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"La cárcel es mi única familia"

Un preso de Córdoba convicto de asesinato y redimido de pena exige cumplir su condena

Es la historia de un hombre que renuncia libremente a su libertad. Sebastián Molina, preso desde hace 13 años en la cárcel de Córdoba, mató a tiros a su amante una mañana de primavera, después de haberla besado durante toda la noche a campo abierto, con luz de luna llena. Convicto de asesinato y redimido de pena, reclama ahora su derecho a cumplir la sentencia hasta el final. Detrás arrastra una historia antigua de tiros y muerte; delante, la soledad de un hombre que proclama que su única familia es la cárcel. Prefiere las rejas a la libertad.

Sebastián Molina había alcanzado soltero los cuarenta y cinco años cuando aquella mujer entró en su vida. Filomena Galisteo, que así se llamaba la esposa del dueño de la finca con el que Sebastián compartía en aparcería más de doscientas ovejas y un puñado de yeguas, había conseguido, después de tantos años, hacerle perder la cabeza. Aquella tarde del dos de junio, verano ya en el campo de Cabra (Córdoba), Sebastián Molina, al que entonces también conocían por "El Lonjilla", observó cómo Filomena entró en el cortijo El Cañajal -donde vivía con su marido- acompañada de Juan Moyano, un joven vecino de quince años con quien estuvo algún tiempo en las alcobas del interior. Sebastián Molina, que a duras penas podía aguantar que Filomena le fuese "infiel" con su propio marido, pensó que los que se levantaban aquella tarde eran ya demasiados muros para su relación, y decidió derribarlos. Hoy, doce años después de aquel día caluroso de junio, Sebastián todavía recuerda que se sintió celoso, celoso y sólo; tan sólo como los cuarenta y cinco años anteriores a aquella mujer....Cuenta una sentencia que ya se pone amarilla en la Audiencia de Córdoba que desde que el sol se escondió el dos de junio de 1978 hasta que el día siguiente clareó, todo en el campo de Cabra fueron, por este orden, tiros y besos, y muchos más tiros. Cuando Filomena salió de su alcoba, Sebastián Molina, que vigilaba la puerta del cortijo desde un pozo cercano, invitó al joven a un bocadillo, y le dijo: "Espera que voy a subir a la cámara donde tengo unas carnuesas". Después de unos segundos las manzanas se convirtieron en perdigones, disparados por una escopeta de cartuchos del calibre 28 de los que el joven amante pudo escapar con vida de milagro.

Luna llena

Fue una noche larga aquella que bajo una luna que pudo ser llena, Sebastián "cohabitó en el campo con Filomena en repetidas ocasiones", según aporta la sentencia. "Sobre las cinco de la mañana, ya del día tres, el procesado pensando en que todo lo ocurrido se había debido a que Filomena era una mala mujer, decidió matarla, para lo que ya amaneciendo, entre dos luces, cargó la escopeta y le disparó tres veces...". La mató.Diciembre de 1990. Sebastián menea la cabeza. Cincuenta y siete años ya -los últimos doce en la prisión de Córdoba-, y está tan soltero como siempre. Ahora, más de doce años callado, sabedor de que "los criminales deben pagar sus culpas; si no me llegan a juzgar yo mismo me hubiese impuesto el castigo", Sebastián Molina sólo se atreve a reclamar una cosa: desea cumplir los treinta años de condena, ni un día más, ni un día menos.... Y, aunque arrepentido, no le importa utilizar su currículo de asesino para hacer valer su "derecho" a cumplir la condena, treinta años, con la que siempre estuvo conforme.

Bajo dos cejas que sólo es una y que podría dar sombra a treinta ojos, Sebastián, patillas interminables, camisa a cuadros que quiere escaparse y lo consigue de un jersey de punto azul, es, lo confiesa, un hombre feliz. "Aunque aquí no se cobran trienios", Sebastián Molina, al que todos conocen por Curro -recuerdo de aquel bandolero andaluz que, como él durante algunos días tras el crimen, permaneció escondido en la sierra- está contento de ser el preso con más antigüedad de la prisión cordobesa.

Sebastián, quien a diferencia de aquel preso número nueve sí se arrepintió de "la horrible equivocación", abre con una llave que él sólo posee un pequeño patio en el interior de la prisión y cuida las plantas, los peces y las tortugas que constituyen sus únicas preocupaciones diarias.

Bajo la advertencia de un cartel que convierte con ironía el pequeño jardín en un "Coto privado de caza y pesca", Sebastián, Curro ya, cuida varias yedras, una dama de noche y un árbol que da, según las épocas, peras o naranjas, ciruelas o manzanas, melocotones a veces. Y es que Sebastián, harto de la estrechez de su finca, se esmera cada cierto tiempo en colgar del árbol los despojos, hoy de manzanas, mañana puede que de ciruelas, que los demás internos le proporcionan después de las comidas.

Trece años después de aquella noche de junio, los responsables judiciales y penitenciarios de Córdoba se encuentran ante un delicado problema que resolver.

Curro, antes Sebastián, no quiere -"dónde voy a ir ya, sin el dinero que entonces conseguí reunir, sin las ovejas y sin las yeguas. Dónde voy a ir que me quieran: viejo, con los brazos cruzados y con mi historia de crímenes detrás...- acogerse a la reducción de penas que por trabajo -fabrica balones de fútbol para una conocida marca deportiva- o por su buen comportamiento podía disfrutar ya.

"La cárcel es mi única familia. Desde que aquel guardia civil que me detuvo en la sierra me dijo: Sebastián, toda la vida guardándose y ahora todo se lo lleva el demonio, mis días han pasado felices. Después de ser buena persona durante casi trece años, de conseguir vivir en paz, hoy tengo derecho a cumplir mi condena...".

Una locura de faldas

"Aquello, desde que sorprendí a Filomena engañándome, fue una locura de faldas", reconoce ahora, casi trece años después, Sebastián Molina, quien comenta con humor que se parece físicamente al hombre lobo de las películas, pero que no consigue recordar si todo ocurrió a la luz de la luna llena.

Fue demasiado rápido. Sebastián reconoce que gritó fuera de sí: "Ahora voy por el cojo y por Filomena". Sebastián sorprendió en la puerta del cortijo El Cañajal al marido de Filomena, Antonio Ordóñez, a quien disparó en los genitales y, acto seguido, cuando el herido intentaba contenerse la vida con un trapo, Sebastián "El Lonjilla" gritó: "Ya no te escapas Robles", apellido con el que también era conocido Ordóñez a modo de apodo, y le disparó una y otra vez, a bocajarro, dejándolo casi muerto.

A pesar de los muchos tiros recibidos, Antonio Ordóñez todavía alcanzó a oír entre las heridas que lo dejarían castrado y desfigurado para siempre la voz de su mujer, que invitaba a Sebastián Molina: "Vámonos pronto Sebastián, que el cojo ya está matao, que el cojo ya está matao...".

Casi trece años después de aquella sangrienta madrugada de primavera, Sebastián Molina aún se esfuerza en justificar entre dientes aquella agresión, aunque reconoce que la sentencia fue justa y que "todos los asesinos deben pagar sus faltas". El preso que renuncia a la libertad murmura: "No tenía otra salida. La relación ilícita con Filomena había llegado a un punto que se estaba preparando mi muerte.... Aquella locura de faldas había llegado demasiado lejos y estaba pidiendo sangre".

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