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El asesino del practicante era zurdo

El 11 de junio de 1988, José Piñeiro Piñeiro, de 77 años, estaba feliz con su familia celebrando una primera comunión. Era sábado, pero no podía olvidarse de sus pacientes. Así que pidió a los suyos que le disculparan porque tenía que ir a poner una inyección a un enfermo, con el que había quedado citado en su consultorio de la calle del Duque de Alba. Su esposa jamás pudo imaginar que ésa iba a ser la última vez que lo viera con vida: un individuo le asestó una profunda cuchillada en el pecho, posiblemente cuando pretendía robarle el dinero. Tres años después, el criminal sigue sin detener.

José Piñeiro, natural de la localidad pontevedresa de Salvatierra de Miño, abandonó la reunión familiar y se dirigió a su domicilio consultorio, situado a pocos metros de la plaza de Tirso de Molina. Durante el trayecto decidió entrar en una zapatería para pagar el par de zapatos que había adquirido el día anterior. Sacó descuidadamente un montón de billetes de un bolsillo del pantalón y pagó lo que debía.Su hija Cristina cree que es posible que un delincuente pensase que era una presa fácil, tras ver a través del escaparate cómo Piñeiro se guardaba el dinero. Si esta sospecha fuera cierta, es probable que dicho individuo siguiese a la víctima.

El agresor esperó a que Piñeiro entrase en la vivienda. Éste, que "era muy confiado y abría a todo el mundo", no tomó ninguna precaución para comprobar quién llamaba al timbre. O quizá pensó que se trataba del paciente con el que había quedado citado. Quién sabe... Lo cierto es que el homicida, que empuñaba en la mano izquierda un gran cuchillo, irrumpió en el consultorio y exigió a la víctima que le entregase el dinero. El anciano practicante hizo lo único que podía hacer: pedir socorro a gritos.

Piñeiro voceó una y otra vez el nombre de su vecino, que en ese momento estaba ocupado atendiendo a su hijo, por lo que éste rogó a su esposa que fuera a ver qué le ocurría. La mujer llamó a la puerta del consultorio y salió a abrirle el propio homicida, que le dio un empujón y huyó escaleras abajo. Casi al mismo tiempo, ella vio al practicante tambalearse y caer fulminado al suelo con el pecho atravesado por una puñalada.

Sin dudarlo un instante, echó a correr tras el asesino, mientras pedía a gritos a los transeúntes que le ayudaran a capturarlo. No obstante, nadie le entendió. O nadie quiso problemas. O nadie tuvo el suficiente valor como para frenar la loca carrera de aquel sujeto. De modo que la mujer tuvo que abandonar la persecución al comprobar que el criminal se perdía en medio de la ciudad.

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Sospechoso en libertad

Poco después del homicidio, la policía detuvo en una casa de socorro a un joven que presentaba una herida en un brazo. Pero la vecina del practicante aseguro que no se: trataba del mismo sujeto al que: ella persiguió. El detenido declaró que la herida se la había causado un desconocido en una reyerta. Y, a falta de pruebas, fue puesto en libertad.

"Según nos dijeron, a mi padre lo mataron con un arma blanca que tenía una hoja de casi 10 centímetros de anchura. El asesino era zurdo. Por eso mi padre tenía la herida en el lado derecho del. pecho", cuenta su hija.

Los encargados de la investigación sospecharon que el asesino fue un drogadicto que muy posiblemente sólo quería dinero con el que comprar heroína. Pero no tuvo tiempo de arrebatar a la víctima el fajo de billetes que llevaba. La imprevista llegada de la vecina se lo impidió.

"Los policías estuvieron en casa dos o tres veces, miraron las agendas tratando de encontrar alguna pista, y al final no llegaron a nada. Yo creo que el caso quedó archivado y nada más", dice Cristina Piñeiro. "Desde entonces no hemos vuelto a saber nada. Ni ellos me han llamado ni nosotros les hemos llamado a ellos", añade con amargura.

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