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Walesa y la dictadura del propietario

Mieczlclaw Rakowski, que ya en la década de los setenta era calificado a menudo como el enfant terrible del comunismo polaco como periodista destacado, y que, como último secretario general de su partido, presidió la disolución del comunismo polaco, realizó, sólo dos semanas antes de la victoria de Walesa, la observación aparentemente más extraña, pero de hecho la más profunda, sobre la futura victoria de Walesa en la campaña presidencial. Según él, con la elección de Walesa el sueño comunista de la dictadura del proletariado se acercará más a la realidad que nunca.Esto se debe a que la valoración normal occidental de la eventual elección de Walesa ha sido errónea, además de ingrata para el repentino regalo de la historia. Si nos imaginamos nuestras posibles reacciones ante cualquiera que hubiera pronosticado la elección de Walesa como presidente hace tan sólo cinco años, inmediatamente consideraríamos ridículas muchas de las lamentaciones actuales desde la perspectiva histórica adecuada. Pero los observadores dirán que era un Walesa diferente, todavía un héroe de la democracia, el que se nos presentaba, antes de su actual giro desde una postura democrática a otra extremista de derechas. Éste es el punto en el que ha de cuestionarse el actual acierto político.

La victoria de Walesa es el triunfo de, al menos, una tendencia importante, probablemente la corriente principal, del mismo movimiento Solidaridad, que ha sido aclamado por Occidente durante una década como la encarnación de la naciente y oprimida democracia polaca. Además, es el triunfo de aquella mayoría de Solidaridad, la cual oí definir a un brillante intelectual conservador polaco como arquetípicamente socialista, más cercana a su enemigo de lo que sus perseguidos líderes desearían admitir. "Observe sus evidentes rasgos socialistas", dijo mi exasperado interlocutor. "Aquí tiene una breve lista: una mayoría activa de clase obrera en el movimiento y el electorado; un fuerte igualitarismo; el resentimiento que la clase militante siente hacia las personas con dinero y educación. Ni siquiera el fundamentalismo del movimiento católico supone el menor problema para la clasificación. El siglo XIX estuvo repleto de socialismo religioso. El mismo Papa representa a un tipo conservador de socialismo cuando trata de la dignidad del trabajador" ,

No pretendo plantear aquí un debate estéril sobre la "definición de socialismo". Sin embargo, sería difícil negar la notable coherencia en el lenguaje y los objetivos políticos de la corriente de Solidaridad representada, de la misma forma coherente, por ese instintivo genio de la política, el electricista de Gdansk. Ni sus objetivos ni su vocabulario cambiaron; únicamente lo hicieron sus enemigos. En la década de los ochenta, su rival era el aparato comunista respaldado por Moscú y una clase media conservadora convertida en un parásito del comunismo y que, por puro oportunismo, se calificaba de comunista. Al entrar en los noventa, el enemigo de Solidaridad parece ser esa misma clase media conservadora que, tras el colapso del aparato, se denomina a sí misma anticomunista. La opinión de Walesa es que, en general, ha estado viendo las mismas caras. Y lo que es más importante, afirma, la clase trabajadora ha sido marginada repetidamente en ambos casos. No veo ningún cambio importante en este lenguaje y en esta actitud, y menos aún traición, ni tampoco lo puedo describir como una opción de "derecha" o "izquierda".

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Lo que sí puedo ver en la victoria de Walesa, sobre la cual nunca he dudado, son ciertos riesgos para una democracia liberal. Ya sea socialista o conservador, el presidente de la clase trabajadora y su electorado tienen una predilección clara por la dictadura de una mayoría democráticamente elegida. Es aquí, y no en la referencia jocosa al vocabulario comunista, donde se encuentra el meollo de la observación de Rakowski. Quizá tenga razón: la única forma en la que una clase trabajadora pueda imponer su dictadura sobre la sociedad en conjunto es si entra en el ámbito de la democracia como movimiento activo y utiliza el poder de las masas (en sociedades industrializadas, pero que aún no son posindustriales y que, por tanto, tienen una mayoría de clase trabajadora entre el pueblo). Pero Rakowski se equivoca cuando piensa que esta dictadura hipotética tiene algo que ver con el sueño del comunismo. Si llegara a darse el caso, esta dictadura sería la realización del latente potencial terrorista-totalitario de una democracia que es pura, es decir, desprovista de frenos y equilibrios liberales.

Es relativamente fácil hacer un inventario de los riesgos potenciales inherentes a una dictadura de la mayoría bajo el aumentado poder presidencial de Walesa. El poder del Estado y el poder de la clase obrera podrían fundirse de nuevo, puesto que el presidente puede mantener su función formal como jefe de la mayor organización obrera, y es seguro que mantendrá su influencia sobre el movimiento. Los intelectuales podrían convertirse en el objetivo colectivo de una envidia igualitaria, primitiva e intolerante, cultural y económica. Los distintos modos de vida se reducirían a uno preferente, cuyo epítome es el pequeño, aunque muy televisado, apartamento de Gdansk con un único elemento decorativo: la foto del Papa en un marco terriblemente insulso. Los empresarios, que tanta falta hacen, se encontrarán en una situación no más envidiable que la que tuvieron en las dos últimas décadas de comunismo, con la diferencia de que su amenaza no será la policía, secreta, sino tinas masas iraseibles que invariablemente necesitan un chivo expiatorio.

La incomunicación de Polonia, su aislamiento del resto de la zona impuesto por ella misma, en un momento en que los es fuerzos coordinados son más necesarios que nunca, puede crecer peligrosamente. El len guaje político puede convertirse (de hecho ya se ha convertido en los discursos de la campana de Walesa) en una pura jerga de pnimesas demagógicas que des pués tendrá que descubrir sus objetivos cuando no pueda cumplir lo prometido.

De momento, todo esto es una pura conjetura, y habrá que tener fe en la buena estrella de Polonia. Lo único que sabemos con la victoria de Walesa es que las opciones realistas en la Europa del Este no son la alternativa entre democracia y totalitarismo, sino la elección entre las formas liberal y pura (y subrepticiamente, terrorista y dictatorial) de una democracia que se basa únicamente en el gobierno de la mayoría.

Agnes Heller es profesora de Sociología de la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York.

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