"En 'Amantes', la cámara fue mi mirada"
Las tardes comienzan a alargarse en París. Victoria Abril sirve un té y, cuenta a unos amigos parisienses la historia de Amantes. Desde un rincón de la sala, una enlutadísima Virgen española contempla la escena. "Esta película es la primera en la que no interpreto una mujer objeto de deseo. Esta vez, otro, el muchacho interpretado por Jorge Sanz, es el objeto de mi deseo. Hasta ahora se me filmaba siempre del lado bonito, seductor". La actriz se descubre el hombro y pone pose de muñeca de papel antes de proseguir. "Pero, en Amantes, la cámara filmó para mí, fue mi mirada".Pregunta. ¿Cómo consiguió ese papel?
Respuesta. En principio, yo tenía que interpretar la joven, y Carmen Maura, la viuda. Pero a Carmen le salió otra película y Aranda me llamó. Le dije que no, que me había preparado durante cinco meses para la idea de que yo era joven, virgen, pura y muy romántica. "Vicente", le dije, "no puedo convertirme de repente en la mala. Yo no soy tu comodín. Que hayamos hecho nueve películas juntos no te da derecho a hacerme esto". Pero el 20 de septiembre nació Martin y al día siguiente ya era otra mujer. Desde la misma clínica telefoneé a Aranda y le dije: "De acuerdo. Puedo hacer la viuda. Ahora ya soy una mujer". El rodaje comenzó dos meses después.
P. ¿Ya ha cumplido los 30 años?
R. Ah, sí. Tengo 31 años, y estoy como una niña con zapatos nuevos. Sigo funcionando por intuición, pero comienzo a sentir que tengo una experiencia detrás. Ahora puedo hacer muchísimos papeles de mujer que me estaban vedados. Una psicoanalista, por ejemplo.
P. ¿Pensaba tener hijos a lo 20 años?
R. En absoluto. A los 20 años pensaba lo que tantas chicas de mi generación: que los niño eran lo contrario de la libertad un obstáculo para el trabajo, el amor, la independencia. Ya sabe Mayo del 68. la liberación de la mujer, no tenemos necesidad de un hombre fijo...
P. ¿Aranda no buscó a nadie para el papel de la viuda mientras usted daba a luz?
R. No. Aranda me lo seguía guardando. Él sabía que más tarde yo diría sí. Al principio de todo, Aranda me dio el guión y me pidió que escogiera entre los dos papeles femeninos: la joven, pura y romántica, o la viuda, desenvuelta y libre. El problema es que antes del nacimiento de Martin yo estaba a medio camino de los dos personajes. Demasiado vieja para hacer la joven; demasiado joven para hacer la viuda. Las dos mujeres eran gemelas, pero juntas hacían la mujer ideal. Por eso, el muchacho de Amantes pierde la cabeza.
Muerte lorquiana
P. O sea, que para conseguir mujer perfecta se necesitan al menos dos.R. Y para hacer el hombre perfecto hacen falta seis diferentes! No está nada mal que se llegue a conseguir una mujer perfecta con tan sólo dos.
P. Está pero que muy bien. Pero volvamos a la elección de los papeles de Amantes. ¿Por qué había escogido en principio la joven?
R. Porque tiene una de las muertes más bonitas que he visto en el cine. Es una muerte lorquiana, con clase, con un largo monólogo y después una cuchilla de afeitar. Yo querría morir así Bueno, es un decir.
P. ¿Cómo es la viuda que usted interpreta?
R. Es una mujer formidable Me dirán cómo es posible que sea una mujer formidable si tiempo atrás mató a su marido Pues lo es. Yo puedo encontrar dos o tres buenas razones para que una mujer de la posguerra española matara a un marido que la hacía desdichada. Así que dejemos de lado esa historia. La viuda ha decidido vivir hasta el final como ella quiere; es una pionera que hace cosas que no están bien vistas desde el punto de vista de la moral de su época. Llega al infinito, tira una flecha y quiere ir más lejos. Para vivir en los años cincuenta como ella lo hace es necesario mucho coraje.
P. ¿Qué pasó en Berlín?
R. Berlín probó que el público tiene siempre la última palabra, la buena. Fui al festival de Berlín y vi la película por primera vez en una sesión de prensa, a las once de la mañana. No hay nada menos caluroso que eso para ver un filme. Y, joh sorpresa!, durante la primera parte, la gente no paró de reír. Yo me decía: "Aranda ha contado una historia de amor muy grave. Jorge, Maribel y yo no la hemos interpretado como una comedia. ¿Por qué ríe esta gente?. Entonces empecé a apartarme de mi personaje y yo también comencé a sonreír. Me decía.: "Mírala, qué celosa está". Porque, cuando uno tiene celos, hace el ridículo ante los otros. Y comprendí que el público se estaba riendo porque se reconocía en nosotros. Los espectadores se estaban riendo de sus propias historias de amor.
P. La próxima semana viaja a Madrid para rodar Tacones lejanos, su segunda película con Almodóvar. ¿Cuál es su papel?
R. El papel de una mujer con complejo de Electra, una hija enamorada de su madre. La madre es una cantante bella y célebre, y la hija no es nada, porque nunca ha llegado acortar el cordón umbilical. Es Sonata de otoño, de Bergman, hecha por Almodóvar. Una locura.
P. ¿Cómo pueden soportarse cuatro o cinco meses de trabajo con Almodóvar?
R. Terminas enferma. Almodóvar vive muy intensamente, a cien por hora, y cuando ruedas con él tienes que ponerte a su ritmo. Es uno de los pocos directores que superan mi propio nivel de exigencia. Cuando trabajo con otros suelo llegar a casa por la noche con remordimientos, sabiendo que no he ido hasta el final. Con Almodóvar, eso no me ocurre. Llego a casa y digo: "No habría podido hacer un esfuerzo más".
P. ¿Cómo trabaja Almodóvar?
R. Él comienza divirtiendo a la galería. Antes de empezar una secuencia monta un teatrito en el que él mismo interpreta todos los papeles y luego pide que cada cual haga el suyo e improvise si le apetece. En este teatrito, todo el mundo se retuerce de risa. Pero cuando Almodóvar ha decidido qué es lo que se va a hacer se convierte en un personaje exigente. Hay que hacer lo que él ha decidido, sin quitar o añadir una coma.
P. ¿Se enfada cuando no salen las cosas como él quiere?
R. No. Lo que yo he visto en sus ojos es la desesperación. Una desesperación tipo vida o muerte. Y cuando ves esos ojos te dices: "Tengo que llegar a hacerlo".
P. Cuando algo le gusta, cómo son sus ojos?
R. No lo sé. Le he visto contento, pero nunca le he visto gozando de placer. Por eso voy a hacer una segunda película con él. Le debo algo. Tengo que llegar a leer en sus ojos el gozo por mí trabajo.
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