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Tribuna
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El bendito enemigo

Los intelectuales proféticos de este crispado fin de siglo han augurado, antes aún que los políticos, que, junto con el fin de la historia, también asistiremos al fin de la izquierda. Y quizá tengan parcialmente razón. Asistiremos al fin de cierta izquierda: la temblorosa, la pusilánime, la que tenía sus principios cosidos con hilvanes, la convertida al posmodernismo. Hay, sin embargo, otra izquierda más solidaria, menos individualista, más profunda y consciente, menos venal y menos frívola, que, si bien vive hoy una etapa de dolorosa reflexión, no está dispuesta a cambiar de ideología como de camiseta.Decía hace poco Günter Grass (intelectual coherente, si los hay), refiriéndose a la vertiginosa unificación alemana, algo que podría aplicarse a la situación general de 1990: "Todo se hace a toda velocidad, se utiliza constantemente una metáfora imposible: el tren está en marcha y nadie puede ya pararlo. Ésa es la descripción más exacta de un tren de la catástrofe. En un tren que no hay quien detenga no me gustaría estar sentado". Sin embargo, hay largas colas para trepar cuanto antes a ese prometedor convoy, que algunos creyeron un TGV y puede resultar apenas un tren correo. En semejante overbooking figuran numerosos ex izquierdistas que, de la noche a la mañana, tras un insomnio ardoroso y calculador, resolvieron cambiar de rumbo y de presupuestos éticos.

Hace 20 años conocí a un pintoresco octogenario, viejo militante de izquierda, que, a la menor provocación, señalaba a su interlocutor con su tembloroso dedo admonitorio y le espetaba: "Te voy a hacer una autocrítica". Pues bien, hoy los militantes de la soberbia también nos miran severamente y, sin el menor rubor, "nos hacen la autocrítica". De resultas de la misma, venimos a ser culpables directos de los desmanes de Honecker, de las barrabasadas de Ceausescu, de los crímenes de Stalin. Poco importa en qué sector hayamos militado: ellos no se preocupan por los matices. ¿Cómo van a desaprovechar la ocasión de meter a toda la izquierda en el mismo saco y descalificarla in toto? Semejantes fiscales simulan creer que el progresista bien intencionado, sincero en sus convicciones, es una entelequia: no existió ni existe ni mucho menos existirá.

No sirve haber luchado por algo tan nítido e irreprochable (o tan kitsch: así tal vez lo juzgaría Kundera desde su insoportable levedad) como la justicia social; ni siquiera haber denunciado en su momento (y no varios lustros después) las invasiones soviéticas de Hungría y Checoslovaquia. No hay atenuante ni coartada posibles. Para la izquierda sólo cabe la extremaunción, y eso, si la caída del muro nos pilló confesados.

Aún es tolerada una derecha de la izquierda, que cada vez se confunde más con una izquierda de la derecha; apenas las separan los recuerdos. De todos modos, su colindante existencia contribuye a hacer creíble el publicitario pluralismo. Después de todo, la OTAN perdería parte de su metálico encanto sin esa derecha de la izquierda que a todo le dice amén.

De todas maneras, el descontento y la confusión que generaron en Occidente el derrumbe del bloque comunista y el consecuente colapso del Pacto de Varsovia tuvo dos caras. Una, la europea, que festejó sinceramente la recuperación de libertades en el Este, y, pon más sentido de cálculo, se esforzó por anticiparse a Estados Unidos y a Japón en el control de esos mercados vírgenes; y otra, la del Departamento de Estado y el Pentágono, que, al quedarse de pronto sin enemigo, estuvieron al borde del infarto económico-militar. ¿Qué hacer con la poderosa industria de armamentos en su sorprendente mundo que pretendía despojarse del odio? El mago capitalista extrajo de su galera el problema del narcotráfico (después de todo, Estados Unidos consume el 80% de la droga que se produce en el mundo), pero pronto advirtió que, ante tan sutil entramado clandestino, no eran aplicables tanques, misiles, armas químicas, submarinos atómicos, etcétera. Fue entonces que, como por ensalmo, apareció Sadam Husein, con su exabrupto consumado, y el Pentágono y Bush y la gran industria de armamentos al fin pudieron respirar. Hay que reconocer que el iraquí eligió un método más bien brutal (se ve que ha leído atentamente las obras completas del Pentágono), con lo cual, le brindó a Bush el enemigo que éste buscaba con ansiedad. Y esta vez sí podían usarse todos los pertrechos, aun los más sofisticados.

