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Reportaje:EL RELEVO

Silbando bajo la lluvia

30 años separan los debús de Joaquín y Eugenio como agentes municipales

Viven gracias al fenómeno más odiado por la población madrileña: los atascos. A nuestros personajes, uno que empieza, otro que se jubila, les separan casi 30 años de experiencia, muchos avances tecnológicos ideados para el control del tráfico rodado, algún que otro semáforo, varios galones y un uniforme. Aun así, estos dos policías municipales dedicados a la circulación comprueban que tienen muchas cosas en común.

El mapa automovilístico madrileño, uno de los puntos más negros de la política regional sigue siendo un caos. Sin embargo, Joaquín, que apenas lleva un año vestido de azul pitufo, como les apoda el pueblo escogió circulación "porque la calle es lo que te da más soltura. No niego que sea muy duro, porque no te libera de otras labores de seguridad. Si un ciudadano te necesita has de acudir. Y cada día son más las llamadas al 092 para cualquier problema, atracos, traslado de enfermos... Los policías somos necesarios porque ni siquiera los semáforos impiden que los automovilistas invadan los cruces". Para muchos, la palabra exacta sería vía cruces. La mala circulación en Madrid está siendo como el pan, algo de cada día.Joaquín ha trabajado como encargado de librería, en empresas de seguridad, en un gimnasio... "Tengo familia en el cuerpo y no me disgustaba ser policía, pero nunca hubiera optado por la Guardia Civil o la Nacional. Este trabajo me deja tiempo libre para estudiar Psicología. Yo creo que las cosas han ido cambiando y no tenemos esa imagen represiva de antes. En la academia escogen a los aspirantes no sólo por sus cualidades físicas, y tenemos posibilidades de promoción. ¿En qué se parece a las películas? El sargento pasa lista a las siete de la mañana, te da el orden del día...".

Desde su puesto en la Gran Vía madrileña, donde casi todas las horas son puntas gracias a los más de. 115.000 vehículos que la transitan, Joaquín ya reconoce las caras de los habituales.

Le imaginamos a ratos observando las reacciones que provoca la impaciencia en una ciudad donde se pierden 600.000 horas diarias al volante, especialmente en el centro, cuando pocos coches logran superar la ridícula velocidad de 12 kilómetros a la hora. Desde su primera actuación, silbato en mano, Joaquín ha intentado soportar el concierto diario, para frenazo y claxon que ofrece una de las ciudades más ruidosas de Europa. Con ademanes enérgicos y sin desesperarse. Riéndose ante los gestos mecánicos de los conductores, unos crispados, otros absortos en la tarea de excavarse concienzudamente la nariz.

Sin semáforos

Eugenio, sargento retirado después de 27 años, dos meses y tres días en el cuerpo, comenzó vistiendo aquel curioso uniforme con gorro blanco en forma de orinal. Su emplazamiento fue el puente de la Princesa, cuya radiografía conserva en su memoria: además de los coches, dos tranvías, 12 o 14 giros y... a mano. "No había semáforos. La problemática circulación de Madrid ha sido la mejor escuela para el policía municipal. Figúrate que al entrar en el cuerpo ganaba en medio turno más que en una jornada completa como pintor, mi anterior trabajo. Desde hace seis años soy sargento. Al jubilarme he ganado mucha tranquilidad. Ahora me paso el día viendo la tele y viajando. El duende no se te va, porque aunque no escojas el cuerpo de la Policía Municipal por vocación, acaba gustándote".Coincide con su joven sucesor en la buena imagen del guardia de hoy. Puede que no acierten a comprender la sensación de un automovilista en pleno giro prohibido, cuando descubre la figura vestida de azul que clava los ojos en la matrícula de su automóvil. "Las cosas han cambiado", asegura Eugenio; "yo recuerdo que me molestaba mucho oír cómo nos utilizaban para asustar a los niños, 'corre, que viene el guardia', decían las mamás. Como si fuéramos el hombre del saco". Nuestro veterano agente nunca ha sentido miedo. Ni siquiera el día que protagonizó una secuencia de crónica negra, deteniendo a un ladrón armado, que pretendía huir con su botín tras herir a dos personas en los oscuros recodos de un aparcamiento subterráneo.

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Traicionamos su deseo de guardar un modesto silencio, añadiendo tan sólo que la aventura le valió una medalla. "No sentí miedo. Si tienes que disparar, disparas. Lo piensas y no lo piensas a la vez, los nervios llegan luego. Antes, todo eso se aprendía casi por intuición".

"Pero yo, igual que Joaquín, creo que lo más duro es la calle". Mira al joven agente, reclama y consigue su atención, para añadir: "Tú intenta hacerte siempre con el tráfico. Señales enérgicas y muy claras. Si te equivocas... ".

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