El nombre de Cantabria
A LA dirección de Partido Popular (PP) se la está acusando de haberse lanzado a una piscina sin agua al plantear la ruptura con el presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, sin disponer de una alternativa clara. Es cierto que la división de su grupo parlamentario en esa comunidad ha dejado al PP en una situación desairada, y que no existen garantías de triunfo para la moción de censura anunciada. Sin embargo, tratándose de una cuestión de principio, las dificultades suscitadas no deberían hacer desistir a Aznar de su voluntad primera: intentar desplazar democráticamente a Hormaechea de la presidencia de Cantabria.El líder del PP ya advirtió que seguiría adelante incluso si el precio era la disolución de su organización en ese territorio. Ahora se ve que no lo dijo por decir. La deserción de cuatro parlamentarios de su grupo para pasarse a la nueva formación de Hormaechea será seguida probablemente por otras de altos cargos del Gobierno regional, forzados a elegir entre su militancia en el partido o la continuidad en sus puestos. El PP, que cuenta actualmente con tan sólo 7 de los 19 diputados elegidos en la últimas elecciones, necesita del apoyo de los socialistas (12 escaños), para, sumados a los de los regionalistas (3) o centristas (2), conseguir los 20 votos imprescindibles para desbancar a Hormaechea. Pero los socialistas, tras anunciar su intención de permanecer al margen de un problema que consideran interno de la derecha y de remitir la solución del mismo al verecicto de las urnas en mayo, han insinuado que estarían dispuesto a apoyar la moción de censura siempre que el candidato perteneciera a su partido.
Los comportamientos de Hormaechea son incompatibles desde hace tiempo con la dignidad de las instituciones. El que los conservadores sólo hayan reaccionado cuando la zafiedad extravagante del personaje se ha dirigido expresamente contra dirigentes del PP no es argumento suficiente para justificar ahora la pasividad de los otros grupos. Y aunque es cierto que sólo faltan unos meses para las elecciones, sería conveniente que los partidos democráticos dieran muestra, antes de la convocatoria, de su voluntad de supeditar eventuales intereses electorales al principio de dignificación de las instituciones. Que el electorado sepa desde ahora quiénes están dispuestos a sostener directa o indirectamente a ese personaje y quiénes no. Ahora y en el futuro, no sea que alguien quiera aprovechar las circunstancias para desplazar hoy al PP y arreglarse mañana con el reprobado.
Sin excluir necesariamente que el candidato pueda ser un socialista, fórmulas como la presentación de un independiente, consensuado entre los partidos firmantes de la moción y encargado de gestionar el Gobierno regional durante estos meses, deberían, por ello, ser tomadas en consideración. Tal solución no sólo resultaría conveniente para la regeneración de la vida política en Cantabria, sino seguramente menos desestabilizador que cualquier otra salida imaginable. Siendo un Gabinete de gestión, no habría por qué introducIr grandes modificaciones en los segundos niveles de la Administración, lo que evitaría desbandadas que dificultasen la gobernabilidad.
El cuerpo electoral decidirá en mayo el futuro político de la comunidad, pero puede adelantarse que una fórmula como la propuesta favorecería el surgimiento de alternativas en las que ya no sea imprescindible el pacto con Hormaechea para gobernar en mayoría. De ello se beneficiarían los partidos que no comparten los métodos caudillistas de ese admirador de Franco, pero se beneficiaría sobre todo el buen nombre de esa comunidad.
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