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Serra no es Guerra, ni lo pretende

El vicepresidente utiliza una oratoria mesurada que no exalta a los oyentes

Enric Company

La oratoria del vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra, es la antítesis de la de su antecesor, Alfonso Guerra. Éste apunta al corazón de sus oyentes; aquél, a la cabeza. Por eso, a los militantes del PSOE que acuden a los mítines de Serra ni se les ocurre pedirle, como le reclaman a Guerra, que dé caña a la derecha. Lo más duro que dice Serra de la derecha es que carece de alternativas a la acción de los socialistas. Esto puede producir satisfacción política, pero no inflama los corazones de un público en el que predominan jubilados deseosos de retórica más dura.

El plan de vivienda preconizado por el PSOE en esta campaña se ha convertido en el ejemplo predilecto de Serra en sus mítines, lo mismo en Mataró o en Terrassa (Barcelona), que en Málaga o en Guadalajara, para demostrar que la fuerza de los socialistas radica en su capacidad de actuar coordinadamente desde todas las Administraciones: la municipal, la autonómica y la central.El camino seguido para superar la abrupta divergencia inicial entre diversos sectores socialistas sobre este plan constituye, repite Serra, un ejemplo de coordinación, unidad y eficacia política. "Si nuestras discusiones han de dar siempre por resultado un plan como éste, bienvenidas sean", afirma.

Aunque la coordinación entre los ministros del Gobierno y entre el Gobierno y la dirección del PSOE es uno de sus principales cometidos como vicepresidente, Serra no se olvida de atribuir a Felipe González todo el mérito de haber puesto de acuerdo a la ejecutiva federal del partido, al ministro de Economía, Carlos Solchaga, y a los representantes socialistas en las comunidades autónomas y los ayuntamientos.

Pocos aplausos

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Los pocos aplausos que Serra arranca de los militantes socialistas en los mítines llegan precisamente sólo cuando les cuenta que González es el garante de la actuación coordinada de todos los socialistas. Y más aún cuando el vicepresidente reafirma la unidad en torno al líder "indiscutido e indiscutible", como le calificó en Málaga.

Serra no provoca entusiasmos con sus discursos, ni lo intenta. No busca encender los ánimos de la militancia. Esto crea una perceptible frustración entre sus oyentes, muchos de los cuales desean marcha, acostumbrados como están a que el anterior número dos del Gobierno se despachase a gusto -y lo siga haciendo, ahora como vicesecretario general del partido- contra la derecha en los períodos electorales.

El vicepresidente sustituye este estilo por un esfuerzo explícito de identificación con la imagen de la izquierda política y dedica siempre una parte de sus intervenciones a recordar que el objetivo de la acción de Gobierno de los socialistas es la lucha por la igualdad, la solidaridad y la libertad.

Uno de los pasajes fijos en sus discursos es el rechazo explícito de que los socialistas se guíen por criterios tecnocráticos. Esta toma de posición no es lo más valorado por el público popular de las barriadas obreras, pero sí es elocuente para los conocedores de los debates políticos e ideológicos entre la élite gubernamental y para los dirigentes del partido que también asisten a estos actos.

El resultado es que los mítines de Serra le tienen a él como principal figura política pero no como animador. Se le despide con la misma discreta ovación con que se le recibe y los mayores aplausos se los llevan otros oradores.

Contacto personal

La tarima y la tribuna de los actos populosos no son, sin embargo, el mejor marco para que Serra despliegue sus dotes para las relaciones públicas. Lo suyo es la proximidad personal, la corta distancia, en la que su capacidad de seducción actúa de otra forma. Por eso, Serra aprovecha la campaña electoral para organizar actos en los que poder estrechar la mano y charlar con los asistentes.

Su interés es, además, que estos contactos sobrepasen el ámbito estricto del partido socialista. En Málaga fue una pequeña recepción en un céntrico hotel con representantes de entidades culturales y deportivas y con los dirigentes de la patronal. En Guadalajara, una cena con candidatos del PSOE a la que asistieron también representaciones cívicas. Un acto en Zaragoza al que sólo iban a asistir candidatos del PSOE fue suprimido de su agenda.

En los tres mítines en los que ha participado en Cataluña ha procurado saltar rápido del estrado cuando han terminado los discursos y sumergirse en el baño de pequeñas, aunque apretujadas, multitudes. Estrecha manos y dice poco más que hola a los asistentes que ocupan las primeras filas de los mítines socialistas. Pero de él emanan los efluvios del poder, en su caso mezclados con un esfuerzo de afabilidad, que aprecian. Por eso la gente dice: "Es soso, pero está bien".

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