Asesinato
Quiero pensar que quizá han sido muy afortunados dos de los autores del atentado de Vlc al perder la vida ellos mismos 24 horas después de arrebatársela, de manera tan sanguinaria y cobarde, a cuatro niñas que jugaban en el patio de la casa cuartel de la Guardia Civil.Prefiero pensar que han sido afortunados, porque aún creo que más allá de la barbarie y de la perversión del ser humano existe la desesperación irreprimible de la culpa por un acto atroz ejecutado fría y libremente. Los terroristas muertos aventajan a los que les sobreviven por un solo privilegio: en el silencio y en la oscuridad de cada noche ya no oirán los gritos de espanto de sus víctimas, ni verán sus cuerpos mutilados, mientras que los otros, sí. La angustia de su pesadilla será interminable.
La organización criminal se irá repartiendo entre cómplices y encubridores los dividendos de infamia y de locura que genera su siniestro oficio. El control remoto del miedo a perecer les hace utilizar mando a distancia con el que activan la bomba y revientan el patio de recreo infantil, mientras ellos, defensores valerosos de la tiranía, se agazapan debajo de las piedras a escuchar la explosión.
Ya es hora de negociar con ETA, propuso Arzalluz arropando a los verdugos. Me da igual que lo dijera antes de la matanza, después de la matanza, o entre dos matanzas. Lo que pide este señor no es paz, sino garantía de su futuro político.
Y HB vuelve a darnos prueba de su sensibilidad moral, si es que aún sospecha que nos hace falta, al no condenar el atentado terrorista, aunque comparte el dolor de las víctimas. Su silencio hubiera sido más digno que esta manifestación de ofensiva condolencia. Pero desengañémonos: no hay que esperar dignidad, y aun menos exigirla, de quienes se benefician del asesinato.
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