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Renovación del pasado

Hable de lo que hable, todo escritor está hablando siempre de sí mismo. Cada cual, escritor o no, habla -es ésta la condición misma del hablar- desde su propia perspectiva, y así, aun sin quererlo, uno se descubre tras la objetividad del tema tratado. Pero de vez en cuando el haïssable moi se muestra más directamente, y quizá nunca tanto como, por paradoja, precisa mente cuando califica de odioso al yo... Quisiera yo hablar ahora de tres experiencias personales que en días recientes han venido a coincidir para reanimar en esta provecta edad mía momentos de un pasado muy remoto. La primera de esas experiencias me ha permitido recuperar al fin, con ocasión de un viaje a mi natal Granada, lugares de mi primera infancia que añoraba y creía perdidos. Vino luego la de encontrar en casa, al regreso de mi viaje, copla de la ponencia presentada por un antiguo alumno a cierto congreso en la Universidad de Aix-en-Provence, ponencia donde el estudioso joven analiza mis Recuerdos y olvidos en cuanto autorretrato del autor, y cuyo trabajo me ha permitido encarar la imagen que, copiando a través de ese borroso espejo: la realidad vivida por mí, trazó mi mano en las páginas del libro. En fin, la tercera de tales experiencias ha sido una carta donde alguien me remite, en fotocopia sacada de un viejo periódico madrileño, la respuesta que el 2 de febrero de 1928 debí dar a una "encuesta a la juventud española" sobre política y literatura. Con esto, regresaba también a mi actualidad un momento de mi pretérito, no tan distante como aquellos otros de la infancia, pues quien había pronunciado o escrito las frases de ese texto era ya un chico de 21 años; pero aun así, momento muy distante.Al remitirme ese texto tan añejo, no ya coloreado como aquellos recuerdos por el sentimiento, sino más bien nacido de la reflexión intelectual, se admira mi corresponsal en su carta de que la actitud ahí expuesta (¡hace más de 60 años, y pese a cuanto ha llovido y diluviado desde entonces!) sea idéntica a la posición que ahora suelo asumir en mis opiniones de prensa. ¿Lo es, en efecto? Si lo fuese, no estaría por mi parte seguro de que tanta consecuencia en las ideas manifieste la loable virtud que amablemente me atribuye, o más bien quizá delate lamentable rigidez y anquilosamiento. A efectos de mera curiosidad, le someto al lector algunas de las frases dichas en aquel tan lejano entonces.

A la pregunta sobre "qué ideas consideraba Fundamentales para el porvenir del Estado español", di esta contestación: "¿Ideas para el porvenir? La misión del escritor no es lanzar programas. "¿Ideas Fundamentales? Usted perdone:, no soy hombre de principios (políticos). Sin embargo, no cabe ignorar que el progreso material de la civilización -aviación, telegrafía sin hilos, etcétera- requiere urgente internacionalismo: las naciones se han quedado estrechas definitivamente, y nos dificultan los movimientos; que este mismo progreso impone la injerencia absoluta. de las entidades públicas en la vida social para la realización de servicios, cada vez más complicados y costosos; que varios Estados se han sovietizado y algún otro se sindicaliza... Hechos dispares en apariencia, pero coincidentes en marcar la nueva orientación del mundo. De acuerdo con ello espero y deseo el porvenir de España".

Piénsese en la fecha: estábamos a comienzos de 1928. España, a la expectativa de una democracia amplia y efectiva, superadora del entonces llamado -e injustamente denostado- antiguo régimen, es decir, de la monarquía constitucional de la restauración, vivía el lapso de suspensa esperanza abierto por la dictadura del general Primo de Rivera. Mi generación, después de un 98 crítico, europeizante y nacionalista, y del novecentismo orteguiano, también nacionalista y critico pero europeizado, ya sentía, a la vista del progreso civilizatorio (¡reducido, sin embargo, todavía a la "aviación, telegrafía sin hilos, etcétera"!) que las naciones se habían quedado definitivamente estrechas y que se necesitaba ahora con urgencia una ordenación internacional del mundo.

En el aspecto cultural esta generación nueva, desembarazada del lastre de siglos que el esfuerzo intelectual de las precedentes había logrado arrojar por la borda, se instalaba con alegre apostura en un presente que creía libre y lanzado hacia el futuro, sin inhibiciones ni resentidos recelos. Dominaba entre nosotros, los más jóvenes, una tónica de ágil aplomo. España, y nosotros con ella, estaba colocada ya en el plano de la actualidad mundial. Pero si en lo cultural, dentro de cuya esfera nos movíamos los jóvenes escritores, era éste sin duda el caso, la nación como tal seguía situada al margen de la corriente histórica; y muy pronto habríamos todos de padecer los crueles efectos de esa antigua marginación suya. No más tarde que al siguiente año, 1929, se producía ya la tremenda crisis financiera que sacudió a la economía del mundo; y en seguida empezaron a precipitarse uno tras otro acontecimientos catastróficos. Mientras España pretendía encaminarse con ilusión hacia la democracia, la democracia naufragaba en los países de nuestro entorno: con el surgimiento de Hitler, el fascismo, en alternativas de pugna y alianza con el comunismo, haría objeto de irrisión a los paralizados regímenes liberales; y por último, las desafiantes potencias fascistas echarían su decisivo peso en el proceso político español: la guerra civil española, prólogo de la conflagración general, fue zanjada por su intervención. Y este desenlace daría lugar, por lo pronto, entre nosotros a un duro repliegue nacionalista (no sólo en el campo reaccionario de los subleva

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