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Los cándidos

Manuel Rivas

Ahí los tenéis, un grupo de cándidos, en el mejor de los supuestos, con sus palomitas, disfrutando del privilegio de discrepar. No es dificil distinguir, entre sus ociosas filas, a algún experto en morerías. ¿Dónde estaban cuando empezó realmente la guerra, el 2 de agosto? ¿Por qué no salieron entonces a la calle con camisetas de Free Kuwait? Esta guerra era inevitable y hasta necesaria, ¿inevitable ya que necesaria? Iba a ser retransmitida en directo, pues el mundo adelanta que es una barbaridad, y además, al mal tiempo, buena cara, prefiguraría, en violenta y catártica cúpula, un Gobierno mundial con capacidad disuasoria suficiente para atar en corto a tiranos desalmados y expansionistas. La música pacifista no amansa a las fieras. Entre sus desgarbados cortejos, y el teatro de operaciones hay la misma distancia épica que entre Los comedores de patatas, de Van Gogh, y la grandiosidad de un Delacroix.Y, sin embargo, el general francés en la reserva Pierre M. Gallois -¡qué reflexivos son los generales en la reserva!- constata que ésta es "la más extraña de las crisis mundiales". No le resulta fácil entender, para empezar, por qué Sadam hizo lo que hizo y aún menos el momento elegido para hacerlo, pero no se entretiene con especulaciones metafísicas, honrando así a su profesión, y no titubea en señalar a quienes han visto el cielo abierto para poner el pie en el estribo al otro lado. "La crisis sobrevino a punto para remediar, por lo menos parcialmente, las consecuencias socioeconómicas del desarme. En Bagdad habrían tenido que darse cuenta de que en una intervención militar dirigida sobre una región con riquezas energéticas indispensables para la economía mundial, los estados mayores por una parte y los industriales del armamento por otra verían el medio de justificar el mantenimiento, los primeros, de sus actividades de planificación y entrenamiento, y los segundos, de sus estudios y sus fabricaciones" (Política Exterior, número 18).

Es comprensible que los gobernantes sensatos se asesoren con gente seria, respetuosa con las divinidades realmente existentes, y no con ladradores discípulos de Diógenes. Pero si por una vez hincasen la rodilla en tierra, no para humillarse, sino para escuchar las voces del subsuelo donde retozan los cándidos pacifistas, quizá tendrían menos motivos, no ya para actuar de otro modo, pues no podemos imaginamos hasta qué punto el destino está escrito, pero sí para evitar la extrañeza de que haya avispas en un avispero.

La guerra comenzó el 2 de agosto con la invasión de Kuwait. Quizá si escuchamos a esos cándidos ladradores lleguemos a la conclusión de que entonces se levantó el telón, pero que el teatro de operaciones se diseñó con desvergüenza durante años, a la vista del público y, cómo no, con el concurso de coreógrafos ahora escandalizados súbitamente con su propia criatura. Y otros escenarios están servidos, pues los hoy bomberos andan llenando por doquier el carcaj de los potenciales pirómanos. Y no voy aser yo quien levante el dedo acusica hacia cierto país del Magreb, armado como todo el mundo sabe, por su queridísimo vecino del Norte, con quien no mantiene precisamente ningún contencioso neocolonial.

