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Tribuna:EL ACUERDO DE LIBRE COMERCIO ENTRE MÉXICO Y EE UU
Tribuna
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¿Una nueva panacea?

Los presidentes Salinas de Gortari y Bush están dando los últimos retoques a lo que será el próximo acuerdo de libre comercio, free trade agreement (FTA), entre sus dos países. Para ambos, los beneficios que reportará el FTA a las economías mexicana y estadounidense compensarán en creces los inconvenientes previsibles. Inconvenientes, además, que son, a su juicio, de escasa entidad. No obstante, los efectos negativos del acuerdo pueden ser mayores de lo previsto.El acuerdo México-EE UU es la segunda fase, tras la Firma, en 1988, del FTA entre Canadá y EE UU, del proceso dirigido a. constituir, antes de Finales de siglo, un bloque comercial tripartito en el norte del continente americano: el North American Free Trade Area (NAFTA). Tal integración dará lugar a un mercado de más de 360 millones de consumidores y reunirá una producción anual conjunta superior a los seis billones de dólares, una cuarta parte más que el PIB de la CE. Otra característica destacada del NAFTA es que se tratará del primer caso de integración Norte-Sur, al implicar a dos de los países más ricos del mundo y a una nación del Tercer Mundo de ingresos medios y con una renta per cápita que apenas alcanza la quinta parte de la correspondiente a EE UU.

El FTA de México con lo EE UU ha sido criticado, como es natural, por los partidarios del libre comercio multilateral. A su modo de ver, los acuerdos bilaterales, preferenciales y regionales son claramente inconsistentes con el sistema de libre comercio (multilateral, no discriminatorio y universal) promovido por el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y sólo son admisibles en el caso de que conduzcan a una unión política, como en la CE. Además, EE UU, al promover ese acuerdo, se ha cerrado a sí mismo, en opinión de los economistas liberales, la posibilidad de criticar a otros países que persigan arreglos similares.

Pero existe otro tipo de consideraciones, menos abstractas y más fácilmente perceptibles, sobre el FTA. Las ventajas que la Administración de Bush espera del acuerdo son diversas, aunque todas están englobadas en un único objetivo: constituir un bloque comercial propio equivalente al que se está creando en la CE y al que parece estar dibujándose, mucho más lentamente, en el este y surdeste de Asia. En particular, la integración comercial permitiría a las empresas estadounidenses acceder con más facilidad, gracias al desarme arancelario que supondrá, al mercado interno mexicano (90 millones de personas), y obtener, en virtud de los bajos costes del vecino meridional, componentes y otros imputs a bajo precio. Además, el acuerdo garantizaría una política proestadounidense en México y fomentaría su desarrollo económico, lo que ampliaría su demanda de productos made in USA y reduciría la emigración transfronteriza, que tantos problemas causa en algunos Estados de la Unión.

En el caso del Gobierno mexicano, lo que pretende Carlos Salinas de Gortari es nada menos que convertir su país en una nueva potencia industrial, a la imagen de, por ejemplo, Corea del Sur. A su juicio, el FTA asegurará el acceso de los productos mexicanos al cada vez más cerrado mercado de EE UU y supondrá una entrada masiva de inversiones extranjeras, de la mano de empresas estadounidenses atraídas por los bajos salarlos y de compañías europeas y japonesas interesadas en abastecer, por la puerta trasera, a los prósperos consumidores de EE UU. Ese flujo de capital crearía puestos de trabajo, incrementaría los salarios y, sobre todo, impulsaría, vía efectos de arrastre, el crecimiento y la diversificación industriales del conjunto del país.

Inversión fronteriza

Este último aspecto es especialmente importante. Hasta el momento, la mayor parte de las inversiones extranjeras industriales efectuadas en México se han dirigido a crear maquilladoras, es decir, fábricas instaladas en la zona fronteriza del norte por compañías multinacionales interesadas en acceder a una mano de obra barata (con sueldos equivalentes al 7% de los vigentes en EE UU) y en ensamblar componentes estadounidenses para obtener un producto final destinado a ser exportado, en condiciones preferenciales, a EE UU. Pese a que la industria maquilladora genera 450.000 puestos de trabajo (un 12% del empleo manufacturero total) y constituye, tras el petróleo, la segunda fuente de divisas del país, tiene algunos inconvenientes notables. Consiste casi exclusivamente en actividades de baja tecnología y sus efectos de arrastre (es decir, la difusión de su crecimiento a otros sectores y regiones) son prácticamente nulos: el 97% de sus imputs no laborales es importado, y la casi totalidad de su producción es exportada. Para México, una de las ventajas del FTA es que la liberalización comercial completa generará en teoría una segunda ola de inversiones extranjeras, en las que tendrán mucha mayor importancia las efectuadas en actividades más intensivas en capital y dirigidas a fabricar productos con mayor conten Ido local, es decir, con más componente fabricados en el interior del país.La realidad puede ser muy diferente del panorama dibujado por las optimistas previsiones de los dos Gobiernos. Para empezar, muchos sindicatos (y, en especial, la AFL-CIO) así como numerosos grupos ecologistas de EE UU, se oponen al acuerdo. Para los primeros, su efecto principal será la destrucción de puestos de trabajo estadounidenses, que se remplazarán por empleos mexicanos, ya que son entre 6 y 14 veces menos costosos. Muchas empresas cerrarán sus factorías en EE UU con el fin de abrirlas acto seguido en México. Para los segundos, la enorme diferencia en la amplitud y, sobre todo, el grado de aplicación, entre los dos países, de las normas de protección del medio ambiente incentivará la instalación de fábricas contaminantes en México, país muy afectado ya por problemas ecológicos, especialmente en la capital y en la región septentrional.

