Kaspárov y Kárpov intentan la conquista del mercado norteamericano
Los neoyorquinos disponen este mes de un peculiar refugio para huir durante cinco horas del ruido, el agobio, la pobreza aterradora y el lujo asiático que definen a la gran manzana. En medio de esa vorágine está el pequeño teatro Hudson, donde dos soviéticos, el campeón Gari Kaspárov y el aspirante Anatoli Kárpov, luchan por el título mundial de ajedrez, incentivado con casi 300 millones de pesetas en premios, y para conquistar el mercado norteamericano. Esta madrugada estaba previsto que se disputase la segunda de las 24 partidas previstas. La primera terminó en tablas.
Ambos ajedrecistas han prodigado sus viajes por el país del dólar durante los últimos años con el objetivo de convencer a los estadounidenses de que el ajedrez es mucho más divertido de lo que parece. Si su interlocutor les habla de la espectacularidad del baloncesto o el fútbol americano, Kaspárov replica que el ajedrez es en realidad "el deporte más violento", por la tensión que provoca.Kárpov considera que Estados Unidos sería "el lugar ideal para promover circuitos de torneos rápidos", con partidas cuyo tiempo límite puede variar entre cinco y 30 minutos para cada jugador.
Modalidad espectacular
Se trata sin duda de una modalidad muy espectacular -la velocidad puede llegar a dos jugadas por segundo-, pero la mayoría de la población ni siquiera sabe que existe. En Estados Unidos sólo hay 50.000 jugadores federados, aunque 25 millones de ciudadanos practican el ajedrez ocasionalmente. En la URSS esas cifras se disparan hasta los cinco y 50 millones, respectivamente.Ahora que las fronteras soviéticas son permeables al sistema de vida americano, Kaspárov y Kárpov consideran que es el momento adecuado para exportar su producto al centro del capitalismo. De hecho, el ajedrez se hizo muy popular en Estados Unidos hace 18 años, hasta el punto de que se agotaron los tableros y los libros técnicos.
Pero ese furor no fue causado por las apasionantes leyes estratégicas que rigen el juegociencia, sino por el carisma de un héroe nacional, Bobby Fischer, que fue felicitado por Richard Nixon, en plena guerra fría contra Leonid Breznev, tras romper la hegemonía soviética al batir a Boris Spassick. La enigmática retirada de Fischer difuminó el ajedrez en un país donde las modas tienden a ser efímeras.
El sueño americano
Sin embargo, el sueño americano logró encandilar a numerosos ajedrecistas provenientes del Este, en su mayoría soviéticos. Hubo quien rompió la barrera fronteriza de su país pisando a tope el acelerador de su coche mientras agachaba la cabeza para no ser alcanzado por los disparos de la policía. O quien se escondió en el retrete de un aeropuerto durante una escala para pedir después asilo político.Casi todos tuvieron serias dificultades económicas. El soviético Anatoli Lein tuvo que aprender inglés estudiando los anuncios de la guía telefónica en la pensión donde malvivía. El iraní Kamran Shirazi, que salió de Teherán poco antes de que Jomeini prohibiera el ajedrez por ser "un juego diabólico que perturba la mente de quienes lo practican", combinó su éxito con las mujeres y los premios en algún torneo para salir adelante.
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