Fueron los cándidos ladradores los que delataron al dictador expansionista cuando gaseó a los kurdos. Fueron ellos los que denunciaron la camicería que envió a un incierto paraíso los cadáveres chamuscados de cientos de miles de jóvenes combatientes de Irak e Irán. Pero Sadam era entonces un buen socio de los mercaderes de pompas fúnebres occidentales, tan buen cliente que llenó los almacenes de existencias -hasta se permitió la broma de encargar réplicas de cartón piedrade tal manera que los proveedores volviéronse asustados a la sede central: "¡Cuidado con'este loco, que nos compra todo!"Los cándidos ladradores han venido diciendo muchas burradas, la mayor de las cuales es apuntar que el negocio industrial militar es un monstruo autónomo que no obedece las leyes internacionales, sino que las ignora o reinventa en su provecho. Si entrara en razón, ¿cuánto tiempo tardaría Sadam en ser rehabilitado como buen cliente? Ciertamente, a la vista de la historia, no cabe ser optimista sobre la naturaleza humana, pero, por si hubiese algún resquicio de esperanza, bien se encargan los armeros de ilustrarnos sobre el efecto pernicioso de las armas, pues es de común conocimiento, que no hay nadie más ecologista que el cazador. Que para que no existiera ningún dictador o tirano sería menester, de entrada, prohibir a los mercaderes todo comercio mortífero, y darles trato de criminales si así lo hiciesen, es una conclusión tan obvia como absurda, a la que sólo puede-llegar un cándido ladrador, ignorante sin duda de que son, en las más de las ocasiones legítimos Gobiernos los que tal trapicheo procuran.

Es de admirar que en este panorama haya quien atisbe un signo positivo en la más extraña de las guerras. Tal sería, según Fernando Savater, el germen de una autoridad mundial, una ONU de verdad, que respete y haga respetar el derecho internacional. Con este precedente, se viene a decir, los bribones se andarán con cuidado de ahora en adelante. Lógicamente, serían los estadounidenses los que vertebraran esa buena causa ¿Quién si no? No soy antinorteamericano, y admiro de Savater el valor intelectual de pro clamar lo que piensa -que muy a menudo coincide con lo que uno piensa-, por lo que no me precipitaré en hablar de una reedición caricaturizada del corso Bonaparte repartiendo sablazos de liberté, fraternité égalité a precio de mercado, ni tampoco del cándido Fernan do, por más que a ello empuje en caliente la lectura de Veil: Las guerras secretas de la CIA, de Bob Woodward. Un nacio nalista demócrata como era Castelao, que en paz descanse el paisano, colocó en el cenit de su utopía la Unión Mundial, un Gobierno planetario garante de los derechos humanos. ¿Cómo no compartir semejante deseoT

Bush se ha cansado de repetir ante el público norteamericano que no sólo el restablecímiento del derecho internacional, sino también la amenaza a "intereses económicos vitales", es lo que ha motivado la drástica determinación de intervenir en el Golfo. Llegados a este punto, con el excepcional aparato coercitivo desplegado en la zona, con el respaldo de un consenso internacional, resulta todavía más incomprensible a estas alturas el tajante rechazo a contemplar la celebración de una conferencia de paz sobre Oriente Próximo, imposibilitando cualquier salida diplomática. Lejos de ser una concesión a Sadam, lo habría despojado de su principal argumento propagandístico. Contendría el alineamiento incondicional de las poblaciones árabes, evitando una de las consecuencias más funestas de esta extraña guerra: el retroceso a las posiciones de antaño de los partidarios de Arafat y el reforzamiento de la intransigencia -también expansionista, no lo olvidemosen el campo israelí.

En esas circunstancias más justicieras, tendría sentido ha blar en justicia de un nuevo orden internacional, eufemismo macabro en labios de los artífi ces del Irangate y otros entuer tos del pasado reciente. Digá moslo en boca de dos activistas norteamericanos, William M. Arkin y Damian Durrant: "La intervención sólo puede legiti marse si se acompaña del desa rrollo de nuevos parámetros de comportamiento internacional y de una creciente toma de con ciencia de los costes de la guerra y de las maquinarias de guerra para la sociedad. Un nuevo compromiso de la comunidad mundial para enfrentarse a los verdaderos problemas globales de los armamentos y de la opre sión militares, del sufrimiento humano y los derechos huma nos y de la degradación am biental, es el orden del día co rrecto para 1991, y no la guerra por el petróleo".

Ahora, todo se ha complicado y ya no sabemos si el conflicto acerca o realmente aleja la esperanza de una instancia mundial justiciera. ¿Y si tuviesen razón los cándidos pacifistas?. Ojalá no cesen de ladrar, pues son la honra de nuestro tiempo y sólo su cultura ayuda a respirar.

M. Rivas es escritor y periodista.

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