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Tribuna
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Hazañas bélicas

Aunque ni Husem ni Bush engañan al más lila, ambos equivocan y, a bandazos por el túnel de los horrores, el personal civil, aburrido de la verbena, se desinteresa de la batalla. La mentira es rentable.(Los niños oían contar a sus mayores que, poco después de 1914, se puso de moda llevar en el Ojal de la solapa una insignia con la leyenda: "No me hable usted de la guerra").

En el momento en que se discute si la guerra es evitable o inevitable la guerra está decidida. Al elector no se le consulta, se le encuesta a fin de que preste su apoyo a los encargados de disponer de la vida ajena. Antes del primer muerto, conviene anunciar la paga del sacrificio. El uno ofrece las dulzuras póstumas del martirio, el otro asegura la continuidad del imperio en un nuevo orden. De Alá y del ordine nuovo tenemos experiencia.

(Si los niños migaban las tres rebanadas de pan en la malta con leche en polvo del desayuno, ya no quedaba pan para las lentejas del mediodía y el puré de almortas de la cena. Algunos niños preferían el hambre al boniato; por unas horas).

Aplacar el hambre de millones de seres en apariencia humanos, luchar contra el dolor y la enfermedad, administrar justicia y enseñar al que no sabe constituyen obras de misericordia de baja rentabilidad. En nombre de Dios no se lucha contra el analfabetismo. Bush y Husein no olvidan que el hombre es un producto abundante, de reproducción barata, con un pasado animal lo suficientemente próximo para que resulte más costoso conseguir honrados contribuyentes que héroes.

(Las madres acostaban vestidos a los niños, incluso calzados con aquellos zapatos de charol cuarteado las niñas, o con aquellas botas de cordones interminables. Algunas noches los niños despertaban un minuto antes de que sonara la alarma o, si los de antiaéreos daban una cabezada, un minuto antes de que el ruido de los motores rompiera el silencio de la ciudad, en la que el músculo duerme y la ambición descansa. Otras noches, los niños, tras haberse arrojado de la cama y haberse despeñado escaleras abajo en puro viaje al centro de la tierra, despertaban en el sótano).

Los poderosos no usan dinero. Una vez llenos los depósitos de las fortalezas volantes, en Torrejón nadie abona el queroseno ni en metálico, ni con taljeta. El día posterior a la victoría, el día del botín, ¿nos darán de propina Gibraltar? El pri mer ministro Major, con los pantalones de la señora Thatcher bien puestos, abronca sus socios comunitarios por que disparan poco. No en bal, de el imperio, que Bush ha he redado de los primos ingleses suscita en el antiguo dueño el celo sañudo del subalterno.

(Las rodillas moradas de frío y las orejas ardientes de sabañones anulaban la diferencia de calzado. En el sótano la bomba parecía caer desde la luna. Nunca faltaba un experto que evaluaba de inmediato la distancia a que había caído la bomba. Gracias al cálculo del experto, los niños comprendían que aquella bomba no había caído en aquel sótano).

Hay que tener cuajo para, cuando no fanfarronean, explayarse en las virtudes de la hipocresía. Con exquisito miramiento, ambos minimizan las propias bajas y hasta reducen las del enemigo. A este ritmo, y masacrándose incesantemente, habrá menos muertos -y sin relación con el número de madres- que los volatilizados por los milicos argentinos.

(Como el terror desarrolla la inventiva, en el sótano, el veterinario Botero explicaba el funcionamiento del lanzasogas de su invención. Lanzada la soga a los cielos, enredada en la hélice del bombardero, conforme se enrollaba de nuevo en el eje motor por la acción de una polea diferencial, la mortífera soga abajaba el avión hasta estrellarlo. La imagen del avión cazado a lazo como un potro en una película de Buck Jones, y reventando repleto de bombas contra el tejado, dejaba a los niños boquiabiertos y sin esperanza). Cuanto más tecnológica e la matanza, más arcaico resulta el pacifismo. El análisis de las analogías y diferencias entre una guerra y la anterior perpetúa el trabalenguas publicitario de si quieres la paz, prepárate para la guerra. En la paz, las vírgenes necias olvidan que las fábricas de armas nunca apagan las luces. Aunque sea sólo por darse el lujo de usar la razón, se debe ser pacifista.

(Cuando la sirena indicaba el fin de la alarma, los niños volvían a la cama, vestidos y calzados. Con los años, algunos

decidieron no usar pijama. Un trueno o un portazo les puede hacer sonar que, en un andén lleno de abrigados pasajeros, ellos esperan desnudos el tren de las alcantarillas).

¿Qué repugnante complicidad impulsó a Husein y a Bush, justificados por sus respectivas sinrazones, a la guerra? Las armas no las carga el diablo, atareado en aumentar su cuota de posesos, pero siempre las dispara la codicia. La bravuconería de ambos y de la caterva de testaferros, en ocasiones estrictamente tabernaria, confirmó que estos dos matones jamás han incumplido sus amenazas. ¿Qué consecuencias produciría una bomba nuclear lanzada sobre las riberas de un mar de petróleo?

(Antes de la madrugada la alarma sonaba por segunda vez algunas noches).

Puesto que saben mejor que nadie que no hay guerra justa, los que la dirigen apenas se atreven a asomar la nariz más allá de la esquina del palacio. A cada cual su miedo y sus remedios contra el miedo. Así como persiste el mito de la desierta isla tropical para pasto de ciudadanos agobiados, probablemente los señores de la guerra se distraen de sus responsabilidades soñando un planeta inhabitable, en el que, únicos supervivientes dentro de sus toperas antiatómicas, se desafían por teléfono a un combate final a garrotazos.

(Mientras, ahora mismo, en ciudades de Oriente, los niños pasan horas en los sótanos bajo bombardeos de vesánica continuidad; o sin rostros y en habitaciones selladas, como celdas de la muerte, esperan el gas letal,- o viven en casas convertidas en cárceles por el toque de queda. Allí, en el invierno llameante, crecen entrelazados el pavor y el odio. De nuevo hay niños que asisten a clase en la escuela de la guerra).

Da asco.

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