entrega, de la negación del yo para realizarse en otro. Esta contradicción viva se resuelve en una síntesis suprema: el yo se refugia en el ser que ama, objetivando la propia subjetividad. Es así que salva su alma o la inmortaliza, idea más platónico-griega que cristiano-judaica, porque no existe esa agonía o lucha dramática entre alma y cuerpo, que pensaba Unamuno, pues el alma es corporal y el cuerpo anímico, como sostiene la psicología experimental contemporánea. El sentimiento esencial del amor salvaguarda de los peligrosos avatares del amor alternativo y garantiza la conservación de la identidad personal. Sin embargo, la vida del amor esencial es tan dulce, tierna y pacífica que crea angustia, "esa quietud del lago del alma" que experimentó Unamuno en Puebla de Sanabria, y también conmovió a Proust al contemplar el cuadro La vista de Delft, de Vermeer, que describe "le petit pan de mur jaune". En una atmósfera de tan tranquila armonía es natural que crezca y prolifere el sentimiento de monótona dulcedumbre entre dos seres cuando llegan a identificarse hasta el extremo de sentirse como si fuesen un solo cuerpo.
Frente a la soledad recíproca que crea la llamada unidad perfecta amorosa, los amores alternativos abren las perspectivas de los otros seres y hacen tomar conciencia del mundo ancho y ajeno. Así, el yo puede sentirse plural, multifacético, más corporal que anímico. Al amar a unos y a otros se sale del egoísmo de la identidad para entregarse y constituirse como seres altruistas. Los amores alternativos son amplios, generosos, no se limitan a una persona ni se fijan unilateralmente en ella, conviven con el nosotros, o sea, la totalidad viviente. Éste es el instante auroral del amor alternativo. Más tarde se llega a descubrir el tú del otro, al establecer una relación de entidad afectiva que culmina en la fusión corporal de sus almas distintas y hasta opuestas. No podemos ignorar que los amores alternativos son peligrosos, al conllevar la amenaza de disolución del yo y también porque a quien se ama es una desconocida. Por ello, Jens-Peter Jacobsen, en su novela Niels Lyhne, describe los primeros encuentros amorosos de sus personajes, tanteándose los amantes entre penumbras para descubrir sus verdaderos rostros.
Ahora bien, el amor alternativo puede esquivar estos peligros, porque no es posesivo ni quiere ser eterno, y tampoco se constituye en pasión dominante por el objeto amado. Se limita al recreo contemplativo en la admiración sosegada por el alma del otro ser, y la unión corporal no llega a ser jamás definitiva. Todo amor alternativo es plural, vasto, porque a un ser que nos atrae se le puede sustituir inmediatamente por otro, sin que lleguemos a desgarrarnos ni dolernos por una ruptura que habíamos anticipado ya al entregarnos. Vivamos, pues, amores alternativos como remedio necesario para salir del ensimismado existir del amor esencial, para abrirnos a la variedad y riqueza múltiple del mundo. Cierto es que al final de estos amores acecha la melancolía secreta del alma, ansiosa siempre de perennidad, de sentimientos extensivos y profundos. Une passante, el poema soneto de Baudelaire, expresa el ideal paradójico de los amores alternativos: "... Fugitive beauté / dont le regard me fait soudainement renaître, / ne te verrai-je plus que dans l'eternité?". La esencia última de estos amores es un mirar hondamente los ojos de la mujer que pasa, abrazarla y dejarla desaparecer al doblar una esquina. Como sugiere Walter Benjamin, los amores alternativos sólo se pueden vivir en las grandes ciudades modernas que nos ofrecen esa polivalencia de miradas abiertas y la posibilidad de elegir entre ellas.
es ensayista, autor de La melancolía.
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