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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Palestina en la guerra

RESULTA DEMASIADO pronto para aventurar predicciones sobre lo que ocurrirá en el mundo árabe una vez que haya acabado la guerra. Una de las razones invocadas por quienes se oponían hasta el último momento a las hostilidades ha sido precisamente la imposibilidad de sabor cómo y cuándo acabarán éstas y cuáles serán sus consecuencias políticas para la región, que en todo caso se prevén traumáticas. La guerra tiene formas impredecibles de actuar sobre situaciones dadas. Sin embargo, lo que sí puede examinarse es la evolución de algunos de los factores con la oportunidad de la conflagración y de los momentos inmediatamente anteriores a ella.Por su urgencia y gravedad destaca la cuestión palestina. Gran parte de los argumentos utilizados de modo cínico por Sadam Husein en apoyo de su particular solución al tema de la invasión de Kuwait ha estado centrada en la necesidad de que la crisis del Golfo fuera tratada simultáneamente con la de Israel, y de que ésta recibiera de las Naciones Unidas, cuando menos, el mismo trato: aplicación y respeto de las resoluciones aprobadas tanto por su Consejo de Seguridad como por la Asamblea General. Tales argumentos son sólidos e indiscutibles si se quiere evitar la sospecha del dobIe rasero y siempre cuando no se olvide que Sadam no creó el problem. de Kuwait con el objetivo político-filosófico de que fuera equiparado al dell antagonismo entre judíos y árabes. De hecho, la necesidad de resolver la cuestión palestina nace objetivamente de su injusticia y de su larga duración y no de su coincidencia con la del Golfo. Por este motivo, el final de la guerra deberá marcar el inicio de la solución de la crisis palestino-israelí mediante el recurso a la convocatoria de la conferencia que preconiza mayoritariamente la comunidad internacional.

En este sentido, el conflicto de Irak aportará un elemento positivo, a condición de que Israel no se una a las hostilidades o lo haga de forma extremadamente limitada (como su Gobierno prometió al norteamericano, probablemente a cambio del compromiso de Washington de destruir en primer lugar las plataformas iraquíes que apuntaban a Israel). Sólo así no degenerará la cuestión en el enfrentamiento árabe-israelí que quiere Sadam Husein. Si la mayor parte de los árabes se mantiene en el campo aliado anti-Irak, se habrá ganado en moderación y en el clima necesario para la solución pacífica del problema palestino. Jerusalén habrá contraído con los países árabes una deuda de complicidad a la que deberá hacer honor en tiempo de paz. Lo mismo es válido a la viceversa. Hablamos de un equilibrio zonal tan frágil que es en ese contexto en donde la declaración, ayer, de las autoridades sirias cobra particular importancia: "Defenderemos a cualquier Estado árabe atacado por Israel". El fin de la guerra debe obrar en el mismo sentido positivo en relación con las reticencias de EE UU, que en las pasadas semanas ha reiterado una y otra vez su oposición no a recurrir a la solución de la conferencia impuesta a las partes, sino a hacerlo bajo la coacción del vínculo que pretende imponer Sadam.

Si debiera escogerse una víctima política de la guerra, el dedo apuntaría sin dudarlo a Yasir Arafat, líder de la OLP. Al tomar la decisión de apoyar inequívocamente a Bagdad en el conflicto del Golfo, al insistir en culpar nuevamente a Israel cómo enemigo público número uno, Arafat ha desandado muchos de los pasos dados por los palestinos a favor de sus posiciones. Probablemente le ha impulsado a ello cierto grado de frustración ante la lentitud con que se avanza hacia una solución en Oriente Proximo. Si ha sido así, su equivocación será doble: ponerse del lado del extremismo tras muchos años de giro hacia la moderación, y, por tanto, del evidente perdedor. Arafat saldrá de esta crisis gravemente tocado como líder; lo cual será otra desgracia de la guerra.

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