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Invitación a un almuerzo de Immanuel Kant

Immanuel Kant era conocido en Königsberg por su hospitalidad. Regularmente invitaba a comer a sus amigos y colegas. Estos almuerzos eran esfuerzos conscientes por parte del gran filósofo orientados hacia la creación de formas apropiadas de Humanitat, civismo, urbanidad. Desde que Kant reflexionara en su Antropología sobre las costumbres, los modales y el contenido del Tafélgisoräche, las conversaciones alrededor de su mesa (al parecer así sucedía en cada oportunidad que se presentaba) materializaban su utopía cultural, que era la de una sociedad moderna, una utopía sin rango ni posición social heredada. Cualquier miembro de la sociedad moderna reúne, en principio, las dos condiciones esenciales para ser admitido a la mesa, es decir: un gusto refinado y una actitud pluralista -conciliadora y abierta- Para ser invitado a esta mesa no se precisa ni la riqueza, ni las aptitudes profesionales, ni la fama ni el poder. Y dado que, en opinión de Kant, las ansias de riqueza, de poder o de fama son los típicos impulsos egoístas, se puede deducir de forma razonable que las sociedades que persiguen fama, riqueza o poder son las menos indicadas para ser invitadas al almuerzo.Célebre almuerzo de Kant, su utopía cultural, es indiscutiblemente elitista; aunque no lo sea en lo que a éxito o condición Social se refiere, sin duda lo es en términos de excelencia humano-cultural. Como tal, se supone que es incompatible con la democracia. Pero, en realidad, la cuestión de si el elitismo es algo tan ajeno al espíritu de la democracia es discutible. La denominada élite social surge con la era moderna, sobre todo con la sociedad abierta. En la estructura social de reciprocidad asimétrica anterior a la era moderna se veneraba, se respetaba, se odiaba o se servía a los hombres de las altas esferas, pero no se les imitaba, no servían como modelo. La aristocracia (o la clase acomodada) se convirtió en modelo únicamente para la primera burguesía; y los bourgeois gentilhommes -una vez que comenzaron a solazarse al estilo George Dandin ya anunciaban el inminente colapso del viejo régimen. En una típica democracia de masas persisten las élites del mismo modo que existen grupos que casi todos los demás imitan sin llegar a ser jamás como ellos. Los muy ricos o los muy famosos, las denominadas figuras de culto -desde los cantantes de moda hasta los políticos- componen dicha élite. En este caso, la distancias entre la minoría y la mayoría no es menor que en el caso de las élites culturales: en realidad es mayor. O lo que es aún peor, la gente puede imitarlos sin llegar jamás a ser como ellos. La relación entre la gente y la élite no es más que un simulacro; se elige parecerse y no ser. Como Kant señalaría, así es también el modo en que la vida ética como simulacro funciona normalmente. Pero la élite en la utopía del almuerzo es una élite precisamente porque, para ellos, la vida ética sigue un patrón diferente.

La creciente élite democrática está compuesta por los ricos, los modelos de culto y otros semejantes. La posición de los que están en la cumbre es el resultado de la combinación de tres elementos: la decisión de destacar empezando por parecerse, el buen uso de sus aptitudes, poniéndoles al servicio de sus ansias egoístas y, finalmente, la buena suerte que les ha sonreído. Esta es una élite democrática -tanto si es ética como cultural- siempre que ser democrático signifique que no existe diferencia alguna de actitud entre el que está arriba y el que está abajo.

Por el contrario, y suponiendo que los participantes habituales en los almuerzos de Kant constituyen una élite, los comensales son miembros de la misma por el simple hecho de ser distintos del resto, no en cuanto a su posición, capacidad o riqueza, sino por su actitud. De nuestra interpretación de la democracia depende que consideremos a esa élite ético-cultural democrática o no democrática.

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Supongamos que la democracia exige que uno imite a personas que son idénticas a uno mismo, excepto que éstas se encuentran en una posición superior, rodeadas de éxito y glamour. Si éste es el caso, entonces lo que tanto hombres como mujeres imitan es precisamente lo que es distinto a lo suyo, es decir: el éxito y el glamour. Pero si uno imita las apariencias de una élite que no se distinga en absoluto del resto en el gusto, la postura, la ética, los juicios, en ese caso no podrá cambiar en su Interior a través de la imitación. No hay otro modo de ascender que no sea por medio del éxito. No se crece imitando a una élite de este tipo. Por este motivo podría hacerse la paradójica observación de que las élites ético-culturales son más democráticas de lo que podría llegar a ser cualquier otra élite, y también que cuanto más grande sea la distancia, ética y culturalmente hablando, entre una élite y el mundo natural de las democracias de masas, más democrática llegará a ser dicha élite. Ya que si, en el amanecer de una larga y venerable tradición, suponemos que la democracia habita en aquellos hombres y mujeres que están involucrados en asuntos relacionados con la justicia para promover el bien público y que respetan debidamente la libertad y la igualdad del prójimo, también podemos mantener que tiene que existir un grupo que suspende la ley de la selva, aunque sólo sea durante breves intervalos, y que lleve a la práctica el respeto mutuo a la libertad de cada uno, la racionalidad, las buenas intenciones y la igualdad, sin aspavientos, sin resentimientos, con alegría y placer.

Se puede imitar a las élites de esta clase de un modo completamente distinto al de las figuras de culto o sociales. Quienes los imitan pueden desarrollarse ética, cultural e intelectualmente; lo que se respeta en esta élite no es sólo el, poder cultural o intelectual, sino el modo de emplear ese poder sin utilizar al prójimo. Ciertamente, el hecho de pertenecer a esta élite no prohíbe a nadie utilizar a otros. A los invitados al almuerzo de Kant no se les formulaba la pregunta de si alguna vez habían utilizado a otra persona en sus vidas cotidianas. De todos modos, durante el almuerzo la vida civil (cotidiana) se suspendía.

El almuerzo de Kant es una utopía; una realidad utópica incluso para los participantes que llevan una vida poco utópica antes y después del almuerzo. Sin embargo, la élite de la comida es una utopía democrática, simplemente porque la democracia no puede sobrevivir sin esta clase de élite intelectual-cultural a otra similar. Sin ella, la realidad democrática es un cadáver político. La mera democracia empírica es en si una imitación, la sombra vacía de la idea de una democracia. Después de todo, fue la élite reunida en el simposio de Platón, y no la concurrencia jubilosa del Circus Maximus, la que mantuvo viva la idea de la democracia durante más de dos mil años.

Agnes Heller es profesora de Sociología de la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York. Traducción: Carmen Viamonte.

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