La amarga lección
Todavía es demasiado pronto, sin duda, para sacar lecciones definitivas de la guerra del Golfo. Sin embargo, ya pueden extraerse cierto número de conclusiones respecto al desarrollo del conflicto y a sus consecuencias inmediatas. Ha sido esta guerra una guerra del derecho internacional o más bien expresaba la hegemónica voluntad de EE UU de arraigarse en una región vital para su economía en declive? La manera en que el presidente Bush gestiona la posguerra y la ofensiva diplomática de Baker en Oriente Próximo confirman de hecho la segunda interpretación. EE UU es el único actor que obtendrá beneficios inmediatos de la guerra, y la invocación al derecho internacional en la coyuntura fundamentada en el rechazo a la invasión iraquí de Kuwait corresponde, como por azar, a la muy firme voluntad norteamericana de ser la que reparta las cartas de la reorganización del equilibrio de Oriente Próximo.Este reparto de cartas estratégico ha sido preparado por Bush con una maestría digna de elogio: ni el Consejo de Seguridad ni ninguna potencia internacional han podido tener peso en el desarrollo de la guerra. El plan francés del 14 de enero y los últimos intentos soviéticos de febrero, aprobados por Alemania, España e Italia, no fueron ni tomados en consideración por Estados Unidos. Aunque bien es cierto que la irresponsabilidad de Sadam Husein los fortaleció en este juego.
La guerra ha sucedido, pues, con estricto respeto al programa de destrucción masiva previsto por el general Schwarzkopf`. No sabemos nada de la amplitud de la devastación: la sobredosis televisiva estaba más destinada a provocar la admiración -y, por tanto, el temor- hacia la tecnología de muerte norteamericana que a informar sobre los estragos en vidas humanas y en infraestructuras socioeconómicas. Se sabe únicamente que Irak ha sido destruido, que no se repondrá así como así de semejante tormenta, y que ni la dirección iraquí ni la diplomacia de los aliados tienen interés en decir la verdad sobre la amplitud de la matanza. En plenos bombardeos, el Gobierno español fue el único en condenar las destrucciones civiles. Se dirá que fue para hacer olvidar el despegue de los B52 de territorio español... Pero algún día habrá que hacer luz sobre todas las atrocidades de esta guerra electromecánica. Y si el número de muertos iraquíes se eleva, como intichos observadores piensan, de 60.000 a 200.000 personas, nos daremos cuenta de que los temores del ex ministro francés de Defensa Chevénement no, eran fruto de estados de ánimo, sino de la más trágica de las lucideces. Digan lo que digan los dirigentes árabes aliados circunstancialmente, la opinión pública árabe no hará borrón y cuenta nueva. El resentimiento andará su camino, y todo hace suponer que las poblaciones que se han opuesto a la estrategia norteamericana no superarán el luto tranquilamente, en el diván del psicoanalista.
Desde hace decenios, dos corrientes rivales tiran al mando árabe cada una de un brazo: el nacionalismo, a menudo autoritario, modernista, secular, y el integrísmo religioso, mesiánico, intolerante, agresivo. Pues bien, en este fin de siglo, los norteamericanos están consiguiendo lo que ningún régimen árabe logró en el pasado: la unión de esas dos corrientes. No hay que hacerse ninguna Ilusión: las fuerzas democráticas son muy débiles, tanto por razones sociales (subdesarrollo) como por razones históricas (la colonización, al cerrar el paso al reformismo, ha legado costumbres políticas detestables). La democracia no se desarrollará por decreto, así como tampoco por la transferencia abstracta de los modelos occidentales de la modernidad. Será el resultado de un trabajo hecho por esas sociedades, para y sobre ellas mismas.