Los partidarios del acuerdo contraargumentan que la deslocalización empresarial no será masiva, ya que los bajos salarlos no lo son todo y que existen factores de contención de la misma, como las inadecuadas infraestructuras o los problemas administrativos existentes en México. Además, afirman que las inversiones en la industria maquilladora, que llevan efectuándose más de 20 años, no han generado desempleo en EE UU. Consideran también que la pérdida de puestos de trabajo, caso de producirse, se vería compensada con creces por la creación de empleos resultante del incremento de las exportaciones estadounidenses a México. Entre 1986 y 1989, el superávit comercial no energético de EE UU con México aumentó de 1.200 a 2.100 millones de dólares, lo que habría creado unos 100.000 puestos de trabajo. También afirman que el FTA supondrá una homologación de las leyes de protección ambiental y una mayor aplicación de las mismas por parte del Gobierno mexicano. Por el contrario, los ecologistas temen que se produzca un ajuste a la baja, es decir, una degradación de las leyes sobre el medio ambiente en todo el norte del continente.

Aunque el carácter del impacto del FTA sobre el nivel de empleo en EE UU y sobre la situación ecológica de la región es dudoso, lo que sí parece claro es que se registrará una presión a la baja sobre los salarios de la industria manufacturera estadounidense. También resulta evidente que la liberalización comercial, por gradual que sea, puede poner en dificultades a la agricultura de EE UU, especialmente a la hortofructícola, y a ciertos sectores industriales de deslocalización difícil, encabezados por los constituidos por pequeñas empresas. Algunos oponentes al FTA han llegado incluso a esgrimir argumentos cargados de demagogia, pero de hondo calado entre la población, como que el FTA facilitaría el tráfico de drogas entre los dos países o permitiría la entrada de productos alimenticios tratados con pesticidas no autorizados en EE UU.

En cuanto a México, es más que dudoso que el FTA suponga un flujo masivo de inversiones foráneas. Las insuficiencias de infraestructura (teléfonos y carreteras de mala calidad, suministro de electricidad no garantizado...) y los problemas de tipo administrativo (papeleo, inadecuado sistema legal, corrupción...) pueden contrarrestar el afán por disponer de una mano de obra más barata. Además, como los estadounidenses quieren evitar que México se convierta en una cabeza de playa de la penetración asiática en su mercado, el FTA incluirá unos estrictos requisitos de contenido local con objeto de impedir la instalación de fábricas destornillador (screwdriver plants, dedicadas al mero ensamblaje de componentes importados) japonés o coreanas, lo que puede desanimar a algunos inversores de esa región. No hay que olvidar tampoco que en 1989 México ya liberalizó de manera significativa las inversiones extranjeras, pese a lo cual las empresas multinacionales han seguido interesándose preferentemente por el este de Europa o el surdeste de Asia. Es difícil que el FTA consiga desviarlas de allí.

Estructura arancaleria

Por otra parte, a causa de la pobreza reinante en México (que afecta al 50% de la población), del fuerte crecimiento de la oferta de trabajo (cada año ingresa en el mercado laboral un millón de personas) y de la alta tasa de desempleo (que ronda el 30'% en casi todo el país), es ciertamente dudoso que las inversiones extranjeras hagan crecer salarios y puestos de trabajo hasta el punto de reducir de forma apreciable la emigración. También es discutible que esas inversiones se dirijan a partir de ahora a actividades de alto contenido tecnológico y de aprovisionamiento local. Las maquilladoras no son sólo el resultado de la estructura arancelaria de EE UU, que, mediante sus partidas 806.30 y 807.00, de tráfico de perfeccionamiento pasivo, permiten Fijar el arancel sobre únicamente el valor añadido en el extranjero, y que se modificará como resultado del acuerdo. Esas inversiones en actividades de ensamblaje son producto también y, sobre todo, de las propias estrategias empresariales, consistentes en trasladar a las zonas de bajos salarlos sólo las fases del proceso productivo que utilizan mucha mano de obra. Por ejemplo, se estima que la deslocalización a México sólo es rentable en aquellas actividades con costes laborales equivalentes a un mínimo del 30% de los costes totales, situación que no se registra en los sectores en los que piensa Salinas de Gortari para industrializar su país.Cabe indicar también que el FTA supondrá un espaldarazo del Gobierno estadounidense al actual sistema político mexicano y que puede interpretarse como un medio para prolongar el peculiar y poco democrático régimen vigente. A la vista de todas esas consideraciones, no es de extrañar que Cuauhtémoc Cárdenas y su Partido de la Revolución Democrática se opongan al acuerdo. A su juicio, no sólo hará crecer la desnacionalización y la subordinación de la economía mexicana, sino que hará más lenta la transición hacia un sistema multipartidista.

Pablo Bustelo es profesor titular de Estructura Económica en la Escuela de Estudios Empresariales de la Universidad Complutense.

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