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Tribuna
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Hablar con una sola voz

La actualidad mundial, cargada de amenazas, no debe hacernos olvidar los cambios vertiginosos que está viviendo nuestro continente. En este final de decenio hemos presenciado en la Europa central y oriental el derrumbamiento de un sistema político que parecía asentado para siempre. Hoy día, por voluntad de los pueblos, enterramos el pasado -lo cual no significa olvidar la historia-, entrando con determinación en el pos-Yalta.Este movimiento tiene una dimensión planetaria: desde Europa central y oriental hasta algunos países de Latinoamérica, Asia y África. Las relaciones internacionales se basarán a partir de ahora en nuevos elementos: el final de la guerra fría, la creciente toma de conciencia de la interdependencia económica, medioambiental, sanitaria y, sobre todo, una disminución de las confrontaciones ideológicas.

Pero la invasión de Kuwait por Irak ha venido a recordarnos que aún está lejos el advenimiento del imperio del derecho. Con la conmoción que produce en nosotros, esta crisis nos recuerda que la comunidad internacional todavía debe dar pasos de gigante hacia un orden mundial armónico y justo. También muestra lo necesario que es que este orden sea el de- los países pobres.

En esas circunstancias, fruto de profundos cambios políticos y económicos, el objetivo de los padres fundadores de la CE la creación de una Europa capaz de hablar con una sola voz, es, decir, capaz de ejercer su peso en las grandes cuestiones mundiales- puede, al fin, realizarse, tras largas alternancias de esperanza y decepción.

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En efecto, ahora podemos lograr el nuevo equilibrio de nuestras ambiciones, completando la integración económica con la unión política. Es más, este deseo se ha tornado necesidad. La Comunidad no debe decepcionar a los que ven en ella un modelo basado en los valores esenciales que son la libertad, la defensa de los derechos fundamentales y la democracia parlamentaria.

Nuestros vecinos de la Europa central y oriental han emprendido, justamente, este camino. Expresan su aspiración a un sistema democrático parlamentario, basado en el respeto a los derechos humanos, a una economía social de mercado y, como lo hiciera la Comunidad en su momento, aprenden a vivir en común. Sólo este aprendizaje les permitirá eliminar toda semilla de conflicto y, sobre todo, los derivados de reivindicaciones territoriales o nacionales. Por consiguiente, nuestra tarea debe ser contribuir al robustecimiento de sus nuevas democracias.

Además de la ayuda a corto plazo que se les ha concedido, en particular por iniciativa del Parlamento Europeo, hoy día resulta necesario que la Comunidad desarrolle con ellos políticas de cooperación política, económica, científica, tecnológica, financiera y medioambiental. De este modo, podremos garantizar su estabilidad política en el marco de la nueva arquitectura del continente europeo. Éste es el objetivo de los nuevos acuerdos de asociación que se les han propuesto. Constituyen una etapa fundamental de la solidaridad que debe establecerse entre nosotros.

Sólo cuando la Europa de los Doce se haya convertido en una Unión Europea y cuando esos países estén preparados para participar en ella, podrá plantearse la cuestión de su adhesión a nuestra Comunidad. La tarea pendiente por ambas partes es considerable y exigirá no poca tenacidad y paciencia.

En un primer momento, deberán adherirse al Consejo de Europa. Esta institución simboliza la democracia parlamentaria y, en mi opinión, presagia la institución tipo que deberá establecer la Conferencia de Helsinki II para señalar el final de la guerra fría y el reencuentro de Europa consigo misma.

Asimismo, la participación de la URSS en esta evolución es condición indispensable para el éxito de dicha empresa. La amplitud de la crisis económica y política por la que este imperio está pasando exige que la Comunidad se movilice para evitar el caos. Dicha cuestión será uno de los temas principales del próximo Consejo Europeo del 27 de octubre de 1990. En lo que se refiere a nuestra Cámara, la Europa de los Doce contribuirá con un apoyo a largo plazo a las reformas estructurales.

