El despido de Esnaola
ALGUNOS DE los que acaban de firmar el despido de Iñaki Esnaola serán seguramente despedidos algún día, y otros rostros explicarán a la prensa que se trata de razones personales, que no existen divergencias que justifiquen la dimisión y que el porvenir se presenta más radiante que nunca. El conocido abogado, principal imagen electoral del radicalismo abertzale durante los últimos años, tiene seguramente experiencia en eso de dar de baja porque antes que él otros dirigentes de Herri Batasuna (HB) llegaron a la misma conclusión que ha determinado su salida: que no es posible un debate democrático en un colectivo en el que la última palabra la tienen siempre quienes utilizan el lenguaje no verbal del amonal. Carece por ello de sentido la jesuítica discusión sobre si se va o lo echan.Según la versión ofrecida por los actuales dirigentes de HB, Esnaola presentó su dimisión a fines de enero por razones personales. Se decidió mantenerla en suspenso por un periodo, y si ahora se ha decidido tomarla en consideración es porque se ha estimado (¿quién concretamente?) que sus últimas declaraciones a la prensa demuestran que no ha cumplido su parte en el compromiso. Pero si se afirma que no existen divergencias políticas que justifiquen la dimisión, ¿qué hay en esas declaraciones que ahora aconsejen aceptarla? Esnaola dijo que muchos miembros de HB son contrarios a lo que hace ETA. Y por ahí no están dispuestos a pasar los que hoy despiden y mañana serán despedidos. Pues la cosa viene de lejos; más incluso de lo que puede sospechar el propio Esnaola. Desde hace por lo menos un cuarto de siglo, la frontera entre lo que en el seno del radicalismo nacionalista se puede y no se puede decir ha sido siempre el cuestionamiento de la necesidad de las armas (y de quienes las controlan). Lo de "cáncer liquidacionista" -apelativo con el que se refieren a Esnaola recientes escritos de los jefes actuales de ETA- es casi tan viejo como esas siglas.
En sus dos últimos comunicados se afirma simultáneamente la voluntad de ETA de renunciar a intervenir con las armas en el conflicto de la autovía y su responsabilidad en el asesinato de un directivo de una empresa y en la explosión de un artefacto en otra, por considerar a ambas relacionadas con dicho conflicto. Se ha dicho que se trata de ejemplos máximos de incoherencia. Ni siquiera eso. Ocurre que los terroristas son ya incapaces de comunicarse por otro medio que el atentado violento. Suprema paradoja: matar es su forma de dar señales de vida. Ya sea para anunciar que renuncian provisionalmente a matar o lo contrario, la señal es la misma. La debilidad es, pues, ante todo, ideológica. Es lógico por ello que personas que, aun llevando años pasando por casi todo, no han perdido la facultad de pensar que tomen conciencia alguna vez de la insuperable contradicción en que se encuentran.
Otros lo hicieron antes de que Esnaola descubriera que el dolor de las víctimas y sus allegados tiene fundamento. Hasta el momento, sin embargo, las repercusiones en el mundo del radicalismo han sido mínimas. No porque no haya muchos que viven esa misma contradicción, sino porque no se atreven a decirlo en voz alta. Al hacerlo, Esnaola ha demostrado más valor que otros que se fueron en zapatillas para que no se les oyera salir. Y si la experiencia, invita al pesimismo sobre las posibilidades de un verdadero debate sin pistolas sobre la mesa, también es cierto que la acumulación de episodios como éste va minando lentamente la autoridad de los que vigilan. Pues cada vez son más los vascos que intuyen cuáles serían los métodos que emplearían esos vigilantes si un día triunfasen.
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