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Tribuna
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San Remo

El pecado más grave que han cometido los dirigentes comunistas del ex bloque del Este ha sido el de omisión. Omitieron enseñar a sus pueblos otra cosa que no fueran los preceptos de su propio catecismo, permitiendo que el resto de su inteligencia se entretuviera elaborando fantasías acerca de cómo éramos los llamados occidentales. Como resultado, llenaron el hueco de la decepción con una fe ciega en nuestra receta. La enseñanza de lo que vale un peine desde los límites del antiguo telón de acero hasta el cabo Finisterre, pasando por las rocas blancas de Dover y otros enclaves de la dulce Europa, les ha sorprendido en más de una frontera. Amargo final para otro sueño.Pero el fin de las ilusiones -aunque no de la esperanza: ya dicen que es lo último que se pierde- no es otra cosa que avanzar en el oficio de vivir. Madurar, crecer, soltar lastre y, por último, morir, desencantados y, por eso, seguramente, ligeros como los hijos de la mar. A menudo, las expectativas pesan más que la realidad. Hay que abandonarlas para que no te arrase lo posible, esa apisonadora infernal a la que se suben los pragmáticos, que es como ahora llamamos a los egoístas.

Manadas de albaneses hambrientos que asaltaron el sur de Italia desde un Sur todavía más profundo, el que está en el fondo del pozo, han crecido estos días, han madurado. Ahora lo suyo no les sirve y de lo nuestro no se fían. Creyeron elegir la libertad -para usar un eslogan de la guerra fría-, sin saber que a los prófugos ya no les queremos ni de uno en uno. Su hambrienta odisea no interesa a nadie.

La Italia a la que empezaron a llegar para darse de bruces contra el acantilado de la vida estaba demasiado ocupada comentando las incidencias del San Remo, un festival en el que no canta más Albano que el de Romina Power.

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