El hormigón y el almíbar
Allá por los años veinte, la pla za de toros de Bilbao tenía fama de ser una destrozatoreros. Hemingway, en su Muerte en la tarde, así lo certifica: cuan do un torero triunfaba en otros ruedos, los bilbaínos nos relamíamos de gusto pensando ya vendrá por aquí y a ver cuánta orejas corta. En Barakaldo, que uno sepa, nunca ha habido ganaderías bravas, pero de creer a don Ernesto, aquellos toros de Bilbao eran de hierro. El torero, claro está, se aterraba nada más verlos en la arena, y nosotros, entusiasmados, lo veíamos fracasar.Según esa versión, nosotros éramos los bárbaros del Norte, demoledores de la filigrana del Sur. El hormigón contra el mudéjar.
Ahora que ya no es así se nos exhorta a los bilbaínos para que salvemos la fiesta extremando nuestras exigencias: nada de ganaderías comerciales, nada de condescendencias antirreglamentarias en el tercio de varas, aunque el toro se acabe en el castigo, y ni hablar de triunfalismos festivaleros en la concesión de orejas. La de reproches que acabamos de oír los bilbaínos por lo bien que lo hemos pasado con los almibarados buendías en esta feria...
Uno, bárbaro del Norte, añora, cómo no, el toro de antes, pero los toros de antes que hoy salen por los chiqueros se caen igual que los toros de ahora, mansean, se defienden con la cara arriba, embisten con las manos en vez de con la cabeza, y aunque todo eso sea ciertamente hermosísimo, los toreros se limitan a lidiarlos defensivamente, como hacían los toreros de antes. Parodiando a Unamuno, "anda, y que la salven ellos".
Así las cosas, no acabo de entender, por ejemplo, por qué Sevilla -ioh!, los silencios hondos de la Maestranza; ¡oh!, su reventar con palmas por alegrías- tiene bula de los críticos para ser plaza torerista y pasarlo bien con eso del toreo de arte, y en Bilbao tengamos que ser toristas, aunque nos desmandibulemos bostezando como en una conferencia.
Ya sé que las soluciones virtuosas pasan por los términos medios. Eso. creyeron los ganaderos incluso los de divisas duras, cuando decidieron quitar agresividad a sus toros para darles nobleza. Eufemismos, y poco más que eufemismos: el toro, o es una fiera con todos sus derechos y con todas sus consecuencias -entre ellas, el toreo defensivo-, o es un animal azucarado en beneficio del torero.
Para bien o para mal, en esa dialéctica entre el hormigón armado y el almíbar, los bilbaínos de hoy se han decantado también por la golosinería.
Javier de Bengoechea, Tabaco y Oro, es crítico taurino y ex director del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Babelia
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