El puente de Rialto
En fuentes del mercado se reflejaba al finalizar la sesión de ayer que ni el mismísimo índice de precios al consumo, por alto y descorazonador que sea, influye ya en la conducta de las cotizaciones. Los facto res externos de gran influencia en las bolsas no actúan como resorte automático: el mercado no descontó el IPC, del mismo modo que el día anterior tampoco había tenido en cuenta un indicio de mejora en el precio del dinero. Los tonos de la inversión son tan bajos que ya no pueden descender más. Los bancos, con caídas al unísono, y algunas compañías de servicios se llevaron las peores pérdidas en la última sesión de la semana. Ayer se marcaron menos de 180 cambios, casi todos en operaciones tibias. Los flujos de dinero tienen una lentitud parecida a la plúmbea marea de las aguas venecianas bajo el puente de Rialto. Nadie entra en el juego, quizá porque su éxtasis ha dejado de ser, como decía Casanova, el hermano mayor y más abstracto del sexo. Apostando y haciendo tiempo en la complaciente espera del boudoir se han amasado importantes fortunas a lo largo de la historia. Tesoros dinerarios que, sea cual sea su mayor o menor dimensión, tienen siempre algún misterio no desvelado y hasta sórdido en su comienzo.
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