La causa árabe a favor de un orden más justo a las puertas de Europa -de un orden no sometido a la autocracia de las monarquías petroleras o de las dictaduras- no debe ser reducida a la pretensión sangrienta de Sadam Husein; encarna, en realidad, una verdadera reivindicación del Sur respecto al Norte, y, por primera vez, esta reivindicación se ha expresado en la. calle más allá de los trapicheos de tendero a los que tenían la costumbre de entregarse los dirigentes de esos países. ¿Se han dado cuenta de que las sociedades que más firmemente se han alineado al lado de Irak son las que desde hace poco han tenido algún tipo de experiencia democrática (Argelia, Túnez, Jordania)? ¿No hay una correspondencia entre la experimentación de la democracia y la voluntad de conquistar derechos económicos y sociales en el plano de las relaciones internacionales -aunque la identi5cación con la aventura de Sadam Husein sea muy ambigua y condenable-?
En esta situación, la retórica occidental de un nuevo orden regional merece ser clarificada; sí ésta se reduce a simples arreglos de potencia con vocación de mantener el statu quo, la cuestión político-social reaparecerá y hará explotar los equilibrios más inteligentes. Además, Estados Unidos y Europa no ocupan el mismo lugar en el equilibrio de fuerzas ni tienen los mismos intereses. Actualmente, Estados Unidos saca el mayor número de ventajas de esta pretendida guerra de la ONU; arrambla con los contratos comerciales más jugosos; mantiene una presencia militar en la zona, incluido territorio iraquí, y vuelve a la venta masiva de armamento,: si la guerra ha costado 85.000 millones de dólares a los aliados, si EE UU ha gastado 15.000 millones, acaba de firmar contratos de armamento con las monarquías petroleras por un valor superior a los i 18.000 millones! Evidentemente, parece que inicia conversaciones en Oriente Próximo con el fin de resolver los conflictos palestino-israelí e israelíárabe. Tanto mejor. Pero ¿de qué paz se trata? Europa, que no ha tenido ninguna autonomía en la guerra, ¿podrá hacer oír su voz en la paz? ¿Por qué se le va a hacer ese regalo si desde hace varios años está empeñada en una guerra comercial con Estados Unidos? El alineamiento de Europa en la guerra al lado de la estrategia de EE UU no debe ocultar el hecho de que los europeos tienen intereses en el Mediterráneo no sólo diferentes, sino opuestos a los de Estados Unidos. Las consecuencias negativas de este alineamiento, sobre todo en lo que a la opinión pública árabe se refiere, hacen de hecho el juego a la estrategia de Estados Unidos, que no ve y no puede ver -¡intereses obligan!- con buenos ojos una Europa apoyada en un conjunto árabe-mediterráneo fuerte y estable, y que, por tanto, se opondrá por todos los medios a la instauración de un nuevo orden regional que implique nuevas solidaridades entre Europa y el mundo árabe.
Por eso, Estados Unidos se ha ocupado de mojar militarmente a Europa en la guerra, no solamente a través de su presencia en el campo de batalla, sino también utilizando los espacios aéreos de países como Francia, cuando técnicamente podía muy bien prescindir de esta ayuda. El orden regional nuevo será, pues, un combate contra las posiciones de Estados Unidos en las relaciones Norte-Sur. Para Europa, este nuevo orden debe ir desde la creación de un espacio económico euro-árabe hasta la puesta en marcha de formas de desarrollo complementarias para las dos orillas del Mediterráneo. España, Francia e Italia pueden desempeñar un papel esencial para elaborar, junto con los países árabes, políticas comunes para la regulación de los movimientos de población, estrategias concertadas de intercambio de conocimientos, técnicas y formas de producción. Esto supone no sólo la reforma en profundidad de los organismos internacionales que gestionan el cambio, como el Fondo Monetario Internacional (por el control de los programas de ajuste estructural) y el Banco Mundial (por el control de los destinatarios de crédito), sino también, y sobre todo -sí, sobre todo-, de la toma de conciencia de que el Mediterráneo es una separación física artificial y de que, en este periodo de mundialización de la economía, el porvenir de las dos orillas ha llegado a ser común.
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