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Toros grises y marrones

Las primeras corridas de la Feria de San Isidro se exhiben en la Venta del Batán

La civilización urbana se complace cuando le llevan a la ciudad un pedacito de vida rural en estado puro. Madrid tiene cada año esta complacencia con la llegada de los toros bravos que habrán de lidiarse en la famosa Feria de San Isidro y su exhibición en la Venta del Batán, dentro del recinto de la Casa de Campo. Y allá se van muchos madrileños, por millares, para admirar la estampa del toro bravo, comentar su trapío, sorprenderse de que no todos los toros sean negros y los haya grises o marrones y analizar su comportamiento.

Analizar el comportamiento de los toros bien quisieran hacerlo los aficionados, pero en el Batán no hay más comportamiento toruno que comer, beber, dormir, rascarse en el arbolito que crece en el centro de la corraleta, caminar un poco, husmearle el meano a un compañero desde la más absoluta des vergüenza y, cuando no hay otra cosa que hacer, mirar al público con ojos de perplejidad. A lo mejor los toros también ven al público gris, marrón, bragao, berrendo, todo eso.Aficionada o no, la gente disfruta contemplando los toros y luego se da el gusto de pasear por aquellos parajes campestres, donde hay bar restaurante pero también hierba, y hay placita de tientas propiedad de la Escuela Taurina, y junto a las corraletas, un amplio patio de mayorales donde se recuerdan en azulejo los fastos ganaderos de la isidrada, desde que empezó aquel mayo histórico de 1950.

También se recuerda en un azulejo, destacado en lo alto, a "Don Francisco, el de los Toros" -o sea, Goya-, y en otro equidistante, a "Don Livinio Stuyck, creador de la Feria de San Isidro". Y es verdad; todo es verdad. Don Francisco, con su inmortal Tauromaquia, era el de los toros por antonomasia, mientras don Livinio -nadie le despegó jamás el donera el gerente de la empresa de Las Ventas y se le ocurrió -como quien no quiere la cosa- que en Madrid, por San Isidro, debería haber feria y meter en un apretado calendarío todo el famoso abono madrileño que, durante décadas, lo había sido de temporada.

Aquel año inaugural ya instituyó el Ayuntamiento trofeo para el toro más bravo y lo ganó Fuentes, de Felipe Bartolomé, lidiado el 21 de mayo. En 1951, el toro más bravo fue un Pablo Romero. Lo dicen sendos azulejos. El último azulejo conmemorativo que figura allí corresponde al toro más bravo le 1989 (según el Ayuntamiento; se admiten discrepancias) y era Enrejado II, de Sepúlveda.

La torada panorámica

Los mayorales de las ganaderías cuyos toros están en la Venta del Batán ya han visto tantas veces esta pared azulejada, que ni se percatan. Muchos mediodías y muchas anochecidas toman asiento ante las grandes mesas que están en el patio a su disposición, y allí almuerzan, o se meriendan una ensalada, aunque estos días de frío no apetece en absoluto estar al raso y la mayoría prefiere el restaurante. Además, desde allí, se contempla panorámica la torada, que no conviene per der de vista.

Aficionados puros -y duros- examinan el ganado con ojo clínico, y la apreciación res pecto al que ya hay en el Batán es, en general, buena. Las primeras corridas tienen aprobado y algunos ejemplares merecen la calificación de notable. Hay abundancia de coloraos -los toros marrones, que llaman-, y en la corrida de José Escolar, muy en el tipo santacoloma, muy acucharada de cornamenta, todos son cárdenos o entrepelaos -o grises, que llaman también- La de Garzón viene muy desigual. Dos de los toros quizá ni pasen el reconocimiento veterinario, mientras otro es uno de los de más trapío que hay en la Venta, lo cual no impide que sea excesivamente astigordo, y este es mal que se aprecia en otros ejemplares de la misma corrida.

Novillada guapa de cara

En cambio está muy parejita la novillada, guapa de cara, bonita de lámina, con tres negros y tres jijones. Coloraos son asimismo tres Peñajara, si bien con matices de pelaje difíciles de precisar durante la visita, ya que se pasaron tumbados horas. Pareció que de estos había un retinto, un colorao anteado, otro albardado.

El resto de las corridas, francamente, no se pudo ver a conciencia. Tanto los toros de Joaquín Núñez como los de Cebada Gago estaban sentados en un rinconcito de sus respectivas corraletas, todos juntos haciendo corro, y solo les faltaba echar la partida de mus. A lo mejor la estaban echando, al bovino estilo. De cualquier manera se pudo observar en el medio cuerpo que exponían a la pública consideración, que tenían largura, bien puestas y astifinas defensas.

Y está bien, eso demanda la afición. Pero, sobre todo, que no se caigan. Los aficionados les miraban detenidamente las patas. por si acaso, y no advertían síntomas de síndrome claudicante. Lo que no quiere decir absolutamente nada. Pues por ir a los abrevaderos o a ponerse morados de pienso en los comederos, que tenían a medio tranco, no se iban a caer los toros. A, no ser que los hubieran traído paralíticos.

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