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El nuevo desorden

De momento, el nuevo orden internacional es un nuevo desorden con algunas peculiaridades sobre desórdenes anteriores. Hemos oído y seguiremos oyendo razones a favor y en contra de la intervención internacional en la zona del Golfo, y todas ellas aportan algún lado al prisma infinito en el que se ha convertido la complejísima verdad de estos tiempos. Todos tienen razón, y ésa es la señal de que nadie la tiene: enredados en la madeja como gatos confusos, vamos del frío al fuego (título de una curiosa novela de Felipe Trigo que se desarrolla cerca del conflicto) según la reflexión esté determinada por consideraciones estratégicas profundas o por la imagen de algún humano roto por las bombas. Entre las acusaciones fundadas que se hacen a EE UU figura la de los kurdos: su silencio ante las tropelías de Sadam, ese humanista, con la nación kurda, cuyos derechos no son menores que los de los palestinos, y cuyas diferencias con éstos es que Sadam (y no sólo él) los tiene dentro. Tal dejación de EE UU debe ser cierta, tan cierta como el silencio del resto del mundo y del resto de los partidos ante ese tema. Es una vergüenza colectiva, y se convierte en argumento de débil peso moral cuando los acusadores son tan crápulas como los acusados. Esto pasa con muchos otros argumentos relativos a esta guerra, cuyo valor coyuntural no garantiza sus perspectivas de futuro, usados como son para avergonzar al enemigo, y nada más.La primera consecuencia de la no retirada de Sadam de Kuwait fue la incertidumbre internacional, la especulación de capitales y la retracción de las posibles inversiones en los países del este de Europa, la URSS en particular. Y la consecuencia de esto ya ha sido la pérdida de poder, de momento, de la línea Gorbachov, con la amenaza de una intervención militar interior y el auge del estamento armado en las decisiones políticas. Ya es sabido lo limitados que son los militares a la hora de buscar soluciones políticas, diplomáticas y económicas a los problemas. No vale venir ahora con la inconsistencia de los planteamientos de Gorbachov, que tienen la marca, sin duda, de la debilidad posicional en que se encuentra ese hombre trágico que intentó lo imposible. Las retóricas hay que adecuarlas a las circunstancias, y Gorbachov ha hecho el discurso de las suyas. Decir, desde la izquierda, que no hace análisis de clase es no haber entendido nada de lo que está pasando. ¿No es un análisis de clase intentar segarle la hierba a la nomenklatura, la clase burocrática que ha llevado al desastre a la economía soviética, a la libertad soviética, a los pueblos soviéticos? Estos sociólogos aficionados, como todos los aficionados, no aportarán más que su entusiasmo y sus errores de bulto al análisis social.

Desequilibrada la URSS y movilizados los países árabes contra el imperialismo, la. debilidad moral de EE UU se evidencia en su falta de credibilidad: nadie cree, efectivamente, que los proyectos del nuevo orden sean tan positivos como se anuncian: democracia, debate, soluciones, si bien bajo la vigilancia de EE UU, la URSS y la ONU. Esta falta de fe, hay que reconocerlo, está muy bien fundada Sin embargo, y quizá por primera vez desde el inicio de la modernidad, la reorganización del mundo en un sentido más positivo es una necesidad para eso tan satánico que es la economía: el imperialismo desmedido o incontrolado y las tesis políticas simplistas de EE UU han conducido a un estancamiento de los mercados, cuyo límite es ya la pobreza. Sin hacer desaparecer en todo o en parte esa pobreza, y sin arreglar los problemas políticos más urgentes (el tema palestino, el yugoslavo, en panruso, etcétera), se corre el riesgo, ya presente, de un desastre económico descomunal. Por eso es necesario ese nuevo orden. Pretender que el nuevo ordenamiento se haga en puras condiciones de igualdad de partida para las opiniones de todos los países como si EE UU o la URSS no existieran es, más que un error, una inmensa estupidez que podemos pagar todos muy cara: porque una cosa es la crítica y otra los hechos, y abrir un abismo aún mayor entre crítica y hechos acabará no ya con la izquierda, sino con todos, víctimas de una crítica justa pero angélica o desatinada. Es muy fácil sumarse a la demagogia, pero el momento es más que serio y conviene no pasarse del cupo asignado a cada uno para decir bobadas, sobre todo cuando se habla ante medios masivos de comunicación y cuando uno es líder de alguna importante corriente política.

Lo que nos une a todos es la conciencia del desastre y una esquizofrenia más o menos asumida entre diversos planteamientos: un doble vínculo con la causa de los más débiles y con la causa, al tiempo, del orden mínimo que el mundo necesita ahora y ya. Es posible unir criterios y luchar por un dificilísimo armisticio antes de que sea demasiado tarde.

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Fermín Bouza es sociólogo.

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