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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La astucia de Irán

EL PODER de Sadam se tambalea. Frente a los dos movimientos rebeldes levantados contra él -los shiíes, sobre todo en el sur, y los kurdos en el norte del país-, el dictador iraquí está empleando a fondo lo que le queda de su ejército. Hay noticias fidedignas sobre la utilización de bombas de napalm y otras armas químicas para aplastar la resistencia de los opositores. A la vez, y deseando que todo cambie para que todo permanezca inmutable, Sadam se ha visto obligado a tomar algunas medidas políticas: prometió una democratización de su régimen y modifició en cierto modo su Gobierno al nombrar como primer ministro a un shií, Saadún Hamadi. No tiene credibilidad. Sadam conserva en sus manos las riendas del poder, y los métodos que emplea contra los enemigos interiores confirman el carácter sanguinario de su régimen.En esta coyuntura compleja, Irán está desempeñando un papel importante en la evolución de Oriente Próximo. Sus relaciones con Occidente han cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Durante más de diez años había sido considerado como el enemigo público número uno. El triunfo de la revolución shií, el destronamiento del sha -gran amigo de Occidente-, la satanización de todos los adversarios de Teherán, desde Estados Unidos a Salman Rushdle, y las maniobras desestabilizadoras del nuevo régimen en la zona, derivaciones del fanatismo integrista de sus líderes, habían asustado a todos. Tanto, que cuando en1980 el Irak de Sadam Husein lanzó un ataque contra el Irán de Jomeini el mundo respiró aliviado. Ocho años después, tras una guerra especialmente cruel, la máquina militar iraquí, mimada y alimentada por Occidente, no había sido capaz de ganarla, pero estaba preparada, como se ha visto, para nuevas aventuras expansionistas.

Hoy el régimen de Teherán, que desde la muerte del ayatolá Jomeini ha evolucionado hacia una relativa moderación pragmática, se dispone a recuperar la honorabilidad perdida. No sólo ha restablecido relaciones diplomáticas con Arabla Saudí (el gran enemigo, sobre todo desde la matanza de peregrinos iraníes en La Meca en 1987); también está a punto de hacerlo con Egipto. Si se recuerda que el presidente Sadat había llamado loco a Jomeini, lo que le costó la vida a manos de un comando fundamentalista alentado por el poseedor de la Verdad, y que Egipto contribuyó a armar a Irak contra Irán, es extraordinario que se produzca la reconciliación. Una muestra: se acordó que este año 110.000 iraníes peregrinen a La Meca.

El presidente iraní, Hasemi Rafsanyani, con su indiscutible habilidad diplomática, consiguió que Sadam Husein reconociera que Teherán llevaba razón en su disputa fronteriza con Bagdad. Ocho años de muerte y desolación arrumbados en la memoria de lo inútil. También jugó con astucia la carta de la neutralidad en la crisis del Golfo: sin aceptar como válida la anexión de Kuwalt por Irak, se aisló de la acción militar, a la que denunció como maniobra de EE UU. Recuérdese que aún quedan más de un centenar de aviones iraquíes en aeropuertos iraníes. Ahora Rafsanyani persigue probablemente un doble objetivo: por una parte llegar a ejercer alguna influencia política en las deliberaciones del Grupo de los Ocho (los integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo más Siría y Egipto), que se encargará de administrar la posguerra una vez que se haya declarado oficialmente el alto el fuego y que, presumiblemente, haya caído Sadam Husein. El segundo objetivo es obtener altas cotas de influencia en el futuro Gobierno de Irak, un país gobernado por los suníes, pero cuya población es mayoritariamente shií. Irán tiene una gran influencia sobre las fuerzas que luchan en el Sur para derribar a Sadam y aspira a que su prestigio se mantenga, de una u otra forma, ante el futuro Gobierno de Bagdad.

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La actitud iraní ante el problema de los kurdos es, por el contrario, muy distinta. Irán tiene en su propio territorio una fuerte minoría kurda que se siente solidana con la iraquí. Los posibles éxitos de ésta representan un fuerte estímulo para las reivindicaciones de autogobiemo que anhela frente a Tcherán. De ahí el recelo del Gobierno iram en todo lo que consolide, o pueda llegar a hacerlo, la afirmación de los derechos políticos de la nación kurda. Tal parece ser el sentido de la evolución de la guerra civil que mantienen con Bagdad.

En todo caso, el papel de Irán en el futuro de la zona no puede subestimarse. Sería absurdo que la diplomacia occidental lo ignorase. Parece sensato que Irán sea incluido en las consultas acerca del nuevo sistema de seguridad en la zona. Este nuevo sistema debería tener un carácter colectivo que evitara cualquier hegemonismo y reconociera el derecho de los pueblos a gobernarse de acuerdo con su voluntad.

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