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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poscomunismo

SEGÚN TODOS los datos disponibles los resultados oficiales sólo se harán públicos dentro de varios días-, Borís Yeltsin ha sido elegido presidente de Rusia en la primera vuelta; es decir, por mayoría absoluta. En las grandes ciudades ha superado el 60%, alcanzando porcentajes aún más elevados en Moscú y en Leningrado (por no hablar del 90% de Sverdlosk, el gran centro industrial de Siberia, de donde es originario). Todo ello con el telón de fondo de una alta participación electoral, estimulada, sin duda, por el hecho de que esta vez se ha desarrollado un enconado debate político entre los seis candidatos, con una participación activa de la prensa, la radio y la televisión.La victoria de Yeltsin representa un fracaso muy serio para el partido comunista y para Mijaíl Gorbachov. Tanto más si se tiene en cuenta que en las otras decisiones sometidas a consulta popular los ciudadanos han votado de manera inequívoca en contra de las posiciones recomendadas por el PCUS. Gavriil Popov y Anatoli Sobchak, que, al igual que Yeltsin, han abandonado el PCUS para integrar la coalición Rusia Democrática, han sido reelegidos alcaldes de Moscú y Leningrado, respectivamente -esta vez, por sufragio directo-, con mayorías que superan el 65%. En cuanto al pronunciamiento mayoritario de los habitantes de Leningrado para que su ciudad recupere el nombre antiguo de San Petersburgo, tiene un simbolismo impresionante. La decisión carece de efectos jurídicos -es materia que compete al Sóviet Supremo de Rusia-, pero indica que los rusos quieren enterrar todos los recuerdos -incluso los hasta aquí sagrados- de la etapa comunista.

No es exagerado decir que con la elección de Yeltsin se inicia una nueva etapa política en la URSS. La contradicción entre el rechazo popular al PCUS y el hecho de que éste siga ostentando los máximos puestos del poder se hace cada vez más explosiva. Ello significa que Gorbachov deberá aceptar el peso creciente de Yeltsin en las negociaciones en curso sobre el Tratado de la Unión y que deberá hacer nuevas concesiones a las actitudes más descentralizadoras si no quiere apartarse de una perestroika que él mismo ha presentado como basada en el respeto de las reglas de la democracia. Además, después de lo ocurrido en Rusia, será muy dificil aplazar por mucho tiempo la elección por sufragio directo del presidente de la URSS. Y para afrontarla, Gorbachov se halla hoy en una situación sumamente compleja. Es significativo el fracaso de la candidatura de Bakatin, promovida por él para impedir la elección de Yeltsin en la primera vuelta, y que sólo ha servido para poner de relieve el grado de impopularidad del presidente de la URSS.

A partir de ahora, Yeltsin va a intensificar su actividad internacional. Los Gobiernos occidentales tendrán que asumir la nueva situación que se está creando. Si en temas de seguridad y defensa -y de manera especial en lo nuclear- a nadie interesa que se produzca una dispersión del poder, en otros dominios, culturales o económicos, la realidad de Rusia deberá ser tenida en cuenta. Como acaba de apuntar el ex ministro de Exteriores Shevardnadze en su conferencia de Viena, existe una fuerza política democrática con capacidad para sustituir al PCUS en la gobernación del país, con una amplia capacidad de convocatoria demostrada en las urnas. Gorbachov está obligado a asumir esa realidad. Los votos rechazan su centrismo, y lo que la población ansía, por confusa que sea la imagen que de tal alternativa tenga, es que se implante una economía capitalista.

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