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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El síndrome del regreso

POR TIERRA, mar y aire, la caravana vuelve. Con la angustia del trabajo que espera (trabajar, de tripaliare, torturar; trabajo, de tripahum, instrumento de tortura). Los psiquiatras hablan de síndrome del regreso (EL PAÍS, 26 de agosto), que puede durar tres o más semanas después del comienzo de la vida cotidiana. Los médicos han aislado algunos síntomas: fatiga, irritabilidad, inapetencia, alteraciones del sueño, cefaleas, trastornos gástricos, falta de rendimiento intelectual. Antes de las vacaciones ha estado el síndrome de la partida, la ansiedad de los preparativos -el alquiler de la casa, el transporte, la revisión del coche-, y después de ellas, la amargura de la frustración. En total, tres meses de síndrome vacacional.Las vacaciones son siempre cortas: nunca se acostumbrará el adulto a haber perdido aquellos interminables veranos de tres meses. Vacaciones que parecen más cortas aún porque, entre los 10 primeros días para olvidar el trabajo y los 10 últimos para angustiarse por la proximidad del regreso a él, se reducen a ese cogollo de unas raras jornadas situadas a mitad de mes. La cosa se agrava por la distancia entre las expectativas y la realidad. Desde meses antes, la luminosa publicidad y la inmensa capacidad de olvido del ser humano convierten el mes vacacional en consuelo anticipado de los males de cada día. Pero a mayores expectativas, mayor desencanto; y a mayor desencanto, más temor al regreso. La comprobación, una vez más, de que ya nada es como era -es decir, como se recuerda que se esperó que fuera- produce más amargura que nostalgia.

El sistema actual de concentrar las vacaciones en los meses de julio y agosto tiene además el problema de que, en numerosos puestos de trabajo, lo que no hace el que vacaciona lo tiene que hacer, trabajando el doble, el que se queda ese mes en la empresa. Ello agrava los síntomas del síndrome. En teoría, habría la posibilidad de visitar al psiquiatra para que nos cure el síndrome del mes de vísperas y el del regreso, pero tampoco es un plan seguro: los psiquiatras están de vacaciones y tienen los mismos síndromes, al carecer de trabajo -clientes- que los equilibren y estabilicen.

Entonces, ¿tiene arreglo esta cuestión? Se escuchan propuestas: la misma cantidad de días de descanso, pero distribuidos en pequeños trozos a lo largo de todo el año. Se dice que Leonardo da Vinci, símbolo de actividad creativa en los más diversos campos, aplicaba esa regla cada jornada: un cuarto de hora de siesta cada cuatro horas de trabajo. Tal vez habría que pensar en un calendario que, combinando con los puentes estratégicamente distribuidos a lo largo del curso laboral, permitiera unas pequeñas vacaciones cada -pongamos- seis u ocho semanas. En Francia, los escolares tienen, además de las vacaciones tradicionales de verano, Navidades y Pascua, las que llaman de medio trimestre: una semana cada seis de trabajo.

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Tal vez valiera la pena ensayar una fórmula de ese tipo para el conjunto de la población. Las dificultades serían grandes: habría que adecuar el calendario escolar al laboral, de manera que pudieran coincidir las familias, y adaptar la oferta turísticovacacional a un calendario no estacional. Demasiadas dificultades, seguramente. Pero algo habría que inventar para evitar esta angustia.

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