¿Está el mundo árabe en un callejón sin salida? / 1
La cohesión y la influencia internacional del mundo árabe se resentirán por las consecuencias de la guerra del Golfo, en contra de las ingenuas y triunfalistas predicciones de Sadam Husein. La infraestructura de Irak ha quedado destruida, Kuwait está devastado, y Arabia Saudí, que disponía de un maná de petrodólares, debe hoy pedir créditos en el mercado de capitales. Los errores políticos del dictador de Bagdad han permitido a los ejércitos de la coalición instalarse en Oriente Próximo -trasplantados, en parte, desde el antiguo teatro centroeuropeo, donde plantaban cara al difunto Pacto de Varsovia- Estos soldados victoriosos poseen ya bazas formidables en la nueva situación regional que deberá surgir tras los combates, -y esto pesa sobre la autonomía de decisión de los países árabes de la regiónLa unidad árabe, simbolizadaen mayor o menor medida por la Liga del mismo nombre, ya bastante maltrecha antes de la guerra, está moribunda. Tanto Egipto como Siria, tradicional mente reticentes hacia un Irak demasiado poderoso, han sido dos de los más activos beligerantes contra este último país. En cuanto al Magreb, ha pasado de ser un polo autónomo a tratar de hallar una difícil comunidad de destino, que lo separa de Oriente Próximo y hace de él el flanco meridional de Europa, dentro de una interdependencia no igualitaria contra la cual se ha protestado también en las manifestaciones proiraquíes de Argel, de Túnez y de Rabat, en las que se ha hablado el lenguaje del malestar.
Símbolo del arabismo, los palestinos han visto cómo su situación internacional se ha degradado de nuevo, y la OLP, que ha apoyado a Bagdad, ha salido políticamente disminuida de la guerra -anulándose así los beneficios, considerables, y la legitimidad que había obtenido a lo largo de los tres años de Intifada, tras el Consejo Nacional Palestino de Argel.
De la 'Yibad' a la 'fitna'
La imagen del islam ha quedado, pues, profundamente alterada: fuera del mundo musulmán, esta religión está asociada, más que nunca y en las representaciones colectivas, a la yihad (guerra legal o santa) que Sadam Husein y sus émulos quieren lanzar contra las murallas de la Constantinopla de hoy. Y entre los propios musulmanes, la unicidad del mensaje divino, su propósito, el modo de movilización de los fieles, están confusos y enturbiados. Varios países árabes se niegan a dejar que sus ciudadanos peregrinen a La Meca el próximo mes de junio y tachan a los saudíes de impiedad por haber llamado en su auxilio a los infieles -los mismos saudíes que eran ejemplo de la intransigencia islámica y principales banqueros de la reislamización-. El fracaso de la yihad de circunstancias enarbolada por Sadam Husein se transforma, como ya ha ocurrido tantas veces en la historia de las sociedades musulmanas, en su reverso, la Jitna (*), la gran discordia en el seno de la umma, de la comunidad de creyentes. La fitna obsesiona a los ulemas (doctores de la ley), y es el mal supremo en el lenguaje político del islam: al lanzar a los musulmanes unos contra otros, al dividirlos, disminuye y debilita la dar el islam (la casa del islam), en cuyo seno campan por sus respetos los ejércitos victoriosos de los infieles. En este contexto, el presidente iraquí, cuyo tardío interés por la religión no ha convencido a todas las mezquitas, quedará como uno de los más considerables desencadenadores de fitna de este final de siglo -mientras que había sido (¿y se guirá siéndolo?) adulado por otros árabes como héroe de los humillados y ofendidos del nuevo orden mundial.
Callejón sin salida
Para tratar de interpretar el significado de la guerra del Golfo en el mundo árabe de hoy, y para tratar de entrever cuáles podrían ser sus consecuencias, es necesario, en primer lugar, situarla en el callejón sin salida político al que han llegado las sociedades árabes más de un cuarto de siglo después de la independencia de sus Estados. La guerra, sobre todo, ha sido algo así como el precipitante por excelencia de una crisis radical de la sociedad -y los encantamientos de Sadam Husein han creado la ilusión de que la salida de esta crisis residía en una aventura militar en la violencia real o simbólica contra un Occidente tan ostensiblemente odiado y vilipendiado como intensamente deseado y en secreto, admirado.
Esta crisis de sociedad se produce en un momento en que la primera generación que no cono ció la dominación colonial est llegando a la edad adulta. Heredera de la explosión demográfica y del éxodo rural, esta generación ha podido tener acceso, además, a la educación -lo que ocurre por primera vez-. Y se encuentra hoy excluida globalmente del bienestar, del reparto de responsabilidades-eincluso, con mucha frecuencia, de la mera dignidad humana- La explosión de odio popular contra los emires holgazanes -símbolos de la altanería y del egoísmo de los árabes ricos de la Penínsulaha sido una demostración inequívoca de todo esto.
