Proyecto de progreso
Es comprensible que los formalistas limiten la cuestión a una dificultad de comunicación partido-sociedad, pues efectivamente, piensan ellos, si el canal no se hubiera constreñido por el endurecimiento del aparato, las demandas sociales hubiesen transcurrido fluidamente sociedad-partido-Gobierno y no estaría hoy tan en peligro el nivel homeostático apetecible. Menos comprensible es que el alma socialdemócrata se haya dejado enredar en el abrazo formalista y haya caído en una cierta irritación neurótica ante la dificultad de entenderse con la sociedad.Sin embargo, si uno se libera de la razón perezosa -contra la que nos avisó Kant- y desciende al infierno de los hechos concretos, se encuentra con la sorpresa de que la incomunicación no se debe tanto a la esclerosis de los conductos como a la inviabi-lidad de los materiales a transmitir en un momento dado, bien por su naturaleza- contradictoria o bien por su pesadez y volumetría (los indicadores macroeconómicos se comportan con cierta regularidad y todas las reivindicaciones sociales no se pueden satisfacer al mismo tiempo); aquí, el partido ha venido actuando como reductor de las demandas ciudadanas para evitar el bloqueo y la ineficacia del sistema político (Easton).
Tras ocho años de Gobierno socialista, las pérdidas de votos en los últimos eventos electorales -junto a otros instrumentos de diagnóstico- han puesto de relieve que la situación social no constituye precisamente un óptimo de Pareto. En concreto, el segmento de las llamadas clases medias, liberales y urbanas se siente maltratado y malhumorado por muchas razones, sin que el tercer tercio se manifieste satisfecho por entero a pesar de los enormes esfuerzos en subsidiación social, mientras que la lógica del capital español, por otra parte, ha exigido un trato de mano libre permisor de cierta proliferación de abusos financieros... Infraestructuras, transportes y servicios públicos en general no funcionan en el sentido en que, por cierto, quería Felipe González que España funcionase.
¿Qué decir?
El problema, pues, a mi entender, no está tanto en los términos formales en que se plantea (comunicación sociedad-partido-Gobierno), sino en saber por parte del partido qué decir y qué transmitir o de averiguar si lo dicho o transmitido es digerible por una sociedad cruzada de intereses contrapuestos.
Pero superar las paradojas de Bobbio y cabalgar el tigre de la democracia, con ser arduo y difícil -y, por supuesto, imprescindible-, no es suficiente para el desarrollo socialista. Hay que entrar en el fondo.
La dificultad reside en trenzar un proyecto de progreso que integre las crecientes y muchas veces desmesuradas y contradictorias demandas mediante un pacto con aquellos sectores y estratos sociales que, progresistamente, estén dispuestos a renunciar a parte de sus pretensiones a cambio de una configuración global de objetivos en la que tengan cabida también las aspiraciones parciales de otros grupos y colectivos de la sociedad. Precisamente sobre este complejo global de objetivos -del que queda descolgado todo particularismo no integrado en la perspectiva de la colectividad- y del consenso partido-sociedad trabado a base de una titánica dialéctica del día a día entre las dos partes, versó el discurso de Joan Lerma, mi secretario general en Valencia, en la crítica a la gestión de la ejecutiva socialista en el 320 congreso.
Y ya en el terreno de los contenidos, forzar las limitaciones que la lógica capitalista impone a todo programa de reformas sociales en profundidad es el gran debate y la gran tarea del socialismo español actual. Dando por supuesto que los canales. de comunicación partido-sociedad están expeditos y son amplios y dúctiles (pues mi tesis es que en este caso la causa de la obturación y endurecimiento de los canales está más en la carencia de material transmisible que en el deterioro inherente al aparato del partido), la discusión es de contenidos, ideológicos unos y operativos otros.
Ideológicamente, hay que dibujar los límites y rasgos esenciales del Estado del bienestar que estamos empeñados en construir los socialistas teniendo a la vista las patologías que han sufrido los modelos en crisis desde los setenta. Operativamente, hay que proponer a discusión de la sociedad, previo a su adhesión comprometida, una serie de objetivos concretos relativos a la dimensión, estructura y funcionamiento de la maquinaria y agentes del Estado del bienestar (empresas, servicios públicos, funcionarios ... ; ¿sería posible pactar socialmente -con los sindicatos, por ejemplo- estrategias puntuales de evaluación de los programas presupuestarios y de los funcionarios?).
Conclusión: se puede morir de éxito.
Compromisos coyunturales
No resolver el problema del qué decir y qué hacer, presos del abrazo mortal formalista, puede llevarnos a los socialistas a compromisos coyunturales con diversos sectores fuertes de la sociedad, que, todos ellos juntos, compongan una mayoría electoralmente ganadora: ése sería el camino para de éxito en éxito terminar en la derrota final del proyecto emancipador del hombre en que consiste el socialismo. Con el mismo nombre, el partido socialista sería otra cosa, habría muerto, y, lo más importante, la sociedad española se habría quedado sin alternativa progresista.
¿Es ésta una hipótesis artificiosa e inverosímil? El que el alma socialdemócrata haya aparecido corno ganadora en el congreso no es garantía suficiente contra el riesgo, sobre todo cuando Felipe González ha reclamado autonomía total para desde el Gobierno hacer lo que haya que hacer... Solchaga no debería estar enfadado.
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