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Predicando el thatcherismo

La ex primera ministra británica siembra su evangelio en conferencias de cinco millones de pesetas

Margaret Thatcher ha vuelto en estos últimos días a zarandear el barco del conservadurismo británico y al propio John Major con juicios que demuestran que no termina de asumir su condición de ex o, al menos, que no va a permitir que se arrastre su legado por las callejas. Lo ha defendido con fiereza, en particular el poll tax, y, desde su entorno, se ha dejado Filtrar la existencia de un cierto desencanto suyo con las obras de su sucesor, bien que desmentido oficialmente. Thatcher cabalga de nuevo y la adrenalina se la han subido los vítores escuchados en sus recientes visitas a Moscú y Suráfrica. Cientos de estudiantes moscovitas se partieron las manos aplaudiendo a Thatcher, que vio interrumpida su media hora de discurso en más de una docena de ocasiones.

Thatcher defendió ante los estudiantes la necesidad de seguir apoyando a un Mijaíl Gorbachov cada vez más cuestionado dentro y fuera del país; la pertinencia de seguir sacrificándose por la consecución del objetivo irrenunciable de la libertad política, y lo indispensable de abandonar el centralismo económico y la interferencia del Estado."Ya quisiéramos tener a alguien de su estatura aquí. ¿Desearía convertirse en primera ministra de nuestro país?" , preguntó un estudiante a una Thatcher exultante. "Sí se presentara a las elecciones de aquí, ganaba diez veces seguidas".

Esta intervención bien pudo servir a Thatcher para divagar egoísta y melancólicamente sobre la ingratitud de su propia casa, que, ignorante ella, prefirió arrojar a la basura la miel que otros se mueren por probar. Una semana antes, las escenas de Moscú habían tenido un ensayo general en Suráfrica, donde la ex primera ministra también fue recibida en loor de multitud.

Estas dos visitas marcaron, aun con esporádicas miras hacia atrás, el comienzo de lo que ella piensa hacer en el futuro: dedicar todo su tiempo a predicar por el orbe el evangelio del thatcherismo. Un orbe relativo, bien es verdad: EE UU y Japón, para recaudar los fondos que le han de permitir la siembra de sus ideas en la Europa del Este, con esporádicas incursiones en la arena política de las islas británica, como las tracas de estos días, que serán inevitables cada vez que se plantee la cuestión europea.

Antes de estos dos viajes, Thatcher dio continuas y flagrantes muestras de no haber asumido anímicamente la humillación de su derrota en las elecciones de noviembre por el liderazgo del Partido Conservador. "En política hay que tener nervios de acero. Si te dejas guiar por los sondeos de opinión no ejerces el liderazgo, sino que incurres en seguidismo. Esperas que el partido esté contigo cuando llegan tiempos malos. Algunos no lo hicieron. ¡Es absurdo! Se asustaron", declaró hace casi tres meses en la televisión norteamericana. "Nunca he sido derrotada por el pueblo", dijo un montón de veces por la misma época a la revista Vanity Fair, también norteamericana, pues con, la prensa británica no quiere saber nada. "Nunca he sido derrotada en una elección. Nunca he sido derrotada en una moción de censura parlamentaria".

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Un enigma que Thatcher ha de resolver de inmediato es si abandona o no la Cámara de los Comunes, a la que apenas ha acudido tres veces desde su expulsión de Downing Street. La entusiasmada acogida que ha recibido en estas sus dos primeras incursiones políticas en el exterior deberían ayudarle a dar el paso: existe un mundo que está ansioso por verla y escuchar lo que tenga que decir.

Volver o no volver

Sus allegados le ofrecen consejos contradictorios. Los hay que le piden que renuncie al escaño y pase a la Cámara de los Lores como lady Thatcher, condesa de Grantham, su ciudad natal. Denis, su marido, se encuentra entre ellos. Otros, en cambio, cantan como sirenas a su oído que el país la necesita y que su presencia en los Comunes es una garantía contra el destrozo de políticas puestas en marcha por ella durante la pasada década. Algunos incluso la tientan con la idea de que el país podría volver a reclamar su presencia al timón de la nación.

La ex primera ministra tiene ya 65 años, y la eventualidad de una ajustada victoria conservadora en los próximos comicios que le obligara a acudir continuamente a votar a última hora de la noche en los Comunes no es un plato de gusto. Bernard Ingham -tan fiel secretario de prensa, confidente y estratega que se ganó a su lado el título de Rasputín de Yorkshire- le ha dado un consejo desde la distancia: "Consíguete un trabajo propiamente dicho, o si no, escribe un libro. Creo que hay demasiados problemas en seguir en los Comunes porque se harán toda clase de interpretaciones de ello", es decir, de sus comentarios sobre los avatares políticos.

