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LA SUCESIÓN DE LA 'DAMA DE HIERRO'

Más preguntas que respuestas

El enigmático pensamiento político del nuevo líder de los conservadores británicos

"No podemos estar satisfechos hasta que consigamos la producción de Japón, los niveles de vida de Alemania y la voluntad nacional para movilizarnos contra la delincuencia, la mugre y la vagancia", decía John Major el año pasado ante la Radical Society del Partido Conservador, en la que defendió los logros del thatcherismo, habló de la necesidad de seguir adelante y reveló las seis cuestiones que se plantea a la hora de decidir sobre un cambio: ¿aumentará la libertad y la oportunidad?, ¿hará a productores y proveedores más responsables ante los consumidores?, ¿incitará a la gente a tomar más responsabilidades sobre su propia vida?, ¿mejorará la calidad de vida de los desfavorecidos?, ¿afectará al medio ambiente?, ¿permitirá a los individuos hacer su máxima contribución a la sociedad?

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Estas pautas de actuación descubren la desconcertante ambigüedad política en que hasta ahora ha prosperado John Major, la misma que atrae a la derecha radical del movimiento tory y al ala que se siente heredera del paternalismo del Partido Conservador llamado de una nación, el que tradicionalmente ha aspirado a recoger bajo sus alas a todos los segmentos sociales.Major siempre ha transitado sobre el raíl doble de la dureza en lo económico, aunque no es un adorador del monetarismo, y la liberalidad en lo social, que le opone a la pena de muerte, le hace mirar con comprensión a los inmigrantes y le lleva a proveer las necesidades de los más desfavorecidos.

Sociedad sin clases

Su máximo objetivo es conseguir una sociedad sin clases, algo revolucionario en el Reino Unido, donde la palabra clase tarda no más de cinco minutos en saltar en cualquier conversación y donde todos los ciudadanos tienen continua y plena conciencia de pertenecer a un determinado eslabón social y se comportan en consonancia.

La meteórica carrera política del nuevo primer ministro, que ha llegado al número 10 de Downing Street después de sólo 11 años en el Parlamento y tres en el Gobierno, tiene sus raíces en la Administración local de Lambeth (Londres), donde hizo sus primeras armas contra el laborismo, al que dejó en evidencia como concejal responsable de vivienda durante el cortó tiempo, de 1968 a 1971, que los tories controlaron ese Ayuntamiento. Su política abierta y progresista le granjeó los elogios de Ken Livingstone, la bestía roja de los conservadores.

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En 1974 fracasó por dos veces en su intentona de ganar un escaño parlamentario, pero lo consiguió de la mano de Thatcher cinco años después. Major sólo alcanzó prominencia a partir de la última elección, cuando llegó como número dos al Tesoro, donde siempre consideró prioritario el gasto en Sanidad y no tuvo empacho en hacer concesiones a los requirimientos de Educación.

Después pasó como un rayo por el Foreign Office, en sustitución del degradado Geoffrey Howe, y enseguida recaló en su vieja casa de Hacienda, una vez que Nigel Lawson dijera que no aguantaba más las injerencias y zancadillas de Alan Walters, asesor económico de la primera ministra, a su estrategia económica y diera el portazo, todo ello en 1989.

El cambio le produjo un sensible alivio y la confesión de que se sentía más en su medio tratando de los asuntos concretos y, mesurables del dinero que con las ideas y lo etéreo de la política exterior, no las mejores credenciales para un jefe de Gobierno.

Las dos crisis gubernamentales que facilitaron su promoción sostuvieron provocadas por la cuestión europea, el detonante de la que, finalmente, le ha aupado a lo más alto. Major piensa seguir presentando a discusión su propuesta del ecu fuerte, concebido como una divisa que deberá funcionar junto a las otras de los Doce y hacia la que las divisas nacionales podrán converger en su día si lo desean los mercados, las compañías y los ciudadanos. "El pretender ir hacia una divisa única sin convergencia económica es una locura", advierte, y ni él ni la Cámara de los Comunes lo van a aceptar.

La clave europea

El nuevo primer ministro británico está muy lejos de ser un europeísta rabioso, pero el Reino Unido ofrecerá ahora posturas menos estridentes y negativistas en los foros comunitarios que su predecesora. Lo ha dicho estos días: "Europa ha tenido una especial capacidad en los últimos 20 años para lo que, si se es cortés, podríamos llamar consenso y, si no, trapicheo, y no me cabe la menor duda de que cuando hayamos concluido esta conferencia [intergubernamental sobre la unión económica y monetaria] será posible negociar un tratado que será aceptable para la Cámara de los Comunes y que permitirá a Europa avanzar y avanzar unida".

De Major se dice, no sin razón, que adolece de experiencia internacional y que nunca ha sido sometido a la prueba de crisis. En sus manos está a punto de estallar la guerra del Golfo y se hace difícil imaginar al Major amable y amigo asequible embutido en la armadura del cruzado. "Ya veremos", dijo el otro día al planteársele esa tesitura.

En política interior es donde se siente más locuaz, aunque sin por ello caer a veces en generalidades como cuando asegura que la reforma y mejora de la enseñanza es un proyecto a largo plazo. Sus hijos han ido educados en colegios privados, pero en sanidad el primer ministro loa la del Estado, que le salvó la vida de pequeño y la pierna en la veintena. La reforma del polémico poll-tax mataprimeros ministros será discutida sin condiciones previas y la presencia del Estado en la economía seguirá bajando "donde sea oportuno y la iniciativa privada pueda hacer las cosas mejor, porque de ese modo se tendrá un sector público más eficaz".

Lucha contra la inflación

En cualquier caso, y en economía, la lucha con la inflación -de la que su antiguo jefe Lawson dijo que era juez y jurado de la actuación de un Gobierno- será prioritaria "porque causa estragos en la nación y en los individuos".

El nuevo primer ministro británico es un enigma. Adolece de una discernible filosofía política y de una estrategia de actuación. Es un político pragmático, sin grandes proyectos teóricos en la cabeza.

"Al contrario que Adam Smith, no soy un filósofo moral' , dijo el año pasado. "Ni un economista. Ni un intelectual. Soy un político práctico". Es una receta gris que le ha servido hasta ahora. Está por ver si será suficiente para liderar una nación ante el siglo XXI.

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