Esta joven generación -en países en los que la mayoría de la población tiene menos de 25 anos- manifiesta aspiraciones democráticas, en un sentido amplio, en la medida en que desea tener el papel que le corresponde en la gestión de los asuntos públicos, pero se siente desposeída. Ahora bien, estas aspiraciones no pueden concretarse como tales al carecer de una cultura democrática vivida, que se basa en la representación legal y libre de los ciudadanos, que garantice la rotación de las élites sobre la base de la competencia y del conocimiento, y que permita que los dirigentes abandonen el poder sin necesidad de ser asesinados o derrocados por un golpe de Estado. Esta paradoja de la democracia inexistente en el mundo árabe puede ilustrarse perfectamente con lo ocurrido en Argella en 1990: con ocasión de las primeras elecciones libres en 28 años de independencia (!), los argelinos votaron masivamente por el Frente Islámico de Salvación, cuyos dirigentes ponen en la picota a la democracia de la que ellos mismos gozan -desviación culpable por lo que respecta a la soberanía de Alá que propugnan.
Para comprender cómo la aspiración democrática se convierte en su contrario y desemboca en la expresión recurrente de la violencia, es necesario que nos remontemos a la génesis del sistema político árabe contemporáneo.
El sistema político
Esquematizando, digamos que el equilibrio de poderes en el mundo musulmán se establecía entre un soberano -que había subido al poder por lo general gracias a un golpe de fuerza- y el cuerpo de los funcionarios religiosos (o ulemas). Este último trataba de garantizar que el ejercicio del gobierno no contraviniese demasiado a las obligaciones contenidas en los textos sagrados, en particular en el campo de la justicia social. Así pues, los ulemas ocupaban una posición fundamental: podían amonestar al príncipe -e incluso amenazarlo con desencadenar la yihad contra él- y, en contrapartida, debían predicar la paz civil entre sus fieles. En realidad, recurrieron muy pocas veces a la yihad, por temor a que ésta se convierta en fitna, en una sedición que destruya la unidad de los creyentes. Pero la yihad era siempre una espada de Damocles, en cierto modo, que limitaba la posible arbitrariedad del príncipe. Los ulemas, precisamente por ser escuchados por el soberano y por los fieles, disponían de una autonomía, sobre todo financiera, que les permitía administrar un patrimonio de bienes raíces considerable, inalienable, pues era propiedad de Dios, formado por los bienes inalienables (en árabe, habus o waqfg), fruto de donaciones de creyentes, acumuladas a lo largo de los siglos.
La dominación colonial suprimió o debilitó el poder del príncipe musulmán, pero por lo general aquélla trató siempre de llegar a un compromiso con los ulemas, a quienes se permitió continuar con sus prerrogativas y bienes, debido a que eran una de las principales garantías del orden y de la estabilidad.
Ruptura de equilibrios
Por el contrario, a partir de las independencias, la mayoría de los jóvenes Estados del mundo árabe hicieron todo lo posible para suprimir totalmente la autonomía de los ulemas, a quienes se tachaba de retrógrados. Sus bienes, que solían administrarse mal, fueron nacionalizados, y las instituciones que reflejaban el carácter de su corporación -como la Universidad El Azhar de El Cairo, o la Zeituna de Túnez, por ejemplo- fueron transformadas en instrumentos de legitimación religiosa del poder de un Nasser o un Burguiba. De este modo queaba roto el equilibrio político tradicional de las sociedades musulmanas, pero nada concreto lo sustituyó con el fin de limitar lo arbitrario del poder, la dictadura del partido único aliado a las Fuerzas Armadas, como en el caso del Frente de Liberación Naciona (FLN) argelino, del Bauz; sirio e iraquí, del Neo-Destur tunecino, etcétera. Y lo que es más grave es que estas dictaduras modernas se han adornado con los ideales de la democracia o del socialismo, y han adornado con ellos sus exacciones, suscitando incluso en aquellos a quienes oprimían sentimientos por lo menos ambivalentes hacia esa democracia meramente retórica.
Para consolidar su dominio popular, todos estos regímenes cultivaron con frecuencia un chovinismo árabe con connotaciones xenófobas, cuya teorización más elaborada es la ideología baazista, pero no olvidemos que el FLN argelino lo utilizó también en su encarnizada lucha para proscribir la lengua francesa.
Las aspiraciones democráticas de estas masas jóvenes, urbanas e instruidas se han visto bloqueadas por los nomenklaturistas y los depredadores que acapararon el poder y la riqueza desde el momento de las independencias, y que se esfuerzan hoy en transmitir ambas en exclusiva a sus hijos -que estudian en Europa, en Estados Unidos o en las instituciones de enseñanza occidentales locales (mientras que la masa sólo tiene derecho a una enseñanza monolingüe, que la coloca en una situación de inferioridad en el mercado de trabajo, lo que incrementa la frustración).
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