Los primeros vencidos
No sabemos todavía quiénes serán los vencedores de la guerra del Golfo. Estados Unidos tiene toda la tecnología y capacidad militar y diplomática para conseguir que Sadam Husein se retire de Kuwait, llegar incluso a su eliminación física y destrozar para siempre el potencial bélico de Irak. Sadam Husein cuenta con una enorme capacidad de resistencia y con varios elementos de presión considerable: los pozos de petróleo, el mal trato a los prisioneros, los misiles Scud, con sus efectos psicológicos sobre sus enemigos y, sobre las masas árabes, o la acción corrosiva del tiempo sobre la opinión pública occidental y norteamericana. Pero su principal baza es la "madre de todas las batallas", expresión que utilizó en su primera alocución tras el estallido bélico y que ha sido interpretada erróneamente por muchos observadores.La "madre de todas las batallas" no es una batalla tremenda ni una metáfora oriental digna de las mil y una noches. La "madre de todas las batallas- es una expresión llana y literal que hay que tomar en su sentido más sencillo y exacto: una batalla, la actual, que engendra todas las otras batallas que se desencadenarán y encadenarán en la confrontación total entre la nación árabe y quienes quieren impedir su unidad y su hegemonía, o, en otros términos casi superpuestos, entre los creyentes que forman la comunidad de hombres sumisos a Dios -el islam- y los infieles -nosotros-. Ésta es el arma secreta de Sadam: la capacidad latente de su guerra, que puede convertirse en una reacción en cadena, quién sabe si -y ni Dios ni Alá lo quieran - en una tercera guerra mundial, hasta un enfrentamiento generalizado entre Norte y Sur, ricos y pobres, judeo-cristianos y musulmanes.
Incluso en el más rápido y, leve de los casos, de una fulminante derrota militar de Sadam, la "madre" quedará ahí, instalada en la representación mitológica de las masas árabes y musulmanas como un hito glorioso en la atormentada historía del islam. La mayor paradoja de esta guerra es que los dos principales contendientes pueden salir victoriosos. El presidente norteamericano, George Bush. porque habrá conseguido librar el emirato petrolero de Kuwait de las garras del dictador iraquí. El rais Sadam Husein, porque habrá demostrado a las masas de desheredados árabes y musulmanes, incluso a costa de su propia vida, que el poder del imperio puede ser desafiado y que el corazón de Israel es vulnerable. Bush quizás ganará las próximas elecciones, sobre todo si la victoria militar es rápida y contundente, cosa que cada vez es más difícil. Sadam Husein se ha convertido va, a estas alturas, en héroe del mundo árabe y, si las cosas giran mal para él, pronto será también un mártir, uno de los mayores mártires, al que rendirán culto los creyentes y los muyahidin lanzados al sacrificio.
Así como la suma de electrónica evolucionada, censura militar y descuido profesional periodístico nos lleva a batallas en las que no aparece ni una gota de sangre, ¿es posible que los milagros de la posmodernidad nos lleven a una guerra sin vencidos? ¿En que cuenta habrá que poner entonces los cadáveres, el dolor y la destrucción? Como en los videojuegos o en las competiciones deportivas, la pulsión asesina y, la victoria se nos presentan pasadas por el tamiz aséptico de una pantalla fosforescente, sin su otra cara tenebrosa. La aritmética de la guerra electrónica y deportiva no admite ni muertos ni vencidos, sólo tantos a favor y, una enorme sonrisa de euforia publicitaria. En esta cara de la guerra se hallan los pilotos norteamericanos interrogados ante las cámaras tras el bombardeo, que describen Bagdad como un árbol de Navidad, se acuerdan de los fuegos artificiales el día de la fiesta nacional, aseguran que es como un partido de fútbol y califican el ataque como maravillosamente excitante
La otra cara la proporciona la gravedad de los pilotos británicos interrogados el mismo día por los mismos periodistas, o el horror de los prisioneros mostrados por el Ejército iraquí ante una cámara de vídeo.
No hay vencidos, pero de todo ello se colige que hay un vencedor apabullante, por encima de Bush y de Sadam, devorando incluso a uno y otro, devorándonos a todos, y éste es la tecnología omnipotente, con sus frías imágenes de los bombardeos, en eficaz versión sin color, tomadas desde el vértice de un misil o de un avión. Esta tecnología misma nos ofrece las horribles estampas de humillación de la dignidad humana grabadas en el rostro de los pilotos, idénticas al horror que provoca la visión de Samuel Doe, el ex presidente de Libería, con las orejas cortadas o de Nicolae Ceausescu y su esposa, juzgados y ejecutados rudimentaria y sumariamente. Vence la tecnología, instrumento al servicio de la guerra y fotomatón de la muerte, precisamente cuando mayor es la censura y mayor la manipulación informativa por parte de los estados mayores.
¿Quién será entonces el vencido? No se sabe, pero puede empezar a intuirse. La verdad, quizás. Todos. casi seguro. Es decir, con esta guerra sucederá como con todas las guerras, desde Troya hasta nuestros días. La tecnología puede empeorarnos, pero lo que es seguro es que no nos mejora. De manera que, excepción hecha de las dos victorias enormes que registrarán los anales, la de Bush y la de Sadam, ya sabemos quiénes perderán esta guerra, que empezó una noche en el Golfo y de cuyo final y resultados, como en toda guerra, nada se sabe. Además de estos perdedores genéricos que somos todos, algunos habrá que serán todavía más perdedores, más vencidos, como los palestinos, por ejemplo, perdedores sin máscara contra los gases bajo sus propias bombas. Pero los vencidos más tempraneros somos los europeos, encabezados por nuestros amigos franceses, síntesis y emblema de toda nuestra escasa gloria y de nuestra abundante miseria.
En estos momentos nos odian nestros vecinos árabes, principalmente estos vecinos íntimos magrebíes, y nuestros medioparientes y también vecinos, los israelíes. Para los árabes, somos tan culpables como Estados Unidos de esta guerra, en la que sólo pueden hallar de seos de aniquilarles como nación y de someterlos como seres humanos, Para los israelíes, somos culpables, por cuanto hemos engordado a Sadam. con armas y con ánimos en sus ocho años de confrontación con Irán, y hemos querido merca dear luego con la cuestión palestina para evitar la guerra. Todos los esfuerzos desplegados por Europa para obtener la paz, que no han sido pocos ni intensos. han sido interpretados coi-no traición por unos Y otros: los norteamericanos y sus fieles amigos ingleses se mofan de los dubitativos franceses, pero los argelinos y tunecinos se indignan contra sus antiguos colonizadores por su intervención contra Irak. Nuestros escasos estuerzos por hacer la guerra son despreciados por los anglosajones y ponderados en todo su valor por los iraquíes y sus amigos. Para los magrebíes, so nios unos racistas xenófobos, que explotamos a los inmigran tes. Para los israelíes, somos unos dubitativos filoárabes, que no hemos borrado todavía nuestras viejas tentaciones antisemitas.
Esto no tendría mayor importancia si Europa estuviera en América, pero da la casualidad de que quien está en América es Estados Unidos, y nosotros, los europeos, estamos al lado del Magreb, y tenemos como destino escrito en nuestra demografía., en la internacionalización de la economía y en los desequilibrios de riqueza que el futuro será de una nueva Europa tolerante y plural, donde deben convivir y mezclarse razas, culturas y religiones, o no habrá futuro. Y así nos va. Somos los vencidos prematuros y, seguramente, lo éramos ya antes de que empezaran las bofetadas.
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