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El ecosistema sociopolítico

La cibernética rige el funcionamiento de los sistemas autorregulados. Sus principios son válidos para cualquier ordenador -que es donde primero y más espectacularmente tuvieron ocasión de verse demostrados-, pero también para cualquier otro sistema de fisiología autocompensada, para cualquier ecosistema, por ejemplo. En concreto, para cualquier ecosistema social, reducto, durante mucho tiempo, de pretendidas inexpugnabilidades entre los análisis basados en la lógica. Los sistemas sociales, en efecto, son ecosistemas y además, por ende, funcionan de acuerdo con la lógica cibernética, mal que pueda ello incomodar a algunos comentaristas excesivamente convencionales (o sea, desfasados). Los sistemas sociales funcionan lógicamente, lo cual no entraña -más bien al contrarío- que lo hagan con la endeble lógica de que antes echaban mano demasiados de sus estudiosos, hecho que indujo a creer que respondían a pulsaciones inexcrutables. Los sistemas sociales funcionan lógicamente, aunque no con la pedestre lógica silogística del Catón, desde luego, pero sí con la lógica estocástica que ha permitido el desarrollo de la informática.Hoy sabemos algunas de estas cosas gracias a los logros de la ciencia, es decir gracias a los avances del pensamiento científico. El pensamiento científico -que no debe confundirse con los benditos artefactos técnicos en que acaba traduciéndose representa la moderna expresión del humanismo más avanzado. Contribuye al progreso del conocimiento humano, y por ello es natural que subvierta enfoques al aportar nuevos instrumentos analíticos. Es un error del humanismo clásico pensar que el pensamiento le concierte en exclusiva y colegir con ello que la ciencia es sólo una habilidad. De hecho, hoy día casi es al revés. Por eso las ciencias sociales o son ciencias o no son sociales. O ejercen de verdadera ciencia del ecosistema social, o no pasan de mitología de la sociedad.

El marxismo dio un gran paso hacia adelante en este campo. Surgió -no por casualidad, sino por azar estocástico y necesario- en pleno auge decimonónico del desarrollo de la ciencia, como aplicación del método científico al análisis de los fenómenos sociales. Marx fue una especie de Galileo de los estudios históricos, por lo que merece todo nuestro respeto (aunque no necesariamente nu estra sacralizada sumisión, primero porque sus limitaciones objetivas eran grandes, y segundo porque ello comportaría una contradicción in terminis: los dogmas son acientíficos, es decir, antimarxistas). Los catecismos ulteriores, las defectuosas aplicaciones técnicas del incompleto análisis científico marxista (véase comunismo) y la trágica falta de talla de tantísimo epígono cruel y cerril nos sumieron en un universo gris y aberrante del que estamos saliendo a duras penas. Pero el principio sigue más válido que nunca, justamente porque el fracaso de su burda aplicación nos demuestra la nobleza de un método que no admite chapuceros.

Todó ello me viene al ánimo a propósito de la realidad social de nuestro mundo, y de nuestro submundo estatal en concreto. El aparente triunfo momentáneo del pensamiento de derechas -o sea, de la falta de pensamiento, puesto que su ideario se basa en hacer, no en reflexionar sobre qué, por qué y con qué objeto se hace- representa el fracaso del método precientífico de pensar, ejercitado en una sociedad construida sobre las consecuencias del método científico de transformar. Mientras la izquierda sea metafísica, la derecha se ocupará transitoriamente de la fenomenología. Por eso, pasado el desconcierto actual, la izquierda debería recuperar rápidamente el método científico de pensar, que es la moderna dimensión del humanismo de siempre y, en resumidas cuentas, la única manera de interpretar razonablemente la realidad de hoy en día.

Las recientes elecciones municipales y autonómicas, con su derroche de payasadas en oficiantes supuestamente serios, son un meridiano y entristecedor e emplo de todo ello. Todos querían ser eficaces, pero casi nadie se proponía pensar honestamente (es decir, incomodantemente). En nombre del análisis socialista de la realidad, un candidato insuficientemente documentado convertía a los catalanes en una partida de bandoleros, puesto que, al no haberles tocado la lotería -¡ay, esa mentalidad de la corte de los milagros!-, sólo robando podían haber llegado donde están (que no es muy lejos, por cierto), interpretación, amén de perversilla y pueril, netamente acientífica, es decir, reaccionaria. Pero sobre todo reveladora: la clásica visión metafísica de la sociedad, en la que lo que ocurre no es nunca autógeno. Por ese camino se comprende que determinados socialistas andaluces culpen de su fracaso parcial al responsable de su campaña electoral, interpretación de un mercantilismo derechista literalmente fascinante en un partido nominalmente de izquierda.

Y todo por desconocer la cibernética y la dimensión sistemática de las sociedades humanas, levantadas a base de agentes sociales que desempeñan los mismos papeles que las diferentes especies de un ecosistema convencional. Sistemas de producción y de control fundamentados en la eficiencia de captación y transformación de la energía, de estabilidad y de equilibrio basados en la diversidad, de eficacia cimentada en la libertad de relación y en la aleatoriedad de los contactos. Sistemas entumecidos en cuanto algún mesianismo contraría la estocástica, o bloqueados cuando alguna explosión parasítica manda al traste las cadenas tróficas normales. Sistemas, desde luego, con condicionantes morales, los cuales no por importantes y exclusivos de la condición humana dejan de ser parámetros contabilizables.

Pensar con rigor y honradez, admitir con humildad nuestra condición de especie zoológica de comportamiento ecológico -es decir, social- describible en términos biológicos: he aquí un buen reto para espíritus progresistas. El reto galileano de toda la vida, el mejor ánimo renacentista de siempre. El reto, de hecho, de la izquierda que de veras quiere serlo. Para convencer aunque sea perdiendo. O sea, para mejorar. Yo diría que vale la pena apuntarse.

Ramon Folch es doctor en Biología y consultor en gestión ambiental de la Unesco.

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