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La OTAN se queda sin enemigo

La OTAN y el Pacto de Varsovia suscribieron a principios de la pasada semana en París una declaración en la que afirman que han dejado de ser enemigos y se dan incluso mutuamente la mano de la amistad. El bloque militar nucleado en torno a la URSS ha dejado de funcionar y probablemente será disuelto formalmente el año próximo. ¿Entonces para qué servirá la Alianza Atlántica?

La pregunta ha estado subyacente en la reciente cumbre de los 34 miembros de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) -Estados Unidos, Canadá y todos los europeos excepto Albania-, pero, paradójicamente, los únicos que se han atrevído a dar una respuesta clara en ese foro han sido los nuevos dirigentes de varios países del Este.

Entre los occidentales, algunos pocos, como el secretario general de la Alianza, el alemán Manfred Woerner, que se entrevistará mañana en Madrid con los ministros de Defensa y Exteriores, afirman que la OTAN debe seguir en pie casi tal cual porque, según declaró al diario Le Figaro, si la anienaza expansionista soviética ha desaparecido, "la URSS seguirá siendo la mayor potencia militar de Europa" y la organización occidental debe contrarrestar su poderío.

Otros muchos, como el presidente español, Felipe González, creen que "los avances en la CSCE", que creó un Centro de Prevención de Conflitos, "evidencian más la necesidad de reconvertir la Alianza Atlántica", pero tanto él como la mayoría de sus homólogos europeos son cautos a la hora de explicar en qué debería consistir esa transformación.

Entre los países ex socialistas la percepción que se tiene del porvenir de la Alianza Atlántica es bastante diferente. Para los jefes de Gobierno de las incipientes democracias polaca o húngara y, sobre todo, para el presidente checoslovaco, Vaclav Havel, "la Alianza Atlántica ha demostrado ser un garante de la libertad y de la democracia" y no sólo debe subsistir, sino que Praga piensa solicitarle "un cierto tipo de acuerdo de asociación".

Carentes de protección desde que se emanciparon de la tutela soviética y preocupadas por la reemergencia de los nacionalismos y del poderío alemán, Praga, Varsovia o Budapest ven en la Alianza Atlántica una organización que podría arroparles, hasta el punto de que algunos de sus nuevos gobernantes preguntan ingenuamente a los occidentales si la Alianza intervendría en caso de golpe militar en su país o de conflicto fronterizo con su vecino.

Aunque no lo dice abiertamente, el líder soviético, Mijaíl Gorbachov, desea, en cambio, la disolución de la OTAN o, por lo menos, de su estructura militar para evitar que la atraccíón que ejerce sobre sus ex satélites incremente el aislamiento de la URSS. Para garantizar la paz propuso en París reforzar la CSCE, convirtiendo su Centro de Prevención de Conflictos en una especie de consejo de seguridad europeo, inspirado en el modelo de la ONU, que dispondría de medios para impedir enfrentamientos.

La idea no seduce a EE UU ni a algunos de sus aliados, como Francia. Para Washington tal organismo no podría funcionar si estuviese íntegrado por 34 miembros, y si sólo lo compusieran unos pocos, la URSS sería forzosamente uno de ellos, con su consiguiente derecho a vetar las aspiraciones de independencia de sus repúblicas.

Los aliados occidentales parecen estar de acuerdo en que la CSCE no puede sustituir a la OTAN, pero, aunque el debate apenas ha empezado, se vislumbran discrepancias sobre qué hacer con esta última, víctima, según González, de "una crisis de éxito".

Para la Administración del presidente George Bush, que está trasladando al Golfo a la mitad de sus fuerzas estacionadas en Europa, lo ideal sería modificar el tratado de Washington con vistas a permitir a la Alianza actuar fuera de zona, allí donde estén amenazados los intereses occidentales cuya defensa recae excesivamente sobre EE UU. Hoy en Oriente Próximo, mañana, acaso, en África o en Brasil, donde se perjudique, por ejemplo, el medio ambiente diezmando la selva tropical.

El brazo armado

La idea no suscita ningún entusiasmo entre la mayoría de los europeos, que no quieren convertirse en el brazo armado de un EE UU cuyos intereses no siempre coinciden con los suyos. "Si la Alianza Atlántica se inmiscuyese en el Tercer Mundo daríamos además a cualquiera de nuestras intervenciones un lamentable carácter de un enfrentamiento Norte-Sur", comenta un diplomático español.

Para los más ardientes partidarios de la integración europea, entre los que figura González, la solución idónea consistiría en que la Comunidad Europea (CE) tenga no sólo una política exterior común, sino de seguridad y defensa, y que el foro atlántico sirva ante todo para coordinarla con EE UU. Ninguno se atreve, sin embargo, a lanzar la idea, y sólo los más osados, como Italia y Espafia, han sometido a sus socios comunitarios propuestas tendentes a vincular más estrechamente la Unión Europea Occidental (UEO) a la CE.

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