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Un bañito portugués

Branco / Ortega, Lozano, Ramos

Cinco toros de Joâo Branco Nuncio y 62 de Puerto de San Lorenzo, bien presentados, que dieron juego; 52, premiado con vuelta al ruedo. Ortega Cano: estocada corta (oreja); estocada desprendida a un tiempo (oreja). Fernando Lozano: estocada baja ,(ovación y saludos); estocada tirando la muleta (dos orejas). José Luis Ramos: pinchazo y estocada corta desprendida (ovación y saludos); dos pinchazos y estocada (oreja). Los tres espadas salieron a hombros. Plaza de La Glorieta, 18 de septiembre. Septima corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.

Indiago se llamaba el quinto toro, de Branco Nuncio; sacó astillas de un burladero, hizo una pelea de discreta para arriba en varas, y en la muleta repitió con nobleza, obediente a las toques. Lo que se dice un récord para lo que llevamos visto. No sólo eso; en rigor, bueno en sí mismo.Lo que pasa es que de la relatividad no se libra nadie, y tanta desesperación taurina tenía que dar lugar a que, en cuanto apareciese algo parecido a un toro de lidia, se rompiera todo el mundo las camisas. Indiago, toda la corrida y en ella también el de Puerto de San Lorenzo -salmantino-, han desarrugado bastante el entrecejo; nadie ha pedido toros, la limpieza de pitones parecía patente y el panorama nos ha devuelto la afición casi perdida. Los toros portugueses, en realidad, han venido y han bañado un poquito a los hierros charros exhibidos en esta triste feria taurina. Lo tenían fácil, sí, pero ahí está eso.

José Ortega Cano se hincó de rodillas para comenzar su primera faena, que resultó entonada, sobresaliento en ella tres naturales extraordinarios. En el cuarto toro estuvo voluntarioso, con episodios sobresalientes en el muleteo y soportó un acosón tras el cual llegaron los muletazos vibrantes que preceden al corte de oreja.

Fernando Lozano, aseado en el segundo, aprovechó la bravura del quinto, aunque no llegase a estar a la altura; su labor fue buena pero no rompió.

José Luis Ramos cambió con la muleta plegada su primero, pero el toro se paraba justo a la altura de la barriga. Le había dado un buen tantarantán en el pecho, cuando galleaba para ponerlo en suerte, y el torero estaba quebrantado. El toro, además, era un listo.

En el sexto, que comenzó gazapeando, le encontró la distancia adecuada y formó un lío en una faena emotiva, bellísima en diferentes series de derechazos y naturales, que si llega a rematar bien con la espada, le hubieran valido las dos orejas, que la plaza, entregada, no le hubiese discutido. A pesar de los pinchazos, el entusiasmo popular por su entregada torera labor, le valió salir .a hombros entre ovaciones.

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