Festivales federados
COMO TODOS los años, los festivales de música, danza y teatro han animado el verano cultural. Generalmente, las contrataciones no han estado coordinadas, aunque algunos empresarios que han tenido las concesiones han podido trabajar en varias autonomías y recoger las subvenciones de cada una de ellas; o las estatales, o incluso las municipales, porque a veces en una misma ciudad el Ayuntamiento y la Comunidad organizan festejos paralelos y rivales. De forma que los posibles beneficios de estas fiestas han ido a manos privadas, y todos los gastos, a las públicas de diversa índole.Recientemente, las televisiones de las autonomías que cuentan con canales propios se han puesto de acuerdo para unificar capitales y, con ellos, adquirir, doblar y crear material de programación que podrá verse en los distintos territorios, de tal forma que se ha podido comparar este acuerdo a la creación de un nuevo canal, el autonómico, resultado de la concordancia de todos ellos. Podría ser un ejemplo para los festivales, que en otros tiempos tuvieron un organismo unificado, pero con intervención de cada ciudad o región, lo cual permitiría una contratación conjunta, unos gastos a compartir y, sobre todo, una extensión para todos de los posibles beneficios culturales de estos espectáculos.
La transferencia de competencias a las autonomías diversificó los festivales y aumentó notablemente su carestía, al mismo tiempo que reducía su expansión. Se esperaba de este reparto una auténtica revivificación de las culturas autóctonas, pero sólo ha resultado así en casos aislados. La satisfacción del orgullo local que pueda producir a una ciudad o comunidad llevar a un grupo o cantante extranjero de los que se califican de sensacionales, y en exclusiva, para ganar a otras no pasa de ser infantil y el gasto no corresponde al supuesto beneficio que suele ser el de algún empleado cultural.
El acuerdo de las televisiones se ha hecho de una manera ejemplar y sin ninguna presión centralista: es una sociedad en la que los socios autonómicos toman sus decisiones en conjunto y segregan los organismos permanentes que mantienen viva la gestión benéfica. No se ve ningún inconveniente en que los festivales y otros centros culturales pudieran llegar a un acuerdo similar. Lo único que puede oponerse ahora está en los intereses privados -si no económicos, por lo menos de vanidad- de algunos funcionarios culturales gustosos de administrar sus presupuestos y crear las programaciones.
En cambio, el dinero ahorrado podría mejorar no sólo la calidad de estos festivales, sino también los presupuestos que se dedican a las manifestaciones culturales autóctonas. Las cuales, por cierto, tampoco tendrían que estar limitadas a sus regiones o provincias, sino que tienen un valor intrínseco como para alcanzar al conjunto de los territorios españoles. A veces sucede así con grupos de unas autonomías que van a otras, pero siempre mediante unos acuerdos especiales y locales, y no por la creación entre todas de una sociedad general.
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