Sicario
Se llevó una sorpresa al ver el rostro de su asesino. Sabía que un tipo vendría a matarle, pero nunca pudo imaginar que sería tan guapo. Los sicarios se matriculan ahora en cursos de estética, y a él le habían asignado sin duda al primero de la clase. Alto, flexible, con los ojos de plata, el asesino le seguía por la acera silbando una balada dispuesto a cumplir el trabajo, y cuando su sombra se proyectó sobre los pasos de la víctima, ésta volvió la cara y sólo descubrió a un joven que era hermoso como un ángel, aunque su revólver resplandecía con idéntico fulgor. Sucedió en la esquina de la calle 47, y la gente que pasaba por allí antes de que se produjera la detonación contempló la escena: el hombre que iba a morir se arrodilló ante aquel ser maravilloso y éste lo mató de arriba abajo de un disparo, quedando la víctima en el suelo con una sonrisa de admiración congelada. Después el público tuvo que apartarse en silencio para que el sicario pudiera entrar con lentitud en el bar, donde tomó una cerveza sin ser molestado, excepto por uno que le pidió un autógrafo. Tenía otros encargos que cumplir ese día. Una vez abrevado, salió de nuevo a pleno sol protegido únicamente por su propia hermosura, y silbando la misma balada se abrió paso entre la gente cuando ya llegaba el furgón a cargar el primer fiambre de la jornada. Hoy sólo la belleza te hace impune, y aquel tipo lo sabía. De hecho, él siempre dejaba a las víctimas acribilladas y agradecidas; por eso los espectadores se preguntaban ahora por qué aquel cadáver sonreía mientras los celadores lo trincaban con una pala. Al parecer, todos ignoraban que en aquella esquina de la calle 47 se acababa de realizar un acto de absoluta vanguardia: un asesinato como simple ejercicio de expresión corporal, en el cual un sicario había sido ficticio como un ángel pero el muerto era verdadero. En ese momento la modernidad en Nueva York había encontrado el último cauce. A partir de ahora los muertos deberán agradecer los servicios prestados al espejo que refleja su rostro.
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