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Tribuna
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La pluma

Sucedió en Padrón. Después de que el Rey firmara en el libro de honor de la Fundación Camilo José Cela, el premio Nobel agarró la estilográfica utilizada por don Juan Carlos y, ni corto ni perezoso, la rompió. "Hago esto", dijo, "para que nadie pueda volver a escribir con ella".Imagino que el público, que incluía al ministro de Cultura y a otras autoridades gallegas, aplaudió este gesto de pleitesía al Monarca cuando advirtió que la pluma, sin ser de pavo real, volaba por los aires a consecuencia del golpe propinado por el pretérito viajero a la Alcarria y futuro marqués de Iria Flavia.

Pero los amantes de los buenos libros y de las buenas plumas nos preguntamos: ¿de qué forma se cargó Cela la herramienta de trabajo? ¿De una patada? ¿De un puñetazo como los que descargaba sobre su mesa Fraga Iribarne, presente en el acto, cuando era responsable de la censura? ¿O de una hábil combinación de golpes con manos y pies, a la japonesa? ¿Cómo no arrancó también, y por la misma razón, las restantes páginas en blanco del Libro de Oro? No existe foto del acto mismo de la destrucción, al menos que yo haya visto, aunque sí la hay del momento que la precedió. El Rey, junto a la Reina, que es amante de las estilográficas, empuña el utensilio. Marina, la esposa de Cela, ocupa, algo mohína, el centro de la imagen. Y el Nobel frunce el ceño desde la esquina con los ojos puestos en el objeto de su premeditada agresión. Parece que esté diciendo: "¡Vais a ver lo que es bueno!".

Y uno se pregunta: ¿qué será más importante, el sujeto o el objeto? ¿El escritor o la pluma? ¿El monarca o la corona? ¿El ministro o la cultura? ¿El artista rompiendo escaparates al estilo Dalí, incluso después de muerto, o el maestro Quevedo, fuera de ellos, pero siempre más vivo que el mejor de sus imitadores?

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