¿Se trata de una mera coincidencia histórica? Lo cierto es que la última recta final antes de 1993 coincide con la unificación alemana. Desde el primer momento, el PE ha visto en ella una oportunidad y un estímulo para la Unión Europea: los dos fenómenos discurren a la par. Por lo demás, este hecho inesperado ha contribuido poderosamente a que tomen conciencia algunos de nuestros Gobiernos, a veces reticentes.

El 3 de octubre de 1990 será en lo sucesivo el día de la unificación alemana. Los alemanes han optado por la unificación, que hemos apoyado sabiendo que, si en primer lugar dependía de ellos, sus aspectos internos y externos ejercen una influencia directa sobre la CEE y su política. Resultaba indispensable vincular el proceso de la unificación alemana con el de la integración europea: así se hizo, a pesar de algunas vacilaciones. Ahora se trata de lograr una integración armoniosa y solidaria de la antigua RDA en la Comunidad Europea, sin perder de vista las perturbaciones que no pueden menos que producirse, y de garantizar su control democrático. El PE se propone velar por ello.

La nueva arquitectura europea que se perfila pone de relieve, por tanto, la necesidad en que se encuentra la Comunidad Europea de actuar con rapidez. El conjunto de estas conmociones europeas e internacionales requiere la puesta en marcha de la Unión Europea de tipo federal que la realidad reclama. Para lograrlo, el 1 de enero de 1993 tendremos que haber concluido el mercado interior y lanzado al mismo tiempo la unión económica y monetaria (UEM) y la unión política (UP). Este es el objetivo que se han fijado las dos conferencias intergubernamentales que se iniciarán el próximo mes de diciembre. Por mucho que sus negociaciones avancen de forma paralela, habrán de unirse en un objetivo común: la Unión Europea.

La unión económica y monetaria exige que la Comunidad garantice una coordinación más intensa de las políticas económicas y presupuestarias nacionales y una política monetaria centralizada dirigida por una institución monetaria de tipo federal. Para afirmar nuestra identidad es indispensable crear una moneda única. No ignoro que el debate sobre el estatuto del futuro banco central dista mucho de estar cerrado. Los hay que proclaman la necesidad de su total independencia; el Parlamento está entre los que opinan que el banco central debe actuar en el marco de los objetivos de política económica y social determinados conjuntamente por el Consejo y el PE. Por consiguiente, somos partidarios de que sea una institución autónoma sometida al control de la autoridad política.

Respecto al segundo aspec-

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Hablar con una sola voz

Viene de la página anteriorto, el de la unión política, la nueva situación geopolítica demuestra, por si fuera necesario, que de la conferencia intergubernamental sobre la unión política que comenzará en el mes de diciembre próximo debe nacer una política exterior común. Esta situación nos lleva además a concluir que también se impone una política común de seguridad y, en mi opinión, de defensa. Sepamos sacar partido de las posibilidades que ofrece el paso de un mundo bipolar a un multipolar, sin limitarnos a la distensión Este-Oeste, que está lejos de ser un sinónimo de paz en el mundo. Debemos dar a nuestra seguridad una dimensión Norte-Sur, especialmente en el Mediterráneo, es decir, seamos capaces de contribuir eficazmente a la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo.

El futuro de Europa está vinculado con el de la comunidad internacional; prueba de ello es la crisis del Golfo. Los Doce han tomado las medidas que ya se conocen contra Irak a consecuencia de la invasión de Kuwait, tanto en el plano económico como en el militar, a través de la UEO; y han hecho bien. Durante los últimos meses, la Comunidad ha reafirmado la intangibilidad de las fronteras europeas. Este principio de derecho internacional que prohíbe las anexiones territoriales es válido para cualquier otra región.

