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Solo de Madrid

Juan Cruz

La experiencia de estar solo en Madrid es equivalente a la experiencia de estar solo en cualquier parte. En Madrid, sin embargo, esa experiencia tiene un valor añadido, y añadido en sentido negativo, además. Estar solo en cualquier otro lugar del mundo es estar simplemente solo. En Madrid estar solo es simular que esperas a alguien , y abundan en las barras de los bares ojos impávidos que esperan en vano que por aquella puerta del fondo entre en algún momento el otro lado. Abundan los solitarios en las barras de los bares. Evitan mirarse, pero saben que unos y otros padecen la misma simulación, idéntica soledad, y todos escuchan revolotear las mismas preguntas, pero no saben cómo romper la solidez del silencio, este aire de espera disimulada que adoptan los solitarios en la barra de un bar.

A medida que avanza su estancia en ese lado de acá del bar, mientras el camarero resuelve las cuentas o tararea en voz baja, unos y otros desconocen si deben preguntar la hora, pedir fuego, encontrar en la casualidad de la espera algún tema de conversación que los una. Entre los solitarios que abundan en Madrid hay gente de todos los colores, pero entre ellos no se miran: como si se hubiera edificado a su alrededor un muro de vergüenza, la incapacidad de confesar que en realidad no se espera a nadie.

No son locos ni tienen aspecto desarreglado. Son más bien pulcros, empleados de banca, escritores, algún que otro crítico de arte, ciclistas que ya han hecho la carrera, mujeres al borde, hombres asimismo bordeados por la obligación de tener compañía.

Madrid es como todas partes, y aquí todo el mundo disimula. Nadie podrá saber jamás que en realidad el otro no espera a nadie porque cuando pasa algún tiempo se van precipitadamente, como si fueran a una estación o como si se hubieran acordado de algo.

El último miércoles por la noche en la Gran Vía de Madrid había mucha gente como ésta. Eran ya las doce y había en la esquina de la Telefónica un hombre que llevaba en la mano una guía de teléfonos. Otro, con corbata y traje de haber venido de una cena, se tambalea levemente, y de pronto recupera el paso como si se estuviera levantando de una siesta. Además hay gente echada en un portal como si hubieran fumado muchísimo. Caminamos entre ellos y sabemos que no va a pasar nada. Lo que ocurre es que uno lee mucho los periódicos y ve navajas por todas partes.

Sórdida música

No pasa nada, ya lo hemos dicho. Unicamente que en esta calle ha tomado aposento una música sórdida que canta sin voz sobre los hombros de los animales que revolotean como mariposas blancas sobre las bolsas de la basura.

Luego, en la barra de los bares solitarios, personajes silenciosos como éstos adoptan la cara veloz de Bacon y miran como Samuel Beckett este rostro de Kafka que tiene la vida en la gran ciudad. No hay nadie entre estos solitarios que se diga nada., que confiese la mala fama de su pecado interior, y nadie levanta la mirada por encima del ojal de la chaqueta de los otros.

Nada por hablar

De repente a estos personajes de la barra de después de la medianoche se les muere Graham Greene, o Max Frisch sin ir tan lejos, y tampoco eso produce conversación alguna: parece que no les queda nada por hablar, y ni siquiera Maradona, Hugo Sánchez, Ussía, Mendoza, Guerra, o el otro, les dan tema para salir del bar habiendo hablado con alguien.

Hay uno que entra rompedor y habla con la chica de la barra. Lleva en su mario un maletín de cuero. Ella no ha dormido en toda la noche, y él se titula a sí mismo el yuppie del año, pero que no se le olvide el maletín que ella guarda, porque es mi arma de trabajo, mi perdición, tío". "¿Y tú cómo estás?" "Cada vez mejor, pero me tengo que organizar". Abundan estos también., que traban contacto enseguida, locuaces bebedores de la noche que no se paran ante barrera alguna, sabios del amanecer y de la lujuria, dueños de su destino.

Los solitarios los miran con la envidia con que los niños miran a los payasos, pero ellos siguen enfrascados en su silencio. Uno entra y por no hablar pide por señas el contenido de su bebida. En la calle han quedado centenares de coches que son carne de robo, chatarra para más tarde, Ojos secos de una población que duerme mientras estos de aquí abajo permanecen en un silencio atosigante, como si acabaran de llegar al mundo y éste les hubiera disgustado para siempre.

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