Señal inquietante
LA ESCALADA de manifestaciones de signo político contrario y la participación masiva del Ejército soviético en un acto de este caríz el pasado sábado por primera vez en Moscú constituyen una inquietante señal en la crisis institucional, ideológica y económica que vive la URSS en la actualidad. No es la primera vez que las Fuerzas Armadas soviéticas salen a la calle: lo han hecho en conmemoraciones y fiestas patrióticas; lo han hecho también, con mayor o menor discreción, en las repúblicas del Báltico, donde los militares viven al máximo las tensiones que generan dos conceptos políticos opuestos, el unitario y el independentista.Sin embargo, la concentración del pasado 23 de febrero en la capital soviética sitúa el acto en otro nivel.
Se trató de una manifestación que contó con el visto bueno del Ministerio de Defensa, del Ministerio del Interior y del Comité de Seguridad del Estado (KGB), cuyos máximos dirigentes se hallaban en la tribuna de oradores o en sus proximidades. Tuvo también el beneplácito del Partido Comunista de la URSS (PCUS), muchos de cuyos altos cargos figuraban en los lugares de honor. Pero, probablemente, lo más llamativo del mismo fue que la causa que lo motivó no era una hipotética amenaza nacional por parte de un enemigo exterior, en cuyo caso estaría justificada la actuación militar para defender la unidad del Estado, sino el desarrollo e implantación popular de diversos proyectos políticos representados en el Parlamento de la URSS. Evidentemente, ladefensa del Estado ante organizaciones políticas con mayorías parlamentarias en distintas repúblicas puede desembocar en la represión pura y dura o en la guerra civil. Y ésta es quizá la más inquietante señal de todas cuantas se pudieron apreciar en el acto del 23 de febrero. El afianzamiento de "las fuerzas de la ley y el orden", sobre las que se apoya ahora el presidente Gorbachov, lleva camino de lograrse mediante la expulsión de los sectores reformistas disidentes de los puestos que ocupan le,ltirnamente en los foros parlamentarios.
El presidente de la Federación Rusa, Borís Yeltsin, el gran protagonista de la manifestación radical celebrada al día siguiente, domingo 24 de febrero, es .un personaje discutido, excesivo y carismático. Sin embargo, si la ofensiva para destituirle de su cargo triunfa el 28 de marzo en la sesión extraordinaria del Congreso de los Diputados de Rusia, Borís Yeltsin sólo ten&rá la calle para expresarse. Y la calle es un lugar muy peligroso hoy en la URSS, dado el descontento, la situación económica y, en general, el desgaste del proyecto de la perestroika y de la imagen de Mijaíl Gorbachov. Las Fuerzas Armadas de la URSS no son un elemento aislado de la sociedad, y someter al Ejército a conflictos de lealtades o situaciones límite puede producir dolorosos desgajamientos, lo que el pueblo ruso asocia fácilmente con la guerra civil entre rojos y blancos.
La utilización de las Fuerzas Armadas en defensa de unos intereses políticos determinaelos puede hacer aún más confusa la división de papeles que necesariamente debe acompañar a la transformación de la URSS en un Estado de derecho si ese proyecto logra salir adelante. Institucionalmente, las Fuerzas Armadas siguen controladas por el PCUS, y todo oficial que aprecie su carrera sabe perfectamente que la militancia en el partido comunista es aún hoy condición necesaria para ascender en el escalafón. Paralelamente, dentro del Ejército cobra fuerza la idea de que éste no debe ser el instrumento de ningún partido, y una encuesta de opinión realizada en las FF AA en una de las repúblicas del Báltico indicaba que la inmensa mayoría de los oficiales considera perfectamente posible renunciar a su militancia comunista.
Hoy, los militares no sólo están en los cuarteles. Están también -junto con los sacerdotes, por cierto- en los Parlamentos, donde pronuncian discursos a favor y en contra de la dirección política soviética vestidos de uniforme. Toda ampliación en sus funciones y poder incrementa el riesgo involucionista.
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