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Tribuna
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Atacar al villano

Podría echarse mano una vez más de la devaluación para mejorar las expectativas de las industrias exportadoras, pero el resultado positivo no sólo no es necesario ni duradero, sino que no es posible en la disciplina cambiarla aceptada con la CE. En cualquier caso, sería enfriar la calentura, no atacar sus causas. Hay que buscar alternativas de alcance más profundo. Entre otras, atacar al villano que de una forma u otra aparece en la sintomatología de la trama: los tipos de interés. En España son muy elevados ya que no sólo no reflejan la rentabilidad de] sistema real de la economía, sino que expulsan las inversiones en activos reales, dada la atracción de los activos financieros (junto con las inversiones inmobiliarias) y además atraen capital extranjero, sobrevalorando el tipo de cambio.¿Solucionaría los problemas la baja de los tipos de interés? Algo tan deseable tampoco es factible de inmediato, pues es un reflejo de causas más profundas que hay que atacar para no ver comprometido el desarrollo futuro. Por ello, vamos a señalar algunos campos en los que hay margen de maniobra, todos en el área de lo que podría llamarse economía de oferta, es decir, mejora de la competitividad del sistema económico.

1. Contención del déficit público. El gran beneficiarlo del boom español ha sido el sector público. Sus rentas en la última década pasaron de 4,6 billones de pesetas en 1980 a 17,4 billones en 1989 (en términos reales experimentaron un incremento del 65% en 10 años, mientras el PIB lo hacía sólo en un 28%). Pues bien, este accionista omnipresente de los frutos económicos pide moderación a los agentes económicos, cuando ha revelado en la última década una tenaz incapacidad para contribuir en un ápice al enfriamiento de la economía. Todavía en 1990 el consumo privado crecía en un 3,5%, mientras que el público lo hacía al 4%, por lo que éste sigue ganando puntos en el PIB. El déficit público se mantiene, en los cuatro últimos años de bonanza, en la proximidad del 3% del PIB, con manifiesta contribución, al crecimiento de los tipos de interés.

En 1989, la presión tributaria se incrementó en 2,4 puntos porcentuales del PIB, superando ampliamente las previsiones presupuestarias. Pues bien, más de las cuatro quintas partes del ingreso no previsto se dedicaron a incrementar los gastos corrientes (más allá del mandato presupuestario inicial). Y esta situación no es anormal. En 1987 se esperaba que el consumo público creciera un 2% (en términos reales), mientras que lo hizo en un 8,7%. Al año siguiente, la misma magnitud creció un 5,2% (mientras que la previsión había sido de 4,5%). En 1989, el incremento previsto del consumo público fue del 4%, y se finalizó el año con un incremento del 5,2%. Pero lo peor del crecimiento del gasto público no es sólo su inmoderación y su escaso control en términos de eficiencia, sino que el nivel será insostenible en las recesiones. Aunque fuera sólo por mor de ejemplaridad -si no se piensa que existen mejores razones-, el sector público debería ofrecer alguna prueba de la moderación que pide a los ciudadanos.

Actividad sin competencia

2. Contención de los precios en los servicios. Como queda dicho, los servicios son las actividades que contribuyen más intensamente al crecimiento de la inflación en España. Son actividades resguardadas, en gran medida, de la competencia, y su encarecimiento afecta a los costes y salarios de la economía y dificulta con ello las" actividades competitivas.

La solución no puede venir por arbitrarias contenciones de precios, sino por el estímulo de la competencia en el sector privado protegido, así como en las actividades públicas, sobre todo en las más susceptibles de ello, como transportes y comunicaciones. También sería deseable que en el sector público se ejerciera algún tipo de control del gasto distinto del meramente administrativo.

3. Revisión de los esquemas públicos de incentivos. Posiblemente nada más arbitrario y opaco en la España democrática que la concesión de muchas subvenciones por el Estado o los organismos territoriales (éstos a pie de obra de las presiones locales). Desde ayudas a las empresas en crisis, a la Creación (presunta) de tecnología punta o al diseño, toda una parafernalia retórica distrae a las empresas de su más genuina tarea, esto es, buscar productos aceptables por el mercado, por calidad, precio y diseño, y las dirige a la más fácil y menos arriesgada búsqueda de un cliente político o una subvención pública.

Cuando existen tan pocos fundamentos económicos para sustentar con caudales públicos una actividad determinada (o a un determinado empresario) serían deseables esquemas de incentivos abiertos a todos y, por supuesto, gastos infraestructurales, que también disfrutarían todos, y aquí el campo es inmenso, desde la infraestructura viaria, que es un coste para todas las actividades, a las universidades de calidad, algo por ver aún en la España actual.

4. Estas reflexiones nos llevan a la más general de que la economía de oferta sigue siendo la asignatura pendiente de la economía española. Y la economía de oferta significa ciertamente que el beneficio empresarial no es algo inmoral (lección que aprendió muy deprisa la España democrática, y el socialismo contribuyó no poco a su didáctica), sino, al menos, los tres principios siguientes, necesarios para clarificar el marco económico y social en el que se desenvuelven las economías modernas:

a) Que la igualdad de oportunidades es un principio de eficiencia económica en una economía moderna, abierta y competitiva, pero además es más justo que muchos mecanismos arbitrarios o políticos de asignación.

b) Que la competencia es el menos imperfecto -y el menos injusto- indicador de eficiencia. Cuando se distorsiona, algunos encuentran beneficios inmoderados, por lo que se dejan de lado actividades más importantes a largo plazo y, en lugar de empresarios, la economía genera buscadores de rentas.

c) Que la relación esfuerzo-rendimiento no sólo es un buen criterio de remuneración de factores, sino que también es más justo que cualquier otro.

es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense.

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