Los Olvidados
LA OCUPACIÓN de Kuwait por parte de las tropas iraquíes no sólo constituye una grave crisis general, sino, por añadidura, una terrible tragedia particular para cientos de miles de personas, políticamente ajenas al conflicto, atrapadas por la guerra en el propio emirato o expulsadas de su hogar hasta los miserables campos de refugiados improvisados en la zona.El emirato está habitado por apenas 700.000 kuwaitíes legales, es decir, poseedores de la nacionalidad del país, y el doble de esa cifra, por trabajadores temporales, muchos de los cuales llevan más de 20 años en el emirato, sin la menor posibilidad de adquirir la nacionalidad o la igualdad de derechos con los nacionales. Egipcios, jordanos, palestinos, entre los árabes, y filipinos, paquistaníes e indios forman la mayoría de esos extranjeros a la fuerza. Sadam Husein contaba con que el mundo aceptara su operación anexionadora para apoyarse entonces en los palestinos principalmente y establecer algún tipo de administración colaboracionista. De esa forma, la situación seguiría su curso sin mayores contratiempos y cada quien se dedicaría a su trabajo, cambiando únicamente una dominación árabe por otra. Pero la reacción internacional ha trastocado tan aseada transición de amo.
Irak está hoy cercado; el peligro de una guerra en y por Kuwait es evidente; unos miles de occidentales se hallan retenidos como rehenes por Bagdad, y un éxodo tolerado, o a la brava, de cientos de miles de trabajadores-huéspedes se ha desparramado sobre las fronteras vecinas, especialmente Jordania, donde se hacinan en campamentos habiéndolo perdido todo, hogar, posición, a veces familia, futuro. Si tenemos en cuenta que cada uno de esos trabajadores ahora desplazados de Irak o Kuwait alimentaba con su salario a varios familiares más que seguían en sus deprimidas zonas de origen, habría que hablar de millones de personas afectadas por la conmoción creada por la agresión de Sadam.
El exilio, en cambio, de los ciudadanos kuwaitíes de primera clase, los que ya estaban de vacaciones cuando se produjo la invasión el pasado 2 de agosto o los que han logrado escapar del atacante, es de hotel de cinco estrellas. El kuwaití oficial cuenta con sus propios medios, con la hospitalidad de lujo de Arabia Saudí o con los fondos del emirato en el extranjero para convertir en exilio dorado lo que es tragedia para los otros kuwaitíes.
La comunidad internacional se ha movilizado en la acción diplomática, económica y militar contra el invasor, y en alguna medida también en la ayuda a países como Jordania, Turquía y Egipto, que sufren las consecuencias económicas de su participación en el embargo decretado por la ONU, pero no ha obrado con la misma compasiva eficacia en el caso de los refugiados más desheredados. Evidentemente, es al propio emirato en el exilio a quien corresponde antes que a nadie atender a los trabajadores que han edificado la prosperidad petrolera del país, pero nadie en la comunidad internacional puede volver la espalda a la terrible suerte de estos grandes olvidados de la crisis del Golfo.
Lo ideal sería que, restablecido el orden internacional con la retirada iraquí, los trabajadores extranjeros pudieran volver al emirato y recuperar, si no los bienes materiales saqueados por los iraquíes, sí al menos una posición en la vida. Pero entretanto no cabe aceptar la consolidación de una tragedia que por particular no es menos angustiosa y colectiva, la que se ha desencadenado sobre quienes nada tenían que ver con la criminal agresión de Bagdad contra Kuwait.
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