Igualmente, se trata de instaurar estructuras paneuropeas de seguridad. Los países europeos y Estados Unidos están de acuerdo ya en que la CSCE constituye el marco apropiado para la instauración de un nuevo orden de paz que podría sustituir algún día a la OTAN y al Pacto de Varsovia. Se ha hecho, pues, indispensable, a la vista de la Conferencia de Helsinki II, crear unos órganos y unos instrumentos de intervención que dispongan de sede permanente.

Más aún, todo conduce a demostrar que nuestra acción común debe incluir también a la ONU. Esta organización ha sabido asumir sus responsabilidades para intentar preservar la seguridad mundial y afirmar la primacía del derecho internacional. La presencia de dos Estados miembros de la Comunidad en el seno del Consejo de Seguridad debe permitir que Europa se exprese y recupere su lugar en la escena internacional.

Para responder eficazmente a estos desafíos, la Comunidad tiene que dotarse de los medios indispensables para actuar. Ahora bien, parece evidente que estos objetivos de la unión económica y monetaria y de la unión política sólo podrán alcanzarse mediante una reforma fundamental de nuestra estructura institucional. El Parlamento Europeo está ocupándose de ello.

Es una de las razones por las que ha tomado la iniciativa, antes de que se inicien las dos conferencias intergubernamentales sobre la UEM y sobre la UP, de reunir al Consejo, a la Comisión y al Parlamento en el marco de una conferencia interinstitucional preparatoria, iniciada el 17 de mayo pasado en Estrasburgo y que continuará el día 22 de octubre de 1990. Esta iniciativa constituye un debú histórico en el diálogo interinstitucional. Tiene la finalidad de debatir el contenido de las conferencias intergubernamentales y de las modalidades de participación del Parlamento Europeo en sus trabajos.

Pero nada podrá hacerse si no hay una cooperación entre Parlamentos nacionales y PE.

Para debatir conjuntamente el futuro de Europa hemos decidido todos los Parlamentos de la CE autoconvocarnos a una conferencia que se celebrará en Roma del 27 de noviembre al 1 de diciembre de 1990. Será una ocasión histórica para dejar oír la voz de los representantes elegidos antes de que se cumplan los importantes plazos de fin de año. Dicha conferencia será fundamentalmente política, no tendrá carácter jurídico vinculante.

Toda reforma institucional debe basarse en la doble legitimidad democrática, la del Consejo, que representa a los Estados miembros, y la del Parlamento Europeo, que representa a los ciudadanos de la Comunidad. Es necesario, pues, establecer un mayor equilibrio entre ambos interlocutores para llegar a un sistema de codecisión respecto al conjunto de la legislación comunitaria. Por otra parte, no parece necesario recordar que la lógica federal impone que sea el Consejo el que, en el futuro, se transforme en Cámara de los Estados y no los Parlamentos nacionales como pretenden algunos.

La tarea común es superar el déficit democrático. En efecto, desde la entrada en vigor del Acta única, no se han transferido, tanto al Parlamento Europeo como al Consejo, determinadas competencias, a pesar de haber sido extraídas de los Parlamentos nacionales.

En cuanto a la Comisión, debe convertirse en un Ejecutivo fuerte, sometida al control real del Parlamento Europeo. Por otra parte, debe reconocerse a nuestra Asamblea el derecho a elegir al presidente de la Comisión y de aprobar los nombramientos de los comisarlos, lo que completaría nuestro derecho de censura ya existente.

Es lógico, igualmente, que el PE pueda ratificar toda modificación o firma de nuevos tratados comunitarios, así como los acuerdos exteriores firmados por la Comunidad.

En este reparto de competencias, el Consejo Europeo consagrará su papel de impulsor político, esencial en materia de política exterior y de seguridad. Por su parte, el Tribunal de Justicia se vería reforzado en sus hoy indispensables funciones de Tribunal Constitucional.

Sólo este camino nos permitirá recibir la adhesión del conjunto de nuestros conciudadanos.

es presidente del Parlamento Europeo.

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