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Los guardias acusados de torturar a Linaza aseguran que estaban en Madrid el día de autos

Los dos guardias civiles acusados por el fiscal de malos tratos a Tomás-Linaza Euba negaron ayer su culpabilidad durante la primera sesión del juicio oral y alegaron que se encontraban en Madrid mientras la víctima permaneció detenida en Bilbao. Además de los dos acusados de torturas ocupan el banquillo de la Sala Segunda de la Audiencia de Bilbao otros, 10 miembros del instituto armado, considerados responsables de delitos conexos por la acusación particular. Varios de los encausados se negaron a contestar a las preguntas del acusador particular, Txema Montero.

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Habla, memoria

Los hechos se remontan a mayo de 1981. El sargento Alfredo Serrano Pastor mantuvo ante los jueces que había ido a Madrid en una conducción de detenidos anterior al ingreso de Linaza en la comandancia de La Salve, el 14 de mayo. Aunque figura en los documentos de la Guardia Civil como instructor de los interrogatorios a Linaza, aseguró que confeccionaba los atestados con notas suministradas por sus compañeros. Esta práctica era habitual, explicó, porque existía sobrecarga de trabajo.El guardia Lucio de Sosa, también considerado por el fiscal autor material, coincidió con Serrano en que se encontraba en Madrid el 15 de mayo, razón por la que no pudo intervenir en ningún interrogatorio a Linaza en Bilbao. Linaza era sospechoso de haber transmitido a ETA información para preparar un atentado, señaló el acusado, y fue detenido después de que la organización terrorista asesinara a dos guardias civiles el día 14.

De Sosa, condenado en un juicio anterior por malos tratos a otro detenido, se negó a contestar a las preguntas de Montero. El acusador particular quería saber, entre otras cosas, la razón de que un oficio de la Guardia Civil de 1982 le señalara como uno de los interrogadores del detenido y presuntamente torturado. El acusado se confundió al citar fechas relacionadas con los hechos pero recordó haber detenido a una hija de Linaza el 25 de mayo de 1980, razón por la cual, dijo, ahora le tiene animadversión.

El comandante José Martín Llevot, segundo responsable de la comandancia en aquellas fechas, se presentó ante los jueces como un hombre abrumado por sus responsabilidades. Hizo una exposición sobre sus múltiples ocupaciones e insistió en que tenía por costumbre acudir a los calabozos con uniforme e insignias siempre que había detenidos para verificar la normalidad en el trato.

Martín Llevot, para quien la acusación pide 12 años por supuesta falsificación en documento público, indicó a un forense enviado por el juzgado que Linaza ya estaba camino de Madrid, cuando en realidad no salió de la Salve hasta siete horas después.

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Nerviosismo

Llevot destacó el clima de nerviosismo generado en la comandancia por el asesinato de dos guardias y el suicidio de otro en una crisis nerviosa. "Me acordé de los detenidos con horror", indicó, "y ordené al entonces capitán Masa su traslado inmediato a Madrid para evitar problemas mayores". Cuando llegó el fiscal, tras una denuncia de los familiares de Linaza, el comandante dijo haber preguntado a un agente del servicio de información. Recibió la siguiente respuesta: "Su orden ya ha sido cumplimentada". No lo comprobó "porque tenía cosas mucho más importantes que hacer".

Poco después de señalar al hoy teniente coronel Masa como receptor de la orden de traslado, el abogado defensor, Jorge Argote, obtuvo una suspensión de la vista para descansar. Al reanudarse la sesión, el acusado se negó a seguir contestando las preguntas del acusador particular.

Rafael Masa no pudo recordar quien era el oficial de servicio aquel día, aunque un oficio de la Guardia Civil incorporado al sumario le señala a él. Tampoco pudo recordar la orden de traslado inmediato a Madrid recibida de Martín Llevot y atribuyó la tardanza en cumplirla a la multiplicidad de servicios de escolta y protección exigidos aquel día por la celebración del funeral de los guardias civiles.

Masa, a quien la acusación considera autor de un delito de prevaricación por no haber perseguido a los torturadores, reconoció haber visto a Linaza "un segundo o dos" por la mirilla del calabozo y en buen estado. En cambio, negó saber que un guardia le tuvo que recoger del suelo después de vomitar y babeante, como éste reconoció poco antes ante el tribunal. El guardia interpretó, no obstante, que Linaza fingía para inspirar compasión.

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