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Decálogo para ir a las terrazas

Juan Cruz

Acaso son la síntesis del verano: ruido, sudor y vasos. Pero son, están ahí, como símbolos inevitables de una estación que más bien parece un apeadero. Las terrazas. El comportamiento del hombre en las terrazas es similar al que el mismo ser humano mantiene en un bar cualquiera, aunque con algunas diferencias.En las terrazas se sirven consumiciones, que además traen camareros, que además cobran, como es natural. Como en los bares. Pero hay diferenclas. Esas diferencias son las que aconsejan la confección de un decálogo que guíe la actitud del hombre en esos recintos urbanos abiertos.

En Madrid, al menos, esas diferencias entre las terrazas y los bares tienen un origen mar cadamente fisiológico, en virtud de la nula di sponibilidad que muestran las terrazas para satisfacer las necesidades perentorias del consumidor. El primer artículo del decálogo no tiene otra alternativa que obligar al usuario a ir a la terraza con esas necesidades satisfechas.

Pero, por supuesto, las terrazas sirven licores, bebidas blancas o negras, de alta gra duación o de mediana violencia, y todas ellas han de ser devueltas a la naturaleza de la que proceden. Y resulta que tampoco se pueden devolver en lugar cerrado e íntimo como corresponde porque la inexistencia de los servicios higiénicos no se resuelve porque la necesidad sea cada vez más perentoria.

Es obvio que el segundo artículo que vamos a proponer no le va a satisfacer en absoluto al empresario de terrazas. Y es que este artículo aconseja no consumir bebida alguna para no tener que digerirla y, como consecuencia, tener que expulsarla en la forma más habitual y conocida.

En los bares no ocurren tantas imposibilidades, porque todos están dotados de servicios higiénicos, o más o menos higiénicos, y resulta muy reconfortante hallarlos en el camino. Las terrazas son, en este caso, un verdadero peligro.

Conversaciones íntimas

A pesar del ruido en que se constituyen, las terrazas abiertas de Madrid ofrecen zonas de peligroso silencio: el tercer artículo aconseja mantener las conversaciones íntimas, o de carácter delicado, en otro sitio más acorde con la confidencialidad. En una terraza de verano todo el mundo se entera de todo. En una me enteré el otro día de todo el proceso del argumento de la serie novelada Sin noticias de Gurb que publica Eduardo Mendoza en este periódico. Y no me enteré del resto de la conversación de los matrimonios que me circundaban porque me dio verdadera vergüenza mi disponibilidad para escuchar conversaciones ajenas.

Es verdad que en Madrid hace calor. Pero no es verdad todo el rato. Hay un momento del día, que suele coincidir con el momento de ir a la terraza, en que hace frío, o viento, o airecillo.

Cuarto artículo: lleve chaqueta. Y quinto artículo: puede ocurrir que su acompañante no haya sido tan previsor/a y no haya ido provisto/a de prenda de abrigo alguna. Así pues, llévese dos chaquetas, y a ser posible tres.

El agua y el engaño

El sexto artículo tiene que ver con la bebida, que es el objeto principal de estos negocios, y es un consejo muy bien intencionado: pida agua. Al contrario que los bares que se precian, los camareros de las terrazas tienen la mala costumbre de traer las bebidas alcohólicas ya servidas, con lo cual uno no está seguro jamás de la exacta dimensión del contenido de lo que nos han servido. En cambio, con el agua engaña muy poca gente.

El séptimo artículo tiene que ver con la propaganda engañosa que se ha difundido por ahí: a las terrazas no van los famosos. No vaya a las terrazas de Madrid en busca de Almodóvar y su troupe, por ejemplo: ellos fueron un día a hacerse la foto, pero esa gente tiene mucha necesidad y no la va a hacer en la calle. Octavo artículo, pues: no espere ver a Rossy de Palma, o a Antonio Banderas, pongo por caso, orinando junto a un árbol del paseo de Camoens. Ni a Camoens, por cierto.

El noveno artículo de este decálogo para estar en la terraza aconseja paciencia: el hecho de que el camarero no le divise, a pesar de sus gestos insistentes, no significa que usted sea menos que nadie; es, simplemente, que está hablando con un amigo. Está manteniendo una charla breve. Acaba en seguida, pero es que si no habla con él en la terraza dónde demonios van a hablar el camarero y sus contertulios.

El décimo artículo es tajante, pero no se debe reproducir sino en voz baja: no vaya. O vaya, pero tenga en cuenta este decálogo.

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