El libro de que habla Ingham son las memorias de la ex primera ministra, un proyecto del que se viene hablando desde el mismo día de su derrota y que no termina de cuajar. En un principio se especuló con que podrían llegar a pagarse hasta siete millones de libras (unos 1.300 millones de pesetas) por el manuscrito, pero ahora mismo se deja en apenas dos. "No tenemos prisa en escribir las memorias ha dicho Thatcher.

"Queremos estar seguros de que constituyen una vigorosamente intelectual relación histórica de lo que hicimos y de lo que ocurrió". Thatcher anda considerando quién ha de ser quien las escriba, alguien dispuesto a abandonar toda pretensión de superioridad mental y a someterse en todo momento al criterio de la dama.

Un hijo en acción

En el episodio de las memorias se ha ganado críticas su hijo Mark, a quien se atribuye una meticonería en los asuntos de su madre que provoca un espanto tal entre los fieles a la ex primera ministra que The Sunday Times llegó a titular hace unas semanas: "Mark está destrozando tu vida', le dicen amigos a Thatcher".

Al parecer hubo un momento en que estuvo a punto de lograrse un acuerdo para publicar el libro a cambio de unos 3,5 millones de libras (650 millones de pesetas), pero Mark consideró que el documento valía más y dijo que Robert Maxwell estaba dispuesto a pagar 10 millones (casi 2.000 millones de pesetas) por él. Y hasta hoy.

El continuo merodeo del hijísimo en torno a la madre -la otra hija, Carol, melliza de Mark, ha optado por un discreto segundo plano, también auspiciado por la madre, que considera a Mark como la niña de sus ojos- tiene en el disparadero a tirios y troyanos. Los más estirados le acusan de pretencioso y ponen como ejemplo de sus ínfulas infantiles el que se refiera al presidente George Bush por su nombre de pila.

El desagrado que provocan las actuaciones de Mark ha retrasado la consecución de fondos para la puesta en marcha en Londres de la Fundación Thatcher, un centro de estudios análogo a las fundaciones que establecen los presidente norteamericanos al retirarse, que carece de precedentes en el Reino Unido y que Thatcher quiere convertir en el faro que oriente al mundo, en especial a los países del Europa oriental, en la elección de su rumbo político y económico.

La presencia del hijo -que regenta en Tejas, entre otros negocios poco definidos, uno de medidas de seguridad para viviendas- ha actuado como elemento disuasorio de algunos contribuyentes con fortunas que hubiesen venido muy bien para las arcas de la entidad.

La Fundación Thatcher no acaba de ver aceptada su preten-

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sión de ser considerada una organización benéfica, lo que significa que en su día tendrá que pagar impuestos.Todo el esfuerzo de Mark está dirigido ahora a conseguir en Estados Unidos del orden de 10 millones de libras anuales para el centro, con métodos de poco tacto, a juicio de sus críticos, en el uso del nombre de su madre.

Margaret Thatcher goza de una buena fortuna por su matrimonio con el millonario Denis, pero, en términos propios, vive casi con lo puesto para el régimen de vida que lleva y sus pretensiones. Después de dejar Downing Street se lamentó de tener casi que vivir de la caridad de unos amigos, que le cedieron gratis unas oficinas y una residencia en el centro de Londres, pues su casa de Dulwich (en la zona sur de la ciudad) resultó estar demasiado a trasmano. Sus ingresos quedaron en las 28.950 libras anuales (5,5 millones de pesetas) que recibía en calidad de parlamentaria, 27.000 para mantener la oficina de su circunscripción electoral en Finchley (norte de Londres) y una pensión de otras 25.000 libras. El Estado le provee, además, de un coche blindado y de continua escolta. Todo ello no era suficiente para responder a sus necesidades como ex primera ministra, desbordada por la llegada de más de 60.000 cartas de apoyo en las semanas que siguieron a su caída.

Ingresos adicionales

La situación llamó la atención de su sucesor, John Major, que decretó que a partir de este año fiscal todos los ex primeros ministros reciban 29,883 libras anuales para ayudarles a hacer frente "a los continuos gastos de oficina adicionales en que han de incurrir por su especial posición en la vida pública", lo que coloca las rentas de Thatcher por encima de las 100.000 libras. De esos ingresos, pocos peniques pasarán a la fundación, que, sin embargo, contará con las minutas que ella va a cobrar a quienes deseen escuchar de su boca la prédica del thatcherismo. Una conferencia de media hora, seguida de un turno de preguntas y respuestas, le supondrá embolsarse del orden de las 27.000 libras (unos cinco millones de pesetas), a las que habrán de añadirse otras 3.000 en concepto de gastos, para transporte y hoteles. Tales tarifas habrán de ser abonadas en los selectos y capitalistas circuitos norteamericanos y nipones, y servirán para financiar misiones en ámbitos tan pobres, prometedores y agradecidos como el de los estudiantes moscovitas o el de los nuevos administradores las nuevas democracias de la Europa oriental.

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