El dilema alemán
Ningún soldado de la RFA pisará el Golfo
JOSÉ M. MARTÍ FONT Alemania no sabe qué hacer. El Gobierno de Bonn, francamente paralizado, intenta enviar señales para calmar a sus irritados aliados. Quienes durante 40 años, armados hasta los dientes, defendieron la trinchera más caliente de la guerra fría y gracias a los cuales fue posible la unificación, acusan ahora a la nueva Alemania de insolidaria y desagradecida. En la calle, centenares de miles de manifestantes contribuyen cada día a que la ola pacifista tome mayor envergadura y evidencian la total oposición de la opinión pública a la guerra.
Los miedos y prejuicios que surgían intermitentemente a lo largo del año pasado, mientras Alemania corría desbocada hacia su unificación, aquellos que aseguraban que se estaba gestando el IV Reich y recordaban el intrínseco militarismo del pueblo alemán, se están quedando sin argumentos. Por si les quedara alguno, sólo tienen que esperar a ver lo que sucede hoy en la pequeña capital federal, Bonn, cuando todo el impulso pacifista se concentre en la masiva manifestación prevista en la estrechas calles del "pequeño pueblo en Alemania".Alemania es, inidscutiblemente, la mayor potencia económica y demográfica de Occidente, después de Estados Unidos. Bonn tiene una deuda moral para con los aliados, depende del petróleo del Golfo tanto o más que los demás países occidentales y posee un potencial militar de primera categoría, que, sin duda, influiría decisivamente en el desarrollo del conflicto. La derecha gobierna con un amplia mayoría recién obtenida en las urnas. Todo parece empujarla hacia intervenir militarmente. Pero no lo hace.
Habrá que revisar todos los prejuicios que la historia ha acumulado sobre el pueblo alemán. Ningún Gobierno -y el de Kohl tampoco- se atrevería ahora mismo a introducir al país, que siempre fue obligado a mantener un papel secundario en la política internacional, en el conflicto. Quienes definían a Bonn como 11 un gigante económico y un enano político" siguen en lo cierto.
Pero no es sólo la falta de práctica. El pueblo alemán, se ve ahora claro, sigue profundamente afectado por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, mucho más que quienes sufrieron la locura nazi, y la situación actual tiene demasiados paralelismos con lo sucedido en Europa a finales de los años treinta. La coalición anti-Sadam se parece extrañamente a la que acabó con el delirio hitleriano y la memoria histórica parece haber despertado. Los alemanes tienen angst, y esta vez no lo exorcizan con la violencia, sino con un agresivo pacifismo de tonos romanticos.
Prohibición constitucional
Ya en otoño pasado, en plena campaña electoral, el canciller Kohl se curó en salud amparándose en la prohibición constitucional que impide cualquier acción militar fuera del territorio alemán, aunque se entiende que queda ampliado al territorio de la Alianza Atlántica. Pero la practica entrada de Turquía en la guerra parece ahora haber derrumbado esta barrera.
El presidente turco, Turgut Ozal, ya les ha dicho a los alemanes que no asumen sus responsabilidades y que "se han vuelto tan ricos que han perdido completamente su espíritu de lucha". Hans-Dietrich Genscher ha viajado a Israel, cargado de regalos y avergonzado por la participación alemana en la creación de la máquina militar iraquí. Bonn promete más dinero, se habla de 10.000 millones de marcos más. Pero lo que parece ya seguro es que -como insiste el canciller- ningún soldado alemán pisará el Golfo.
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