Por supuesto que Husein merece un franco repudio por su manotazo. Pero algo que la crisis del Golfo puso en evidencia fue el culto de la hipocresía como una de las bellas artes. Lo innegable es que la actual debilidad de la URSS deja al mundo (y no sólo al tercero) virtualmente en manos de la vocación imperialista de Estados Unidos. Y, ante ese poder hegemónico, todos sus aliados, con mayor o menor docilidad (Alemania y Japón, sin ningún entusiasmo), se alinearon a su lado en la lucha contra Irak. Es claro que el gran despliegue fue, como siempre, el de Estados Unidos, peligrosamente ansioso de que aparezca un pretexto mínimo para probar, al fin, toda su flamante generación de armas letales. No obstante, vale la pena recordar que todas esas naciones cofrades no mostraron la misma sensibilidad cuando los marines norteamericanos invadieron Granada y Panamá. Cada región suele tener su depredador: en el golfo Pérsico es Irak, pero en América Latina el peligro no se llama Husein, sino USAin. De las 180 intervenciones realizadas hasta ahora por Estados Unidos (o sea, bastantes más que las llevadas a cabo, a través de los siglos, por Gengis-Khan,

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Alejandro Magno, Julio César, Hernán Cortés, Napoleón, Hitler, Mussolini y Stalin, todos juntos), cerca de la mitad corresponde a países de América Latina. Es casi un problema de semántica. Cuando la invasión es llevada a cabo por los marines, se la califica de pragmatismo político (así la designa G. A. Fauriol), pero, cuando la realiza Irak, es "un atentado fascista contra la paz". Es sabido, además, que buena parte del poderoso armamento de que dispone Irak le fue proporcionado por las mismas naciones (especialmente Estados Unidos y Francia) que hoy la bloquean. Si finalmente la guerra estallara, probablemente asistiéramos a un enfrentamiento de mirages contra mirages, en un curioso, intercambio de espejismos.

Por otra parte, cuando Husein era todavía un dictador amigo (categoría patentada por Reagan), cometió gravísimas violaciones de los derechos humanos (verbigracia, la matanza de los kurdos), sin que ello provocara embargos ni bloqueos, ni siquiera rubores, quizá, porque estaba en juego el hombre, y no el petróleo. ¿Y Kuwait, ese país que todos corren a auxiliar? Son notorias las atrocidades que allí se estilan. Uno de sus ministros, el príncipe Abdulah Bin Faisal Bin Turki, admitió, pleno de orgullo, a un periodista de EL PAÍS, que sólo en 1989 fueron ejecutadas más de 100 personas (culpables de homicidio, violación y adulterio), y que "las mutilaciones de miembros y los azotes en público son muy valiosos para disuadir al ladrón". En cambio, las ejecuciones no han de ser igualmente valiosas para disuadir al adúltero. En fin.

El presidente Bush ha sugerido cancelar la deuda externa de Egipto, como compensación por su apoyo a Estados Unidos. De modo que ya lo saben los países latinoamericanos, tan abrumados por esa carga: con sólo enviar unos cuantos soldaditos al golfo Pérsico, el gran acreedor les condonará el débito. Además, Bush ha anunciado (jueves 6) que, aunque la crisis se solucione pacíficamente, sus tropas permanecerán sine die en Arabia Saudí y aledaños. Al igual que en Granada y Panamá, ¿no es así?

Los intelectuales no proféticos obviamente no estamos autorizados a formular profecías, pero podemos hacer preguntas.. Francis Fukuyama, ideólogo del Departamento de Estado, ha anunciado el fin de la historia. ¿Se tratará de un pronóstico acertado? ¿O será que empezó el tomo segundo? Si así fuera, este primer capítulo no podría ser más deprimente. Todo indica que el Dios cristiano y el Alá islámico dedican su celeste atención a otras lecturas. No ha de faltar un hereje que insinúe que están releyendo a Marx.

Mario Benedetti es escritor uruguayo.

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